Este texto es una versión preliminar leída el 25 de noviembre de 2009, en el evento Coloquio anual de estudios de género.
Balan David Sánchez Rico
Con el reconocimiento de Arturo Chávez Chávez como nuevo procurador general de la república en México ratificado tanto por el Partido de la Revolución Institucional, el Partido Verde Ecologista como del Partido de Acción Nacional en el gobierno, vamos a tener que luchar por un nuevo espectro de los derechos humanos, por la relación que aun mantiene el derecho con la justicia y sobretodo por la justicia de género. Para quien lo desconoce, Chávez Chávez fue ex-delegado en Ciudad Juárez para la misma PGR cuando se le comenzó a dar visibilidad a los feminicidios durante el gobierno de Francisco Barrio Terrazas. Principalmente sostuvo que las mujeres eran violadas y asesinadas porque llevaban “minifalda”, además afirmaba que las mujeres asesinadas tenían una doble vida como “amantes” o “prostitutas”, decía -y cito textualmente- que… “las chicas buenas están en casa, las malas en la calle, si las matan es porque se lo buscaron”. Hoy Chávez Chávez es socio de la firma de Abogados de Diego Fernández de Cevallos, la cual lleva los procesos de licitación para la construcción de la red de fibra óptica en el centro del país, mismos que han llevado al decreto presidencial que impone la extinción de la Compañía de Luz y Fuerza. / El papel de Chávez Chávez como procurador debe ser criticado no sólo por ser parte del poder ejecutivo, sino precisamente porque se abre la posibilidad de que los feminicidios cometidos en el país sean tratados de la misma manera en que han sido tratados en Ciudad Juárez. Si ya era problemático que en Juárez se desaparezcan los cuerpos, las evidencias, los rastros de los asesinatos, para que no se pueda dar constancia del crimen -sino por la identificación de la ropa o por pruebas de antropología forense-, sumado a la igual de problemática desaparición de los expedientes, al entorpecimiento de la investigaciones, al desconocimiento de los agravantes de misoginia, sentimiento de venganza, acoso sexual, violación, secuestro y la negativa a validar los testimonios; También se ha vuelto visible que estos crímenes se comenten para reafirmar el ejercicio del poder político, mismo que se fortalece con el control de las policías, con la intervención de los procesos judiciales, y las negligencias y deficiencias en la elaboración de los dictámenes periciales del sistema de justicia, ante los cuales Chávez Chávez debería de ser señalado como uno de sus más eficaces artífices. Esta situación ha llevado no sólo a que estén muertas muchas mujeres, sino que también ha llevado a que estén muertos sus casos. / Ante un escenario político sumamente complicado se nos presentan cuestiones que no debemos dejar de lado. Hay que preguntarnos, ¿Cómo actuar ante la hostilidad de las instituciones? ¿Qué hacer cuando la necropolítica no es otra cosa que el gobierno de la ley? ¿Cómo rechazar la política del olvido? ¿Cómo proceder para cambiar las relaciones políticas? ¿Qué estrategias realizar? Una de las prácticas por la cual es posible la resistencia política consiste en el ejercicio de diversas estrategias que aquí llamaremos de hospitalidad. La hospitalidad da la bienvenida a la otra en tanto que otra, incluso muerta. Podemos pensar la hospitalidad –en este caso- como un deber de memoria, como un acto de solidaridad: Es no pasar por alto los crímenes cometidos por el Estado. Hay que dejar muy claro que la hospitalidad es un concepto político, tanto como lo es su práctica. Si bien no es posible separar de la hospitalidad y de la resistencia a todos los otros ejercicios de poder, del poder político y de la hostilidad social, económica, judicial, militar, dado que son su correlato; tampoco se reduce a ellos. Al ser una práctica de resistencia, la hospitalidad está encaminada estratégicamente a ciertos ejercicios de poder: los cambia, les agita su jerarquía, desestabiliza la verticalidad del orden político, ataja la violencia estatal, encamina nuevos modos con los cuales son pertinentes las asimetrías, trabaja las relaciones sociales hasta volverlas solidarias. La hospitalidad tiene como misión combatir el ejercicio despótico del olvido, hace un ejercicio de memoria para combatir la violencia feminicida con la que se construye el poder político. / En cierto sentido, la hospitalidad entra en conflicto consigo misma. Su ejercicio es paradójico, el uso estratégico del concepto es singular, depende de la contingencia de los acontecimientos, pero no niega sus beligerancias, ni se condena a la resignación: inventa nuevos modos de lucha. Al ser una práctica procedente de la memoria retoma fuerza de ella para toda discusión política. Rebaza sin advertencia toda aplicación instrumental del derecho. Quizá, sólo quien está sometido a la experiencia de la privación de la casa, del arrebato del hogar, puede practicar la hospitalidad. Si desmonta los dispositivos de todo proceso de normalización por el derecho y por su relación con los procesos judiciales, la hospitalidad es una práctica de des-sujeción. / Si como dice Deleuze… “La ley es el objeto de una determinación puramente práctica”[i], entonces la ley de hospitalidad sólo acontece en su práctica. Esta no depende de ningún lineamiento institucional que parta de las vertientes del Estado o la fuerza de ley (Gewalt). La ley de hospitalidad –como afirma Derrida- exige su práctica sin fundamentarse en la ley de soberanía, en la soberanía del Estado, la soberanía que es en suma la del derecho de muerte. A su vez, la determinación de la ley de hospitalidad también es hostil, impone su práctica no porque ejerza violencia sobre la acogida, sino porque la invitada también está determinada por el mismo mandato de hospitalidad: la ley de hospitalidad se lo exige. El extranjera como la ciudadana, están convocadas por la ley de hospitalidad a dar la acogida. El recibimiento es mutuo, la práctica de acogida es reciproca, activa las fuerzas, demanda hacer política, llama a hacer resistencia, no puede ser si desconoce algún rostro humano por muerto que esté. La hospitalidad es indecidible, siempre está en constante tensión con la hostilidad, con la posible violencia del huésped, con la muerte de las acogidas. Al ser una práctica incondicional no es posible negar la hospitalidad porque no es la propiedad del algún anfitrión. / La memoria que promueve la hospitalidad no es sino una lucha por lo por venir. A su vez, la memoria de las víctimas no debería de ser apropiada con una estructura clientelar sea esta académica, partidaria o de alguna otra: eso significaría capitalizar los intereses personales en nombre de las muertas. Es abusar de la memoria de las muertas al mismo nivel en lo que lo hace el Estado. La hospitalidad no puede ser un acto de apropiación de la memoria. La acogida, más que ser un parasito que violente la hospitalidad, debería de ser acogida con un trabajo sobre las fuerzas de la hostilidad. La acogida –aun muerta- es convocada a un mutuo entrenamiento de las fuerzas: ejercita la sensibilidad, abre un proceso de duelo político. Su compañía es invitada a trabajar las tácticas posibles de combate, a cambiar los modos en los que las personas llegan a relacionarse, en suma a las estrategias de resistencia. No hay hospitalidad si la hostilidad se padece, si bloquea las fuerzas, si es el mecanismo de una impotencia, si se vuelve la polea de una ofensa o el motivo de un desprecio, si es causa de debilidad. La hospitalidad crea lazos de camaradería con la acogida. Fracasa si se abandona a la desazón propia del resentimiento. Habría que reiterar que no hay hospitalidad sin deber de memoria, sin lenguaje de la memoria: No hay estrategias de resistencia sin hospitalidad. La hospitalidad es el lenguaje de lo porvenir, desliza incondicionalmente lo porvenir por muy imposible que sea. / Quienes han puesto en marcha una práctica de hospitalidad en resistencia a los crímenes cometidos en Juárez es la asociación “Nuestras hijas de regreso a casa”. Asociación que junto con otras no sólo lucha por el esclarecimiento de los crímenes cometidos contra mujeres en Juárez, sino que ha puesto de manifiesto cómo el poder político y judicial se construye a partir de estos tanto a nivel local como nacional, dada la relación de Chávez Chávez con la procuraduría general de la república. En este sentido, la asociación lucha desde un deber de memoria por dar hospitalidad a las muertas, por la responsabilidad cívica frente al crimen de sus hijas, para llevarlas –incluso muertas- de regreso a casa.
[i] Deleuze, Crítica y clínica, Pág. 50