Esta es una parte del texto que se leyó durante el Encuentro III Jornadas Mexicanas de Retórica “La actualidad de la retórica”, los días 17, 18 y 19 de abril de 2013.
Ana María Martínez de la Escalera
El último decenio del pasado siglo enmarcó la travesía por ámbitos insospechados del discurso y la modalidad de lectura de la Deconstrucción derridiana; despliegue de su deseo de proposición ─epistemológico y político─ y de la urgencia de puesta en cuestión de cualquier actividad controladora del sentido, que la caracteriza. La operación diferencial deconstructiva[1]corrió entonces, libre y sin condición, por todo el dominio de las Humanidades y de las Artes. Semejante a una riada tal despliegue arrastró, fuera del ámbito de sus nacimientos diversos, presupuestos, héroes culturales y civilizatorios catacréticos, libros y objetos de los saberes del Hombre incuestionados, junto con modalidades naturalizadas de argumentación; pero por encima de todo, visibilizó e hizo accesible al análisis un mundo de vocabularios hegemónicos[2]para uso de las élites y para la eternización de la dominación intelectual y discursiva de las mayorías. Los operadores de dominación y exclusión quedaron expuestos como cuando las aguas de aluvión se retiran y permiten ver en los desechos no las viejas ideas, hoy vueltas inútiles por el progreso del entendimiento, sino lo que enseñado como universal y necesario sólo es el alimento del poder.
Hoy como entonces, a la deconstrucción se le pronostica un desafortunado destino ─entre debilitamiento y muerte─ del cual el hiperbólico despliegue es a la vez un testimonio y una causa, ya fuera por conducir a la hipertrofia, dispersión, ambigüedad, descentramiento, desconcentración conceptual, pérdida de rigor teórico, cabe decir usos y abusos diversos. Este pronóstico negativo no fue una sorpresa para Jacques Derrida quien, por el contrario, ya habíase decidido a tematizarlo. Efectivamente, en La Diseminación (fr. 1971; esp. 1975) primero y en Envois (Envío) después, dejó muy en claro que el uso de conceptos o argumentos fuera de fronteras teóricas definidas ─homogéneas y centradas, disciplinares y académicas─ o más allá de límites regulatorios[3]─diseminación, por cierto, indeterminable y sin origen[4]asignable─, no debe acreditarse a una degeneración o a una pérdida de rigor, de sentido y propósito, sino al mismo devenir contingente, al ritmo y velocidad de sus apropiaciones y expropiaciones, activaciones, y demás desplazamientos y reconfiguraciones de sentido; vale decir a la irreductible vida material de las palabras, de los discursos y de sus hablantes. Pues, aun si fuese posible rastrear a posteriori los caminos tomados por las categorías y los conceptos, asentándolos luego en un definido y detallado mapa, sólo será a través del análisis de las modalidades de su apropiación social e histórica que se podrá revelar, contra las operaciones de dominio sobre el discurso, su poder de invención[5]y su fuerza contra-hegemónica; ambas características de la diseminación.
Consideremos ahora lo siguiente: a la retórica como a la deconstrucción, la acusación de pérdida rigurosa de pertinencia y de apertura de sus límites de posibilidad (límites académicos, controles epistemológicos) tampoco la toman desprevenida. Desde hace mucho tiempo la actividad meta-retórica[6]ha venido pensando sobre:
- el devenir libertario de la práctica retórica y de sus operaciones de sentido y de poder (¿operaciones constitutivas u operaciones productivas?[7]), pensamiento contra la insistencia metafísica e historicista acerca de un origen único y propio del sentido y la referencia fuera del cual todo lo demás sería un abuso;
- sobre los usos diferenciales del discurso;
- sobre la muerte y la resurrección semántica y pragmática de las palabras;
- sobre una ética y una política del discurso.
En suma: reflexionando sobre la fuerza espectral del discurso[8]la cual es capaz de producir efectos de sentido y de subjetividad, en el cuerpo[9]y los afectos a través de la circulación e intercambio del discurso, pese a encontrarse este último ya sea prohibido por las instituciones de dominio, paralizado, o acusado de anacronismo y de carencia de vigencia y pertinencia teórica. Y, quizás, pensando allí donde el trabajo espectral es todavía más capaz: en la apropiación de lo que le han arrebatado.
La diseminación de la retórica a través de usos diversificados o actividades diferenciales[10]de sus figuras, tropos, operaciones o modelos ha sido denunciada por una celosa academia en humanidades y artes asustada ante la pérdida de control sobre la producción hegemónica del sentido y de la verdad. El miedo aquí expuesto es solidario del prejuicio y del supuesto acrítico y predeconstructivo, todos los cuales imponen el dogma de la solidez centrada e indivisible de las escuelas y las disciplinas, y la consagración de una relación devota con el origen disciplinar el cual se hace funcionar para asegurar un sólo centro de autoridad y fuente de la verdad. Este origen que confunde los comienzos (cualquier comienzo) con la finalidad revelada a posteriori, suele legitimarse como fundamento ontológico, como sentido primero y principal atrapado, como el mosquito en el ámbar prehistórico, a quien sólo un experto puede volver a la vida. Por cierto, el control absoluto sobre la vida significante es un imposible y no porque no se pueda dar la vida o sea reactivar la fuerza del sentido o del saber, sino porque únicamente hay ─o habrían habido, según dice Derrida─ comienzos sin origen [11]único y absoluto asignable si no es mediante el ejercicio continuado de la fuerza y la imposición.
Ahora bien, la dispersión no es un mal ─sólo un mal de archivo (Derrida), un exceso y una impredecible proliferación del sentido engarzados en cualquier mismidad─.
Así las cosas el despliegue experimentado por la deconstrucción responde a otra lógica y a otro decurso de la historia del discurso: la generación reciente de artistas y de otros devotos de la inteligencia ha preferido no heredar si ello supone la continuación de una tradición de pensamiento incuestionada en sus afirmaciones y en las formas de subjetividad que ha hecho posibles. Es una generación en resistencia que desea poner en cuestión los supuestos y aceptar el legado sólo de aquello que ha sido «puesto a prueba» mediante el examen de supuestos y efectos sociales. Y este afán de examen ha reactivado al trabajo de la deconstrucción tanto como a refuncionalizado y resignificado la actividad retórica[12]. Ambas parecen vivir esa sobrevida de la actividad diferencial que acredita a los mejores saberes de la gente[13]entre nosotros. Saberes como lo sería el marxismo en ciertos momentos más allá de coyunturas políticas y académicas, y como lo fue la retórica de los humanistas del siglo XV en lucha contra la reducción escolástica sufrida durante tantos siglos, o bien como hoy lo es la meta-retórica emancipada de la reducción semiotizante, la cual ha introducido mediante operaciones y operadores de sentido lingüísticos programas de dominación del discurso mediante formas de institucionalización y de sus efectos de subjetivación.
No sé si ello sea razón suficiente para, una vez asumidas las afinidades electivas entre retórica y deconstrucción, cruzar sus procedimientos e iniciar una conversación con expectativas de porvenir; como quiera que sea yo (debo reconocerlo) lo deseo. En manos del examen deconstructivo, la retórica se ha tornado un saber de la gente (saber democrático-político a diferencia del arte privilegiado y del arte del privilegio de los pasados siglos) y la deconstrucción, tras el examen metarretórico y crítico, deviene el acicate persistente del llamado a la justicia que nos llega desde los saberes dominados, de la tradición de los oprimidos (ética y política de la interpretación). En efecto, el saber retórico ofrece, junto con el uso reinventado (Vico) de conceptos y categorías, otra modalidad de subjetivación de los individuos y grupos y de de-sujetamiento de las formas de dominación del pensamiento y de las relaciones de poder que constituyen experiencias y subjetividades.
[1]Operación de lectura, de interrogación, de historización y de diseminación diferencial.
[2]Vocabularios de las instituciones y de los poderes.
[3]Límites epistemológicos y académicos fuera de los cuales dejaría de ser, ese saber específico, practicable.
[4]Origen como unidad de un comienzo y una finalidad o función predeterminada.
[5]Fuerza de invención de nuevos campos de temas, de problemas, nuevos saberes incluso y su fuerza contra-hegemónica, o sea su poder de producir estrategias semánticas en resistencia.
[6]Metarretórica o crítica de la retórica, esto es una retórica de la retórica.
[7] La decisión a favor de la constitución o de la producción corresponde precisamente a la meta-retórica.
[8]Que no es sino un trabajo de la diferencia y la variación, la pluralidad y la repetición que sin embargo augura lo distinto, es decir el poder de dejar algo en el mundo que no estaba allí antes..
[9]Cuerpo individual o colectivo.
[10]Actividades donde tiene lugar la variación y el cambio.
[11]Origen del sentido que puede poseer estatus semántico o filológico o pragmático o epistemológico u ontológico.
[12]Para ambas operaciones consultar Friedrich Nietzsche, Genealogía de la moral, Madrid, Alianza, 1983, p.88 y Judith Butler, “Fundamentos contingentes: el Feminismo y la cuestión del Posmodernismo”, en revista La Ventana, núm. 13, vol. II, julio 2001, Universidad de Guadalajara-Centro de Estudios de género, pp. 7-41.
[13]Saberes como el marxismo en ciertos momentos y la retórica de los humanistas en lucha contra la reducción escolástica sufrida durante tantos siglos, y la neorretórica en contra de la reducción semiotizante donde las operaciones y los operadores de sentido están programados para la dominación mediante la institucionalización y sus efectos subjetivantes.