Espacios de la democracia, democracias del espacio.

Por Ana María Martínez de la Escalera*

Este texto es una versión leída en el Congreso “Espacios de la democracia. Democracias del espacio”, que se llevó a cabo en la FFyL de la UNAM, los días 26 y 27 de agosto de 2009.

Querría postular que la crítica es tan indispensable hoy, para la academia de las humanidades, como lo fuera en su época moderna, en detrimento de la postura (posmoderna) que prefiere presentarla como objeto finiquitado del pasado; casi como un artículo folklórico en un empobrecido museo de la memoria. El razonamiento a favor de la postulación, es que la crítica lleva a cabo el trabajo discursivo que vincula la democracia con los espacios y al espacio con las democracias. No daremos por sabidos los términos espacio, crítica y democracia. La importancia de los mismos, el día de hoy, reside en que no sabemos a cabalidad qué quieren decir (ya sea por exceso o falta en su uso o por la polarización política que instaura su uso), y que, por lo tanto, organizar una discusión en torno a sus significados resulta imprescindible (sobretodo en una academia que se dice dispuesta a la conversación inter y transdisciplinaria) . Permítaseme contribuir a ese debate.

Uno. Comencemos por la expresión “espacio.” En su sentido propio, el “espacio” designa una entidad bidimensional delimitable (el antiguo spatium latino: “campo para correr,” de donde procede el término moderno), que contiene otros elementos o entidades sensibles que coexisten en su interior; esto es, un recipiente, un continente vacío pero rellenable de contenido y distinto de éste último; una capacidad de sitio o lugar; una ubicación de límites o fronteras. Este sentido propio, consagrado por la Academia de la Lengua y legitimado asimismo por la tradición como sentido corriente, pretende distinguirse del uso figurado o figural (retórico) del espacio, tal y como se manifiesta, por ejemplo, en el contraste político operado entre el sentido de espacio público y de espacio privado. Aquí se trata de algo más que de un uso figurado, el uso político agrega al continente “espacio,” el sentido y la finalidad de inscribir la división (del trabajo) en la comunidad (por ejemplo asignando las tareas de las mujeres al espacio privado y excluyéndolas de los asuntos públicos naturalmente considerados masculinos). El espacio privado aparece como el lugar de asignación natural de la mujer correspondiente a la división sexual del trabajo, considerada igualmente natural y no política. Cuando esta asignación es considerada política, es decir producto de la dominación y el sometimiento, entonces el sentido propio del término “espacio” se desestabiliza: deja de indicar un lugar natural, dado o recortado del continnum del mundo percibido, para pasar a significar una inscripción, esto es una operación práctica de sentido en el discurso. Perder la estabilidad en la referencia o la designación, se vuelve entonces la ocasión para atisbar en la historia de la lengua: observamos así la invención de nuevas acepciones críticas a partir de viejas palabras.

Dos. Entra la primera operación crítica. La crítica toma la forma de un proceso de desnaturalización del sentido y de repolitización del discurso, puesto que las palabras aparecen como medios para la producción del sentido y como resultado de actos de apropiación (sometimiento o resistencia y subversión) del discurso. Las palabras no sólo acompañan las acciones; ellas mismas exhiben la fuerza realizativa que cambia la historia mediante consecuencias de orden político o social (Austin, 1980).
El arte moderno nos ofrece otra prueba de modificación crítica del “espacio”: desde finales del XIX hasta los primeros 30 años del siglo pasado, el teatro de vanguardia propuso a la sensibilidad occidental la novedosa idea, y la revolucionaria instrumentación, de un espacio escénico entendido como máquina. El espacio no es un campo quieto, produce más bien sentido o sinsentido, discurso en su doble cualidad de ruido y palabra, intercambios sensibles entre los actores y el público, en una escena concebida sin límites prefigurados. Atrás quedaba la reductiva concepción y tratamiento del escenario como soporte de la unidad de tiempo, espacio y acción. La caja italiana, “el pequeño pueblo” como le llamó Grosz (15), que concentraba la mirada del público, detenía el tiempo y el espacio sobre el escenario, inscribía la pasividad en el espectador y le asignaba un tiempo a su disfrute y satisfacía pobremente el “hambre de imágenes” (Grosz,17), una vez descubierta su verdadera operatividad de domesticación de la sensibilidad, sería desbancada por la experimentación. Los telones pintados que obligaban a una estructura bidimensional pasaban, indefectiblemente, a la historia y la caja hacía explosión. Había nacido la crisis de la percepción tradicional, el espacio como negociación sensible o transacción entre cuerpos. Este ejemplo no es secundario en la argumentación: producto de la crítica nacida de la crisis de la representación, el sentido del “espacio,” como máquina de intercambios de las fuerzas de los cuerpos, convierte en observable y pensable la dimensión o instancia operativa misma de los intercambios, no únicamente sus resultados como se acostumbraba en la representación tradicional. Se abrirían a la consideración del público las simetrías o asimetrías del intercambio visual, los usos o abusos de la conmoción sensible o shock de la experiencia, las apropiaciones o expropiaciones de sentido, las tomas de posesión o relevación del recurso escénico; así como los fascismos (Guattari) o las democracias en el manejo de los dispositivos teatrales. La división tensional, plagada de contradicciones entre espectáculo y público puede, desde entonces, ser examinada o analizada mediante políticas del espacio, es decir, a través del análisis de las modalidades de participación (posesión, apropiación, expropiación, exapropiación, etc., y su correspondiente división del trabajo) y no de partición del espectáculo (obra/espectador). La política del espacio, en este contexto, se piensa desde la economía, pues trata con fuerzas productivas, relaciones de producción del sentido y con división de tareas, como si el Marx de La Ideología Alemana nos hubiera dictado estas páginas. Pero también podría ser pensada a la manera de una topografía, pues ella describe, dibuja y contrasta relaciones de dominio del discurso como si fueran lugares sitiados (apropiaciones de sentido) y efectos de subversión como si fueran líneas de fuga; o bien, trata las inscripciones e inyunciones como sitios amurallados y las disyunciones de sentido, derridianamente hablando, como asaltos al castillo de la verdad adquirida.

Una vez dicho lo anterior podemos regresar al inicio de esta intervención. Donde decía:

(…)la crítica lleva a cabo el trabajo discursivo que vincula la democracia con los espacios y al espacio con las democracias.

el espacio de la democracia resultante de la intervención de la crítica debe ser entendido como aquel que resulta de la crisis y crítica de la representación, en el teatro y en la política democrática. Por ende, es un espacio concebido como proceso de inscripción. Este espacio es democrático porque hace público y visible las fuerzas que operan en la producción de sentido entendida como representación, teatral o política. Y además, hace público por escrito esta producción, permitiendo que, mediante la escritura, las futuras generaciones decidan por sí mismas que hacer de ese legado. (Kant, 1978, 25-38)
El espacio desnaturalizado y repolitizado por la crítica al que nos referimos un poco más atrás, obliga a un ejercicio permanente de la vigilancia de las fuerzas de apropiación o expropiación que producen el sentido, dados su potencial de acción y cambio o de lo contrario, de inyunción en el aparato de poder. Este ejercicio debe prevenir o resistir las fuerzas que naturalizan (cuando se cree que sólo hay un sentido propio de las palabras y las descripciones que se hacen mediante ellas) o despolitizan la producción del discurso (cuando se cree que la verdad no tiene que ver con el poder, y se actúa en consecuencia). Por esa razón, el ejercicio democrático-crítico vigilante es estratégico: responde al poder de la naturalización y la despolitización con una fuerza proporcionalmente mayor. Su tarea consiste en definir y practicar intervenciones estratégicas en el espacio, entendido esta vez como las relaciones entre el cuerpo individual del hablante y el cuerpo político (comunidad, institución, nación, etnia o género). Dichas estrategias tienen por finalidad obstaculizar los usos que producen y reproducen la dominación en todas sus modalidades (exclusiones de género, racial, cultural, de clase, etc., de los hablantes).

Nos queda aún y brevemente por terminar de examinar la noción de crítica, en el entendido de que democracia, palabra altamente polisémica, ha sido aquí empleada mayormente para decir el carácter público –porque se publica o transmite mediante formas de transmisión─ de la producción del sentido.

El término crítica padece, él también, de la ambigüedad que le confieren los usos varios y poco selectivos y determinados del mismo a lo largo de su devenir, así como los hábitos en el habla que reducen crítica a evaluación o juzgar descalificador. La vida de la palabra revela que si bien “la práctica de juzgar” fue uno de sus significados más exitosos o de largo alcance y duración, la descalificación sólo es un añadido producto del empobrecimiento del sentido corriente o coloquial. El devenir de los usos de la misma es largo; no me detendré en él en esta lectura; bastará con que recoja lo siguiente:
En lo que se refiere al estatuto de la expresión, la crítica es sobretodo una práctica de lectura, un manojo de procedimientos unidos por una finalidad o función: juzgar, decíamos, o evaluar la verdad entendida históricamente, es decir, en función de sus consecuencias prácticas (sociales o políticas). Pero, estos procedimientos que conforman una práctica de lectura –como supuso Nietzsche- son anteriores y, con mucho, independientes de la finalidad evaluativa. Fueron procedimientos de apropiación de la verdad del texto a la vez que técnicas de toma de posesión de la escritura, más allá de su supuesta verdad. Como procedimientos tienen que ver principalmente con tecnologías desarrolladas a partir del invento del alfabeto (Ong). Ciertas habilidades son reorganizadas con un fin último distinto al que por separado han tenido hasta entonces: ese es su funcionamiento o finalidad exegética o hermenéutica. Las habilidades de lectura funcionan como operaciones de producción del sentido mediante la apropiación del discurso; así por ejemplo la cita, el comentario, la traducción, la alusión, la argumentación, etc., producen el sentido, el valor de verdad y los efectos de verdad del discurso. A la larga, en su devenir, la crítica sospechará que el valor de verdad es más bien un efecto de verdad que un origen incontestable del texto; en ese momento la retórica se tornará una disciplina soberana, como debiera serlo aún entre nosotros.

Tres. Un breve paseo por la historia del crítica . La práctica crítica moderna tiene en la figura renacentista del humanista Lorenzo Valla, a un fundador (Foucault). El hizo por su uso y proliferación, conservación y transmisión rigurosa lo que nadie había hecho hasta entonces, dándole preferencia a la observancia de su metodología sobre la autoridad del texto publicado, hasta el momento sin disputa razonada. El caso de la Donación de Constantino es, en este sentido, ejemplar. El ejercicio de la lectura crítica y de la crítica como lectura de textos puso de manifiesto una sospechosa relación entre verdad y poder, entre el pronunciamiento y transmisión de lo verdadero y las formas de sometimiento a la soberanía de la verdad, cuyo efecto principal es la división entre trabajo intelectual y manual, y entre cuyos efectos secundarios se halla la oposición jerárquica entre letrado/iletrado, maestro/discípulo y sus respectivos cruces con la división sexual o genérica y la división asimétrica entre niños o infantes y adultos. En ese momento, la tradición o la cultura dejaría de ser considerada el recipiente natural y transparente de la de la verdad, suerte de contenedor del canon de libros y autores evidentes por sí mismos, para aparecer, quizás por primera vez, como una herencia en disputa, inscrita en un campo de batalla organizándose como el encuentro violento de dos fuerzas interpretativas antagónicas. Por extensión, la condición pública de la verdad se comprende como la reorganización de fuerzas, o sea de significados, en torno a dos oponentes, cada uno de los cuales se dice poseedor de la verdad. Valla creía posible que la crítica, su crítica en particular, era la fuerza que develaba la adulteración de la verdad mediante procedimientos no rigurosos de cita, traducción y del uso irresponsable de la anacronismo. Sus propios textos al respecto son prueba, incontestable, de que la demostración del carácter manipulado de la verdad es a su vez un ejemplo de manipulación de las técnicas y procedimientos de publicación. La verdad y su crítica son, en este sentido, compañeros del crimen. Hoy leemos el Discurso de Valla sobre la Donación de Constantino como un texto si se quiere interesado, como una crítica que haciendo uso de la erudición a su alcance (retórica, legal, histórica y lingüística), se opone a una verdad por considerarla una verdad del poder y a la vez, procede a exonerarse a sí misma de este cargo.

Cuatro. La cuestión crítica: resultados. Foucault describirá este procedimiento crítico como algo típico de los saberes sometidos produciéndose siempre al interior de un campo de lucha, regida por una lógica de antagonismos. Esta crítica no es, pues, imparcial, según Foucault, sino parte activa, uno de los participantes en la batalla por apropiarse del discurso verdadero en el espacio público.

¿Qué podemos decir al respecto de estas últimas consideraciones? ¿Tienen Valla y Foucault razón? Cuando criticamos la noción de espacio público, por ejemplo,¿qué criticamos?, ¿qué hacemos en realidad al criticar? ¿Nos oponemos al uso de la expresión por sus significados, su valor, su estatuto político y teórico, si se quiere por su propiedad, esto es su sentido propio, gramatical y filosófico? O bien lo que hacemos es la historia de la distinción entre espacio público y espacio privado y sus consecuencias prácticas: la división, es decir las formas de exclusión que comporta primero como distinción y después como oposición. En efecto, el espacio público no es un espacio natural, adquiere su sentido de su oposición al espacio privado, tanto en su devenir en el pensamiento filosófico liberal desde Locke a nuestros días, como en su peregrinar por el sentido común. Sobre todo, el espacio público no es un lugar privilegiado donde se escenifica lo político. El espacio público es la capacidad o fuerza de intervención y postulación discursiva en asuntos generales; y su fuerza de designación es proporcional a su fuerza de exclusión: cuanto más y mejor excluye a una parte de la sociedad, más y mejor designa una realidad sin los excluidos, que aparecen como excepciones y no partes de lo político.(Por ejemplo las Madres de Plaza de Mayo o de los desaparecidos). ¿Su fuerza de edificar mediante la exclusión será similar al funcionamiento del a priori histórico en el sentido que Foucault diera a la expresión? ¿A priori constituido por instituciones como la prensa escrita, televisiva, el Internet, etc. y su autoridad mediática de designación, entre otras cosas? Consideremos entonces que si no es un lugar, sino una serie de procedimientos de publicación, de transmisión y conservación asimétrica de la verdad, entonces, el “espacio público” no es tampoco ni un bien, ni una propiedad al alcance de cualquiera, sino una máquina de producción de lo verdadero. Y esta máquina es, hoy en día, privada. Frente a esta forma de apropiación, contamos, los que hemos sido privados de ella, con acciones de resistencia: son formas de posesión o de uso crítico de la verdad. El testimonio, por su fuerza genealógica –contar la historia de las luchas en y por el discurso-, es una de ellas. El testimonio, entonces, es una fuerza de resistencia sobre la que hay que trabajar.

Austin, John L., (1990), Cómo hacer cosas con palabras, Paidós, Barcelona.
Kant, Inmanuel, (1978), ¿Qué es la Ilustración? en Filosofía de la historia, FCE, México.
Ong, Walter, (1980), Oralidad y escritura. Tecnologías de la palabra, México, FCE.

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