Las herencias de Jacques Derrida: toma de la palabra y derecho de réplica

Ana María Martínez de la Escalera

Este encuentro tiene un antecedente: a finales del año 2004 nos reuníamos en esta Facultad para rememorar a Jacques Derrida, recientemente fallecido. Más ceremonial que teórico el gesto de despedida se repitió en las lecturas de textos breves. Ellos fueron también ademanes de bienvenida a la promesa de seguir pensando en las lenguas que llamamos “nuestras”. Amorosos unos, melancólicos otros, y todos a su manera, serían escrituras afirmativas de la fuerza de sobrevivencia de un pensamiento crítico —deconstructivo y diferencial— mediante el cual habíamos abierto los brazos al deseo de reflexión compartida. En ese entonces nos sorprendió la asistencia: no cabíamos en el salón –escenario- escogido. Publicamos las palabras leídas poco después bajo el título de Adiós a Derrida. De aquello nos separan ya diez años. Y la fuerza diferencial de sobrevivencia se confirma. Mucho más que una voz, mucho más que una lengua, mucho más que un saber, el trabajo de duelo derridiano por el que nos conmovió en Espectros de Marx continúa ofreciéndonos frutos diversos, exquisitos, insólitos y siempre propositivos. A eso hemos venido, a escuchar las múltiples herencias devenidas (desplegadas y echadas a volar) y a responder al particular deber de deuda, no contraído a la fuerza sino “libre”, que nos diferencia entre nosotros y del filósofo, en la misma medida en que lo ponemos en práctica. Pues sí; el deber es un ejercicio permanente sin protocolo alguno. Las respuestas a él son a la vez individuales y colectivas; en este momento, aquí, estamos interesados en la invención colectiva; por ello la invitación convoca a seminarios y grupos de investigación antes que a personalidades expertas. Hay o habrá –esperamos- reactivación colectiva del pensamiento sin apropiaciones narcisistas (incluso masiva), sin jerarquías: ello es parte de la deuda. Y habrá debate, toma de la palabra, réplicas, interrogantes con prudencia repartidos. Lo mejor repartido será hoy el deber de puesta en cuestión que a todos nos atañe. Es un deber de justicia en una lengua -¿o idioma?- que lleva 500 años de ejercicios coloniales del poder (recorriendo el camino de la dominación y hoy de la sujeción a la fuerza global masificada, tecnologizada de la lengua inglesa y sus productos).

Si a Derrida le comprometieron ambos, el deber y la justicia; a nosotros y nosotras nos hostigan y nos acechan con denuedo. Pues sí; la pregunta por la justicia, por el deber de justicia, por el deber y la responsabilidad (levinasiana y derridiana) en la toma de la palabra y en la exigencia de proposición y de réplica en las humanidades –incondicionalidad que Derrida supiera defender con acierto asertivo—sigue siendo urgente. Incondicionalidad de pensamiento, de proposición y de réplica demandada por nuestras diversas y diferenciales investigaciones sin dejarnos presionar por coyunturas institucionales y conveniencias personales.

Saludo que estén aquí. Damos la bienvenida a un deber de herencia que no obedece absolutamente a la reglas de una institución del saber; un deber “sin deber” describió Derrida, del que no estaría ausente la norma y la ley sino que, por el contrario, estaría tan atiborrado de ellas y sin saber a cuál obedecer, que la decisión siempre parasitada de imposibles se torna un punto de inflexión crítica: el más allá del deber regulador no estaría más allá del poder si no abriéndose paso —resistiendo— a través de sus relaciones de dominación. Una especie de “deber que nos endeudaría”, un contra-deber (Pasiones,23) La contraregla escribió D. es una regla más(25); aquí nos permitimos agregar una más entre otras, entre muchas otras. La deuda, para que no nos domine sino para que sea la oportunidad de la invención, implica —dirá en esa misma página— la regla de la cual no podemos prescindir y la invención sin regla, el más allá de la regla y del deber. A la vez y sin que se nos facilite la resolución de la aporía y la paradoja.

Convóquese entonces al sofismo, a la retórica y a su actitud o virtud nominalista: pues hay un singular deber de justicia, de respuesta, de amistad, de memoria en la actitud de este conversatorio y debate. Si la decisión que impregna el deber de escucha y de memoria es imposible en términos absolutos, ello no significa que no se tomen decisiones sino justamente que pasemos a la acción, que tomemos la palabra al vuelo y la ocasión de la mano sirviéndonos de ambas contra las sujeciones de la palabra institucionalizada. La imposibilidad de cierre estructural de la decisión de cumplir un deber y del deber de tomar una decisión en nombre de la verdad y su investigación, significa sobre todo su propia problematicidad pero no conduce necesariamente al abandono, a dejar ser, a no hacer. Todo lo contrario: Porque el deber es imposible pese a los esfuerzos de cumplimiento, o precisamente por ese reclamo de cumplimiento, habrá de ser pensado, puesto en práctica, siempre interrogado, siempre en proceso, individual y colectivo, femenino, mezcla, mistura. Si el carácter problemático nos paraliza entonces diremos que se utiliza como excusa para abandonar, hurtar el cuerpo. Pero ese cuerp, ese ademán del cuerpo (postura) es precisamente el escenario de la responsabilidad: la experiencia de la responsabilidad, del deber o la deuda, el “responder de la responsabilidad”. Y aquí estamos…Gracias.

Interroguemos, cambiemos impresiones, gustos y sentimientos, palabras y cuerpos, cuerpos de palabras en suma, hoy y quizás mañana y tal vez, en una próxima reunión.

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