Derrida: gestos y espectros para pensar la política, la educación y la universidad

Marcela Gómez Sollano[1]

  1. Hace diez años y más…

Hace diez años, Ana María Martínez de la Escalera congregó a un grupo de voces para hacer de la tinta y la palabra, un Adiós a Derrida[2]. Hoy, un nuevo llamado nos congrega en este espacio académico para que ese adiós sea palabra viva, enriquecida y enriquecedora, porque la obra que Derrida nos legó se inscribe y está presente de muchas maneras y desde múltiples miradas en las preguntas que nos formulamos y en la tarea político-pedagógica que desplegamos cotidianamente como educadores e investigadores. Este evento es por ello,en muchos sentidos, un gesto de hospitalidad y de compromiso que, sin abandonar a tan notable pensador, va más allá de él porque hace viva su obra a través de la palabra del otro.

Pero, puede hoy nuestra palabra ser ajena, distante al mundo que nos habita ¿Puede esta historia sangrienta y desgarrada, este truco monstruoso y despiadado en el que se ha convertido la vida diaria de nuestro país quedar ausente -en los márgenes, afuera, silenciada- de este homenaje en el que el nombre propio, es más que un nombre, es más que una palabra, es más, mucho más? Sobre todo cuando, a propósito de la masacre perpetrada en Iguala, Guerrero, el dolor y la muerte retornan, las de ahora resignifican otras de antaño. Pero en las circunstancias actuales, las acciones presentan nuevos elementos que ameritan una profunda reflexión porque están cruzadas por un factor a destacar, la crueldad…”[3]

Y lo es precisamente porque a quien homenajeamos no fue, como muchos otros, ajeno, distante, indiferente al dolor y a los espectros que la herencia le deja como pregunta al otro, frente a lo singular e irreductuble de la propia alteridad. Porque, qué es la deconstrucción si no precisamente “…ese gesto y pregunta por el otro”.[4]

Tarea compleja e inaprehensible porque constituye una exigencia permanente que inquieta y moviliza, porque devuelve el reconocimiento de un autor, al terreno de la responsabilidad, responsabilidad con la propia obra del que nos precedió, así como con las voces acalladas de la historia.

Guerras, persecuciones, exterminio, pobreza, marginación, expulsión, son huellas profundas que el siglo XX legó a la humanidad y continua en la década de horror que abrió el XXI. Y, cuando las clases políticas y sociales que concentran poder, riqueza y conocimientos construyen discursos por los que se despliega el odio hacia lo diferente, es momento de desplegar con toda su riqueza y complejidad el ejercicio deconstructivo de los diferentes rostros de la crueldad, por los que se cuela no solamente la negación del otro, sino su aniquilamiento, ya que, como él mismo Derrida lo señaló en 1995 en Santiago de Chile “No hay ningún análisis político social que no esté determinado por esas desapariciones”.[5]

Jacques Derrida supo escuchar esas voces y comprometerse con ellas, porque vivió en su infancia la exclusión de lo que significa ceder su puesto al segundo, por ser judío, porque recorrió los pasajes del colonialismo y la liberación, porque la clandestinidad fue una forma de permanencia, porque aprendió a dar la muerte, la de los otros, la de los amigos, la propia. Con su palabra convocó a los intelectuales a calcular una justa irrupción: “decir lo que se cree que no debe decirse” y oponer con ello “una voz discordante frente al actual consenso sobre el capitalismo de libre mercado y la democracia parlamentaria”.[6]

La experiencia histórica que condensa el siglo XX y el ya desbocado siglo XXI está marcada por este registro; su inscripción en la memoria individual y social constituye un punto nodal del reencuentro con el pasado y de la responsabilidad presente con las víctimas, en una época que, como la actual, está fuertemente marcada por “La destrucción del pasado, o más bien de los mecanismos sociales que vinculan la experiencia contemporánea del individuo con las generaciones anteriores”[7].

Aprender a vivir con los fantasmas puede darnos la oportunidad de construir una escritura diferente, una escritura propia, que no es ajena a la escritura del otro. Una tarea pendiente de la que la filosofía, la pedagogía y la institución universidad no se pueden abstraer, porque dejar a la saga del mercado al pensamiento, no será nada más que la muestra de nuestra propia debilidad.

De ahí la importancia de insistir y recuperar con fuerza y pertinencia histórica, el horizonte que Derrida configuró como legado, a partir de su obra. Qué mejor gesto para rendir homenaje a diez años de su muerte a este pensador que insistió en el sentido crítico y humanista de la institución Universidad y que refrendamos aquí comoreferentes de nuestra propuesta en torno a la dimensión actual de la institución, la educación y la política, cruzadas por las imágenes fantasmáticas que toda alteridad conlleva, frente al otro como extranjero; porque, tal como le señalaron Cohen y Martínez de la Escalera en su oportunidad: “El otro es siempre extranjero, es decir, nuestro congénere y no necesariamente un enemigo a combatir. El otro es el lugar donde la alteridad se realiza y no el peligro que en él se agazapa para destruir nuestra llamada identidad”.[8]

Las tensiones[9] entre la universidad y su entorno parecen sintetizarse en la oposición entre la universidad funcional y la “universidad sin condición” que propone Derrida, quien sostiene que la universidad no solamente tiene el derecho a cuestionarlo todo, sino que tiene el deber de hacerlo.[10] Qué lugar toca al amplio espectro de las Humanidades en este entramado complejo de tensiones y articulaciones en el que se debate la Universidad “… para ––como lo señaló Derrida–– encontrar el mejor acceso a un nuevo espacio público transformado por unas nuevas técnicas de comunicación, de información, de archivación y de producción de saber.”[11]

 

  1. Y ¿las Humanidades?

A las humanidades se les ha encomendado la edificación de los puentes comunicantes, o lo que es lo mismo a inventar políticas para integrar lo desintegrado. Esta paradoja es parte del espectro que configura los temas que se reconocen como humanísticos. Lejos de querer deshacernos de ella tendremos que intentar, por el contrario, reconocer que ésta es propia del campo de investigación y además nos brinda la posibilidad de una acción que podríamos llamar de integración, entendida como “… un nuevo proceso crítico que trabaja entre los espacios de las disciplinas académicas, y sobre las relaciones entre la academia y otros lugares políticos, activando una desafiante zona de conflictos entre conservación (lo sedimentado) e irrupción o dislocación (lo emergente).”[12]

Se trata del límite que separa a la universidad y su tarea epistémica (la investigación), antes que formativa, del mundo que trata de pensar. Razones pedagógicas, políticas e ideológicas entraron a formar parte del diseño universitario, razones que no son propiamente universitarias o controladas por la estructura universitaria pero que presuponen la forma universitaria y ésta presupone a su vez un enclave de fuerzas que dan lugar a la sociedad y su necesidad de transmisión de conocimientos.

El límite de lo interior de la universidad y lo exterior está claramente desdibujado. Y, sin embargo, a cada paso de su funcionamiento la universidad se ve precisada de actualizar las divisiones o límites que le dan sustento, de manera altamente conflictiva o paradójica ya“…que, en nombre de la trascendencia especulativa modelizada por la filosofía, divorcian el conocimiento de la exterioridad batallante de lo social.”[13]

Esta fundación paradójica de la universidad es efectuada día con día mediante tareas que no tienen como función esa preservación de límites, pero que no obstante los realiza indefectiblemente. Divisiones que siguen teniendo efectos inmediatos, efectos en las lenguas que se hablan en la universidad, esto es, las lenguas técnicas de los distintos conocimientos; divisiones (límites) entre los individuos, es decir, directamente sobre la forma en que las personas y las disciplinas se relacionan entre ellos y entre sí en nuestro trabajo; divisiones que refuerzan, entre otras cuestiones, la separación entre lo público y lo privado, entre teoría y práctica, entre formación e investigación, entre producción de conocimientos y demandas socio-productivas y que operan comomecanismos de autoridad, control y poder del saber que regulan las ideologías sociales del conocimiento.[14]

Entonces, esta actualización de efectos de división es mucho más que un mero asunto técnico exterior a la condición misma de la universidad, es más bien su propia naturaleza conflictiva; por ejemplo, los efectos de división práctica entre las tareas públicas llevadas a cabo por la universidad y las fuerzas privadas que entorpecen esta labor.

De ahí la importancia de identificar las fuerzas que siguen dividiendo, sin las cuales, paradójicamente, no habría universidad pero por las cuales la universidad no puede cumplir las tareas que ella misma se ha encomendado. Además, resulta necesario identificar las fuerzas de resistencia que surgen aquí y allá y permiten la realización de la tarea pública de la universidad.

Al ser incondicional, semejante resistencia podría oponer la universidad a un gran número de poderes: a los poderes estatales (y por consiguiente, a los poderes políticos del Estado-nación así como a su fantasma de soberanía indivisible: por lo que la universidad sería de antemano no sólo cosmopolita, sino universal, extendiéndose de esa forma más allá de la ciudadanía mundial y del Estado-nación en general), a los poderes económicos (a las concentraciones de capitales nacionales e internacionales), a los poderes mediáticos, ideológicos, religiosos y culturales, etc., en suma, a todos los poderes que limitan ––como Derrida lo señaló en su oportunidad–– la democracia por venir.[15]

Por ello, la soberanía de la universidad es una cuestión que deberá también ser pensada, así como la autonomía en su sentido menos jurídico; es decir, en su significado más político y pedagógico: como una estrategia de resistencia. “En ella se precisa no sólo un principio de resistencia sino una fuerza de resistencia ––y de disidencia––.” “…esa fuerza de resistencia, esa libertad que uno se toma de decirlo todo en el espacio público tiene su lugar único y privilegiado en lo que se denomina Humanidades.”[16] Sería ciertamente imposible la resistencia sin identificar primero esas fuerzas y sin reconocer su actuación, dentro y fuera de la maquinaria universitaria. Solo así el papel de las humanidades mostrará su razón de ser públicos.[17]

Por ello, sería conveniente mostrar cómo, desde estas humanidades que nos convocan hoy, se instaura aquello que pretendemos poner en cuestión (me refiero a las divisiones asimétricas cuyos efectos éticos, políticos, educativos, culturales, lingüísticos, etcétera tienen repercusiones injustas). Y debemos hacerlo en nombre justamente de una universidad de pensamiento incondicional.[18] Este es su carácter paradójico.

En este contexto resulta central reconocer la relevancia ––siguiendo a Martínez de la Escalera y a Lindig–– del vocabulario crítico de la alteridad[19], para pensar las formas de exclusión generadas por la institución universitaria. La alteridad no es la condición de diferencia: la alteridad es lo que permite pensar el proceso de diferenciación que nunca es “natural” sino histórico; es decir, instituido. “Esto implica el reconocimiento radicalmente perturbador de que es solamente a través de la relación con el Otro, la relación con lo que no es, precisamente con lo que falta,…, que el significado positivo de cualquier término ––y de esta manera su identidad–– puede ser constituido.”[20]

III. Algunas líneas para seguir pensando…

Visto así, la universidad, como sostenía Derrida, no solamente tiene el derecho a cuestionarlo todo, sino que tiene la obligación de hacerlo. Se trata por lo tanto de una práctica que, además de cuestionar prejuicios que dominan la imaginación creadora social, propone, sin reserva alguna, maneras de hacer y argumentos inéditos.

La Universidad es la institución en la cual la sociedad ha delegado la responsabilidad de ejercer una crítica seria, constante y fundada en el saber. Para la universidad los saberes articulados en las humanidades constituyen una indeclinable fuente de su función crítica y de sus valores fundamentales.

Esto nos conecta con el problema de los derechos y deberes de los sujetos políticos y sociales respecto de la educación, la formación y la investigación. De ese reconocimiento dependerán, en parte, no sólo las grandes políticas sino las pequeñas soluciones técnico-metodológicas, la apertura o el cierre de posibilidades prospectivas, la articulación o el divorcio de la educación con el futuro democrático nacional y los imaginarios que en él se cobijan y lo sostienen. Cabe en este escenario la Universidad sin condición como uno de los gestos derridianos que como espectro recorre las paradojas por las que las Humanidades configuran parte de su quehacer actual. ¿Estamos a la altura de tan complejo y profundo desafío? Derrida ya dio su respuesta. Cuál es la nuestra, en nuestra condición de sujetos vinculados al conocimiento y a la educación. Queda abierta la pregunta como ese gesto derridiando, siempre perturbador, siempre demoledor, siempre espectro que como fantasma amenaza, altera y desedimenta los cánones por los que la educación y la política muestran su condición de posibilidad e imposibilidad en la incomensurabilidad de lo social, cruzado hoy por estos difíciles momentos en los que la larga lista de injusticias crece de manera galopante.

[1]Profesora. de Carrera Titular de la Facultad de Filosofía y Letras. Responsable en México del Programa Alternativas Pedagógicas y Prospectiva Educativa en América Latina (APPeAL) y del Proyecto “Políticas y reformas educativas en la historia reciente de México en el contexto latinoamericano: tensiones formas de articulación y alternativas pedagógicas” (DGAPA-PAPIIT; IN400714) del cual esta ponencia forma parte.

[2] Martínez de la Escalera, Ana María. Adiós a Derrida. México, Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM, 2005.

[3] Cfr. Cueli, José. “Espera de justicia… sin horizonte”, en La Jornada de en medio. México, 10 de octubre, 1995, cultura 5a.

[4] En tanto la deconstrucción no es una crítica y sí un acto de justicia, la pregunta es ¿Qué es ese gesto que conduce a la deconstrucción? Es el otro. El diálogo con el otro, el respeto a la singularidad y a la alteridad del otro es lo que me empuja a intentar ser justo con el otro -o conmigo mismo como otro- (Derrida, Jacques, “A democracia es uma promessa”, entrevista con Elena Fernandes. Jornal de Letras, Artes e Ideas, 12 de octubre de 1994, p. 9, citado en Skliar, Carlos y Graciela Frigerio, comps. Huellas de Derrida. Ensayos pedagógicos no solicitados. Argentina, Del Estante, 2005: pp. 11-31).

[5] Richard, Nelly (dir.). revista de Crítica Cultural, 12. Santiago de Chile, 1995.

[6]Idem.

[7] Hobsbawm, Eric. Historia del siglo XX. Barcelona, Crítica, 1994, p. 13.

[8] Cohen, Esther y Ana María Martínez de la Escalera (coords.). Lecciones de extranjería. Una mirada a la diferencia. México, Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM, Siglo XXI, 2002, p. 8.

[9] Con la idea de tensión, antes que aludir a un rasgo contundente o inexorable, se sugiere una condición de elasticidad y desplazamiento en aspectos cruciales de la institución universitaria.

[10]Derrida, Jacques. Universidad sin condición. Madrid: Trotta, 2002.

[11]Ibid., p. 1.

[12] Richard, Nelly. “Humanidades y ciencias sociales: travesías disciplinarias y conflictos en los bordes”, en Buenfil, Rosa Nidia et al. (coords.). Giros teóricos II. Diálogos y debates en las ciencias sociales y las humanidades. México, Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, 2012, pp.32-33.

[13] Ibid., pp. 31-32.

[14] Ibid., p. 27. Asimismo se sugiere: Foucault, Michel. El orden del discurso. Barcelona, Tusquets, 1973.

[15] Derrida, Jacques. La universidad sin… op. cit., p. 2.

[16] Derrida, Jacques. La universidad… op. cit., p. 2.

[17] Lo público, desde esta perspectiva, es la práctica experimental de la comunidad política o de acción social que ahí se genera, siempre cambiante, flexible y práctica. (Cfr. Martínez de la Escalera y Erika Lindig (coords.). Op. cit., p. 75.)

[18] Llamamos aquí pensamiento ––siguiendo a Derrida–– “… a aquello que a veces rige ––según una ley por encima de leyes–– a la justicia de esa resistencia o de esa disidencia.” (Cfr. Derrida, Jacques. La universidad… op.cit., p. 3.)

[19]Martínez de la Escalera, Ana María y Erika Lindig. Alteridad y exclusiones. Vocabulario para el debate social y político. México, Facultad de Filosofía y Letras-UNAM, Juan Pablos, 2013.

[20] Hall, Stuart. “¿Quién necesita la identidad”, en Buenfil, Rosa Nidia (coord.). En los márgenes de la educación. México, Plaza y Valdés, Seminario de Análisis Político de Discurso Educativo, 2002, p. 233.

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