Próximos eventos del seminario

Eventos:

1) Mesas Estrategias discurivas I y II en el IV Encuentro Nacional ALED-México, que tendrá lugar los días 27, 28 y 29 de octubre del presente, en la ciudad de Puebla de los Ángeles, Puebla. Ver página aquí.

2) Mesa Análisis del discurso y escepticismo en el Coloquio Escepticismo filosófico: historia, método y forma de vida, los días 10, 11 y 12 de noviembre de 2010, en México, D. F.

3) Reunión anual del seminario: 23 de noviembre, en Cuernavaca.

4) Mesa Estrategias de resistencia: género, crítica y política, en el Coloquio anual del PUEG.

5) Presentación del libro del seminario “Feminicidios” en la UPN, el 25 de noviembre de 2010, en México, D. F.

6) Mesa Pragmática y análisis del discurso en el I Coloquip internacional de lingüística aplicada. Lengua y revolución, 2 y 3 de dicembre de 2010, en Puebla, Puebla. (Por confirmar)

SOLIDARIDAD COMO CO-OPERACIÓN. SEGUNDOS APUNTES.

Es errada la discusión contemporánea que menosprecia la multiplicidad de luchas por una subjetividad y una forma de vida diferentes entendiéndolas como simples “rebeliones radicales”[1] que no logran “alcanzar una intensidad” revolucionaria. Pues se afirma que no tienen relación entre ellas y por ello no pueden tener eficacia, no pueden “tirar” el sistema capitalista. De este modo. Claudio Katz ha valorado las luchas contemporáneas en Latinoamérica a partir de “la modalidad clásica de rebelión diferenciada de la revolución”.[2] Así la “sucesión de rebeliones” actuales en el mundo latinoamericano debe entenderse como una “situación potencialmente revolucionaria” y no como una revolución permanente. Y da tres puntos para diferenciar estas rebeliones latinoamericanas de una revolución socialista: 1) estas luchas no han “forjado organismos de poder rivales del Estado”, 2) tampoco han forjado “milicias desafiantes de las fuerzas armadas”, y 3) la revolución es “convulsiva”, sucede en la forma de un “colapso” y no, como sucede en las luchas latinoamericanas, bajo la forma de unas “prolongadas etapas de crisis” de “indefinida duración”. Para Katz la revolución no puede dejar de lado la violencia, se reconoce porque instaura drásticamente un orden político y conforma un organismo militar para salvaguardarse.

Considero que –y para dejar de lado los hábitos especulativos y prácticos de pensar lo social en términos de totalidad/elementos, interdependencia natural, “obligación solidaria”[3]– para diferenciar y evaluar los acontecimientos de solidaridad habría que caracterizar el concepto de co-operación de acuerdo a un carácter operativo o productivo: como producción contingente y continua de diferentes relaciones políticas y sociales de alianza (entre cuerpos, movimientos, grupos, instituciones, etcétera). Pues ya es un acto político poner en operación y saber mantener una alianza diferente entre actores, instituciones, hábitos, cuerpos, etcétera. Esta apuesta trataría de re-formular circunstancialmente, elaborando discursos que respondieran y elaboraran, las prácticas puntuales de cualquier forma de producción de lo político o social. El pensamiento devendría así un trabajo cuidadoso de descripción-interpretación del sentido de las prácticas productivas de resistencia contemporáneas. Este desplazamiento al interior de las políticas del pensamiento es exigido por la singularidad de las prácticas de resistencia actuales, de “lo que ocurre en la política”.[4]

Ya Etienne Balibar ha propuesto lo que llama “política de la civilidad” para pensar el sentido de las prácticas de lo político contemporáneo. El objetivo de este concepto de civilidad es resistir a la violencia ejercida por los mecanismos de gobierno capitalistas que funcionan mediante un mecanismo de naturalización de las condiciones de la opresión sobre la sensibilidad de ciertos individuos concebidos como mercantilizables y utizables. Así, la forma de subjetividad que re-producen haría concebir lo dado de la opresión como lo natural al ser atrapado en su subjetividad de excluido.[5] Hacer que un individuo siga siendo lo que es,[6] es lo que según Balibar se llamaría violencia hoy en día. Tal busca que “no exista ninguna posibilidad para las víctimas de pensarse y representarse en nadie como sujetos políticos, capaces de emancipar la humanidad emancipándose a sí mismos.”[7] Así, la política de la civilidad se trataría de poner en operación “una resistencia colectiva ante la violencia y en especial a la violencia de exterminio, que no adopte la forma de un orden estatal, de una ‘contraviolencia’ institucional, sino de una actividad experimental de los individuos, de los grupos pequeños, y hasta de las propias ‘masas’.”[8]




[1] Katz, Claudio. “Las nuevas rebeliones latinoamericanas” en Memoria # 225, diciembre de 2007, p. 11.

[2] Ibid, p. 12.

[3] González Morfín, Efraín. Solidaridad. México, Instituto mexicano de doctrina social cristiana, IMDOSOC, 2008, p. 4. Allí se plantea la solidaridad en estos términos: “Por la solidaridad, la sociedad y sus miembros personales dependen recíprocamente entre sí en el ser, en la actividad y en los efectos de la misma. Esta solidaridad es, ante todo, un hecho o realidad en el orden del ser. De hecho, con conciencia o sin ella, queriendo o no, para bien o para mal, dependemos de la sociedad en que vivimos y ésta a su vez, depende de nosotros, que somos sus miembros constitutivos.” (p. 3)

Habría que rastrear la genealogía hasta los actuales intentos educativos de la SEP de poner en operación un concepto de cooperación en términos de solidaridad religiosa. Así “Cooperar significa trabajar juntos para lograr objetivos compartidos. En las actividades cooperativas, los individuos buscan resultados que resulten beneficiosos para sí mismos y, al mismo tiempo, para todos los otros integrantes del grupo.” (Johson, David, Johson, Roger y Holubec, Edythe. Los nuevos círculos del aprendizaje. La cooperación en el aula y la escuela, pp. 10-11) Se habla de una “interdependecia positiva” (p. 13) que se puede caracterizar como un “destino común” (p. 11).

[4] Convocatoria del “Primer festival mundial de la digna rabia”

[5] De allí, la reivindicación contemporánea de la criminalidad como forma de vida sería efecto de esta violencia contemporánea: el narcotráfico, las gangas, el cine gore, etcétera –de allí la estrategia de criminalización que los gobiernos contemporáneos ejercen y no sólo contra los movimientos sociales sino contra la población en general. A los individuos de las favelas, los indígenas, las mujeres y niños obligados a la prostitución, los que viven en la exclusión total, los mecanismos de gobierno y explotación contemporáneos tratarían de encerrarlos en lo dado de su subjetividad.

[6] Alain Touraine caracteriza una parte de “la profunda ruptura” en “nuestra experiencia contemporánea” como “la revancha del ser sobre el hacer”. Esto significaría que a la par de una autonomización de los mecanismos de gestión económica, el día de hoy “el actor […] deja de ser social; se vuelca sobre sí mismo y se define por lo que es y ya no por lo que hace” (¿Podremos vivir juntos? Iguales y diferentes, México, FCE, 2000, p. 39). A eso llama “desinstitucionalización”, “despolitización” y “desocialización”.

[7] Balibar, Étienne. “Tres conceptos de política: emancipación, transformación, civilidad” en Violencias, identidades y civilidad. Para una cultura política global. Barcelona, Gedisa, 2005, p. 35.

[8] Balibar, Etienne. Violencias, identidades y civilidad, p. 13.

Micropolítica y el vocabulario del feminicidio

Micropolítica y Eficacia Performativa del Vocablo Feminicidio:
Lourdes Enríquez
Como parte del análisis teórico que corresponde a esta mesa, queremos introducir una lectura discursiva de la constitución del “feminicidio” como término importado del vocabulario de las estrategias de resistencia.
La propuesta que hacemos es sostener el debate inter y transdisciplinario sobre la eficacia performativa del vocablo “Feminicidio”. Pensamos que la noción se acuñó como una contribución al debate entre saberes de la academia y saberes de la lucha y como tal hay que tratarla.
Comenzamos estas consideraciones por un imperativo -este imperativo cruza las fronteras disciplinares y señala una urgencia política contemporánea- se trata de examinar el vocabulario que circula en un ámbito micropolítico, tal como fue descrito por Deleuze, al que podríamos llamar ámbito del activismo de género, para después contrastarlo con los conceptos que ordenan lo macropolítico, que es el campo de acción de la filosofía política y de algunas ciencias sociales.

El ámbito macropolítico se refiere a un ejercicio de política soberana y representativa, ya suficientemente puesta en cuestión en los trabajos de Foucault, que fundándose en la identidad del individuo o de la nación, produce y reproduce aquello de lo que dice originarse: esto es, la identidad. En consecuencia el ejercicio de política que domina este ámbito procede mediante demandas de exclusión e inclusión, en lo visible y en lo decible, es decir que se lleva a cabo mediante una constante actividad de conteo. Como aclara Rancière, se trata de ser contado en el orden de lo sensible y entre los que cuentan, ser visible entre los visibles. En este ámbito práctico-instrumental-identitario, que incluye ejercicios y saberes de conteo, la igualdad política se decide desde la relación tensional entre prácticas de inclusión y de exclusión, discursivas y no discursivas.
Lo micropolítico, por otro lado, se refiere a un ámbito procesual es decir, no instrumental y no identitario, de ciertas prácticas que son discursivas y no discursivas, colectivas e individuales que atravesando lo macropolítico dan lugar a experiencias problematizadoras y críticas.
El activismo de género al que queremos referirnos pertenece a la dimensión micropolítica. Funciona mediante estrategias de resistencia contra las tecnologías que son biopolíticas tanto reguladoras como disciplinarias y contra las técnicas necropolíticas, como es el caso de los feminicidios.

Derivada del debate entre el activismo de género y del trabajo de reelaboración teórica del feminismo de los últimos años, emerge la cuestión decisiva de la eficacia del vocabulario que se usa en el debate.
El debate generado a partir del término “feminicidio”, apunta a su uso jurídico hacia la posibilidad de legislar y/o litigar. Se da por descontado que si el discurso feminista, académico o del activismo, aprueban su uso, será en función de una demanda de operatividad dirigida a la autoridad y a los aparatos de Estado, para indiciar a los culpables, y castigarlos ejemplarmente con el fin de impedir que se repita este tipo de violencia.
Por el contrario, consideramos que al interrogar la eficacia retórica del uso del vocablo, nos podremos desplazar de la práctica jurídica (cuya acción es macropolítica, es decir, limitada por la vigencia de un marco moral abstracto) hacia una repolitización del discurso con perspectiva de género que suspende la ética en función de una política. Una política de visibilización del problema y de sensibilización en contra de la violencia misógina a él asociada. Este análisis micropolítico no muestra la verdadera identidad del concepto o la ausencia de una verdadera esencia descriptiva, según sostienen algunos, sino su eficacia operativa. Es decir, lo que acontece por el uso de la expresión en contextos específicos.
Primero vamos a hacer algunas precisiones sobre lo jurídico.
Conviene distinguir por un lado, el dominio de la finalidad jurídica y por el otro, el ámbito de operación de la ley. Se entiende por finalidad jurídica el preservar la justicia en la convivencia social mediante acciones preventivas y punitivas instrumentadas por leyes, normas y reglamentos.
Lo anterior se ha expuesto en todos los códigos que han normado la conducta humana desde la antigüedad hasta nuestros días.
En el ámbito de la operación, se identifica a la ley con su interpretación que infiere el paso de lo general a la situación particular, este paso se realiza a través del aparato judicial configurado por tribunales con jueces y juezas, magistrados y magistradas, la suprema corte y sus ministros y ministras, el aparato policíaco, y los ministerios públicos. Así como la normatividad, y el diseño de las políticas públicas y sus reglamentos que sensibilizan, educan, capacitan, instauran la transversalidad de género, etc. Cabe aclarar que no se logra una adecuación con lo legislado, porque estos aparatos de estado no funcionan de la misma manera, es decir, no son homogéneos y menos aún simétricos y su implementación modifica notoriamente la dimensión de las finalidades de la ley. Es importante referirnos también, a la falta que han cometido los gobiernos al no armonizar a la legislación nacional, los tratados internacionales que se han suscrito en materia de violencia contra las mujeres.
Es prudente entonces, que al referirnos a la cuestión del vocablo “feminicidio” tomemos en cuenta lo que éste opera en el marco legal y la instrumentación del mismo. La prudencia es un procedimiento jurídico, una lógica de lo singular a lo general. Es un procedimiento de fuerzas retóricas que buscan oportunidad.
Este funcionamiento de la palabra que hemos detallado, la definiremos como eficacia performativa. Entendiendo por performatividad, una fuerza o poder por el cual algo tiene lugar por el sólo hecho de decir o enunciar una palabra en ciertas condiciones prácticas de discurso, en nuestro caso es la palabra “feminicidio”.

No opera igual la expresión cuando es usada en el contexto de una ley, que cuando es utilizada para levantar una denuncia ante el ministerio público, para querellarse en un proceso litigioso, tratar con la policía, que cuando el vocablo es utilizado en los medios masivos de comunicación, en los informes gubernamentales o no gubernamentales, en un debate parlamentario, en recomendaciones al gobierno de organismos internacionales sobre derechos humanos, o cuando se solicita que se imponga un estado de alerta por violencia feminicida en una entidad de la República.
Como puede testimoniarse, la palabra “Feminicidio” tiene el poder de dar lugar y pie a comportamientos diversos. Recordemos que se testimonia en primera persona del singular o plural desde la experiencia directa de testigo. Para ejemplificar esto, la palabra “feminicidio” usada en un ejercicio o práctica de capacitación de algún grupo o comunidad específica suele generar incomodidad: se trata de una incomodidad corporal ante la ausencia de una definición precisa pero también se suma a ella otro tipo de incomodidad. Esta última se expresa como síntoma violento de incomprensión (pasaje al acto), como podría ser el no querer escuchar, el mostrar evasión. La palabra “feminicidio” violenta el ejercicio regular de los comportamientos respecto al sexo y a los roles de género, es decir a las prácticas de subjetividad macropolíticas de la normatividad sexual. Esta violencia no es nada comparada con la violencia de género que la palabra intenta describir. De hecho, pese a lo que quien la acuñó argumenta, la palabra no describe con transparencia nada, como nos los va a explicar la Dra. Ana María Martínez de la Escalera en su ponencia.
El poder del vocablo “feminicidio” está en lo que visibiliza (desenmascara el patriarcado como una institución que se sustenta en el control del cuerpo y la capacidad sádica sobre las mujeres)…