Es errada la discusión contemporánea que menosprecia la multiplicidad de luchas por una subjetividad y una forma de vida diferentes entendiéndolas como simples “rebeliones radicales”[1] que no logran “alcanzar una intensidad” revolucionaria. Pues se afirma que no tienen relación entre ellas y por ello no pueden tener eficacia, no pueden “tirar” el sistema capitalista. De este modo. Claudio Katz ha valorado las luchas contemporáneas en Latinoamérica a partir de “la modalidad clásica de rebelión diferenciada de la revolución”.[2] Así la “sucesión de rebeliones” actuales en el mundo latinoamericano debe entenderse como una “situación potencialmente revolucionaria” y no como una revolución permanente. Y da tres puntos para diferenciar estas rebeliones latinoamericanas de una revolución socialista: 1) estas luchas no han “forjado organismos de poder rivales del Estado”, 2) tampoco han forjado “milicias desafiantes de las fuerzas armadas”, y 3) la revolución es “convulsiva”, sucede en la forma de un “colapso” y no, como sucede en las luchas latinoamericanas, bajo la forma de unas “prolongadas etapas de crisis” de “indefinida duración”. Para Katz la revolución no puede dejar de lado la violencia, se reconoce porque instaura drásticamente un orden político y conforma un organismo militar para salvaguardarse.
Considero que –y para dejar de lado los hábitos especulativos y prácticos de pensar lo social en términos de totalidad/elementos, interdependencia natural, “obligación solidaria”[3]– para diferenciar y evaluar los acontecimientos de solidaridad habría que caracterizar el concepto de co-operación de acuerdo a un carácter operativo o productivo: como producción contingente y continua de diferentes relaciones políticas y sociales de alianza (entre cuerpos, movimientos, grupos, instituciones, etcétera). Pues ya es un acto político poner en operación y saber mantener una alianza diferente entre actores, instituciones, hábitos, cuerpos, etcétera. Esta apuesta trataría de re-formular circunstancialmente, elaborando discursos que respondieran y elaboraran, las prácticas puntuales de cualquier forma de producción de lo político o social. El pensamiento devendría así un trabajo cuidadoso de descripción-interpretación del sentido de las prácticas productivas de resistencia contemporáneas. Este desplazamiento al interior de las políticas del pensamiento es exigido por la singularidad de las prácticas de resistencia actuales, de “lo que ocurre en la política”.[4]
Ya Etienne Balibar ha propuesto lo que llama “política de la civilidad” para pensar el sentido de las prácticas de lo político contemporáneo. El objetivo de este concepto de civilidad es resistir a la violencia ejercida por los mecanismos de gobierno capitalistas que funcionan mediante un mecanismo de naturalización de las condiciones de la opresión sobre la sensibilidad de ciertos individuos concebidos como mercantilizables y utizables. Así, la forma de subjetividad que re-producen haría concebir lo dado de la opresión como lo natural al ser atrapado en su subjetividad de excluido.[5] Hacer que un individuo siga siendo lo que es,[6] es lo que según Balibar se llamaría violencia hoy en día. Tal busca que “no exista ninguna posibilidad para las víctimas de pensarse y representarse en nadie como sujetos políticos, capaces de emancipar la humanidad emancipándose a sí mismos.”[7] Así, la política de la civilidad se trataría de poner en operación “una resistencia colectiva ante la violencia y en especial a la violencia de exterminio, que no adopte la forma de un orden estatal, de una ‘contraviolencia’ institucional, sino de una actividad experimental de los individuos, de los grupos pequeños, y hasta de las propias ‘masas’.”[8]
[1] Katz, Claudio. “Las nuevas rebeliones latinoamericanas” en Memoria # 225, diciembre de 2007, p. 11.
[2] Ibid, p. 12.
[3] González Morfín, Efraín. Solidaridad. México, Instituto mexicano de doctrina social cristiana, IMDOSOC, 2008, p. 4. Allí se plantea la solidaridad en estos términos: “Por la solidaridad, la sociedad y sus miembros personales dependen recíprocamente entre sí en el ser, en la actividad y en los efectos de la misma. Esta solidaridad es, ante todo, un hecho o realidad en el orden del ser. De hecho, con conciencia o sin ella, queriendo o no, para bien o para mal, dependemos de la sociedad en que vivimos y ésta a su vez, depende de nosotros, que somos sus miembros constitutivos.” (p. 3)
Habría que rastrear la genealogía hasta los actuales intentos educativos de la SEP de poner en operación un concepto de cooperación en términos de solidaridad religiosa. Así “Cooperar significa trabajar juntos para lograr objetivos compartidos. En las actividades cooperativas, los individuos buscan resultados que resulten beneficiosos para sí mismos y, al mismo tiempo, para todos los otros integrantes del grupo.” (Johson, David, Johson, Roger y Holubec, Edythe. Los nuevos círculos del aprendizaje. La cooperación en el aula y la escuela, pp. 10-11) Se habla de una “interdependecia positiva” (p. 13) que se puede caracterizar como un “destino común” (p. 11).
[4] Convocatoria del “Primer festival mundial de la digna rabia”
[5] De allí, la reivindicación contemporánea de la criminalidad como forma de vida sería efecto de esta violencia contemporánea: el narcotráfico, las gangas, el cine gore, etcétera –de allí la estrategia de criminalización que los gobiernos contemporáneos ejercen y no sólo contra los movimientos sociales sino contra la población en general. A los individuos de las favelas, los indígenas, las mujeres y niños obligados a la prostitución, los que viven en la exclusión total, los mecanismos de gobierno y explotación contemporáneos tratarían de encerrarlos en lo dado de su subjetividad.
[6] Alain Touraine caracteriza una parte de “la profunda ruptura” en “nuestra experiencia contemporánea” como “la revancha del ser sobre el hacer”. Esto significaría que a la par de una autonomización de los mecanismos de gestión económica, el día de hoy “el actor […] deja de ser social; se vuelca sobre sí mismo y se define por lo que es y ya no por lo que hace” (¿Podremos vivir juntos? Iguales y diferentes, México, FCE, 2000, p. 39). A eso llama “desinstitucionalización”, “despolitización” y “desocialización”.
[7] Balibar, Étienne. “Tres conceptos de política: emancipación, transformación, civilidad” en Violencias, identidades y civilidad. Para una cultura política global. Barcelona, Gedisa, 2005, p. 35.
[8] Balibar, Etienne. Violencias, identidades y civilidad, p. 13.