La fabulación política de lo animal

Armando Villegas

A Padme, Leia, Tomás, Uma, Naboo y Roll.

Claro, a Roll.

La cuestión de la animalidad no es por cierto, una cuestión entre otras. Estas palabras de Derrida anudan una preocupación que no dejó de estar presente en sus textos durante toda su vida. Ya en la Gamatología la deconstrucción debía reparar en el hecho de que la metafísica pensó “lo otro” con un dejo de simplicidad, de semejanza, de identidad y de continuidad. Y eso “otro” que se anuncia como tal y de lo cual la metafísica no sabe nada implica a todo lo que ha determinado como “no viviente” y por todos los niveles de la organización animal.

            Sin embargo, esas derivas sobre la animalidad debieron esperar los dos últimos seminarios que dictó en la Escuela de Altos Estudios para ver cómo las problemáticas sobre el asunto se multiplicaban casi al punto de escarbar en las diferencias que constituyen a todos y cada uno de los seres que habitan el planeta y que cómoda, perezosa y jerárquicamente oponemos por referencia a lo humano como lo animal. Cuestión urgente de pensar sin coartada y por nosotros, pues en este tema, la herencia de Derrida, consiste en que sus reflexiones se dictaron en un seminario y sólo abrieron preguntas, dejándonos muchos desarrollos teóricos aún sin ser discutidos. Apuntemos algunos de esas temáticas y aislemos una, la de la fabulación política de lo animal. Las cuestiones están también recogidas en el libro “El animal que luego estoy si (gui) endo”. Ahí vemos como Derrida recoge, como es su costumbre, discursos canónicos de lo que se denomina, bien o mal occidente, ahí se analiza la mutación que desde hace doscientos años, lo que llamamos humanidad ha tenido una transformación en su trato o su mal trato, con los animales. Y esa es una primera cuestión, la alevosía que se ejerce desde el discurso y en prácticas de todo tipo al nombrar en “singular general” todo lo que no es humano. Como si la única vida que importara fuera la del hombre y con el sustantivo de “lo animal” se nombrara lo mismo al elefante que a la hormiga. Así el autodenominado hombre ha interiorizado, por millones de años, la idea de que es él la medida de todas las cosas. Y de los animales, aún nada sabemos. Cierto es que la biología y la etología así como los antiguos tratados sobre los animales ya daban cuenta de una taxonomía de los mismos, pero todos ellos, en función de la utilidad, de la cercanía o alejamiento, de la peligrosidad, de la amistad o enemistad con el hombre. Excepción hecha de Jacob Von Uexqull quien al acuñar el concepto de medio ambiente parecía avanzar hacia una mirada animal de lo animal y no una mirada antropomórfica y jerárquica. Aún así la biopolítica de Uexqull dejó al final mucho que desear por su idea de que en realidad, en lo viviente “no hay mutación”.

Así las cosas, Derrida tomó el asunto casi sin discutirse y lejos de pretender ser el “defensor de los animales” intentó pensar esta animalidad que ha sido cazada, pescada, hormonizada, transgenizada, sacrificada, caricaturizada en corte abstracto con consecuencias sobre la propia humanidad y sobre lo “propio” que lo constituye. En efecto, al final la crítica puede sostenerse en las propiedades que el hombre se atribuye y se las arrebata al animal en muchos casos: La razón, la moral, el discurso, el logos, la mentira, el juego, el trabajo, la comunicación, la respuesta, el vestido, el inconsciente, la economía, la verdad, la manipulación, la confesión, el suicidio, la muerte, los pactos, la crueldad, y una larga lista de “propios” que hacen a uno pensar que si hay tantos, entonces, no hay ninguno. Así uno podría probar fácilmente y según casos singulares que atienden a geografías y culturas distintas, que aquello que se le atribuye al hombre son también características de ciertos seres que nosotros, llamamos animales y haríamos aparecer a la metafísica como ignorante del animal. Y esta cuestión por cierto no se trata de atribuirle al animal lo que al hombre para salir en defensa de derechos o juridizar la cuestión. Se trata de ver que los famosos límites entre uno y otro no son claros y se multiplican por todos lados. La crítica deconstructiva no intentaría restituir al animal los poderes que se le discuten, antes bien, plantearía el problema de lo imposible del umbral, y destruiría, la gran oposición antes referida.

Y cómo es que la filosofía ha pensado a los animales. Importante es resaltar que no los ha pensado, los ha digámoslo así en español, figurado. Las figuras animales en los textos abundan, desde el lobo de Platón tanto en República como en Fedro, hasta la paloma de la paz de Kant o el águila de Nietzsche. Se los ha imaginado como metáforas y metonimias de lo político, no sólo en la filosofía sino también en eso que llamamos literatura. Por qué esa figuración y en el caso de lo político, por qué la figuración centrada en la figura del lobo. Qué autorización hay para la filosofía de contar estas historias, que luego aparta de la argumentación y las convierte en ejemplos, como si la figura no tuviera consecuencias. ¿se puede transitar tan fácilmente, como hemos creído, de la filosofía a la literatura? ¿Qué autorización tiene la deconstrucción derridiana para extraer cuestiones políticas, lógicas de los Estados, leyendo fábulas que, para nosotros, no es sino ficción? Recordemos además, que conjuga arbitrariamente las fábulas de La Fontaine, con los textos de Maquiavelo o de Hobbes.

Derrida apunta que su objetivo es analizar todas las figuras, los tropos, las metáforas, es decir, todas las pragmáticas que surjan de textos de todo tipo, por ello hace un compendio de figuras. Pero, si insiste tanto en las fábulas es por dos razones. En primer lugar es porque estás historias, actúan de uno o de otro modo haciendo reflexionar sobre la bestialidad de la política, sobre los límites entre la soberanía y la humanidad, sobre el carácter sacrificial incluso, de lo político. Por otro lado (y esto es lo importante del asunto) es que lo político mismo tiene una base fabulosa, es decir, no se basa en ningún argumento positivo y ni siquiera retórico, sino fabuloso. La ley, la fuerza, el poder, no se asientan en nada racional en este sentido, sino en una historia como cuando se dice que “La razón del más fuerte es siempre la mejor” y no es la mejor por su capacidad de demostración sino por su fuerza.

Bibblografía

Derrida, Jacques, De la Gramatología, México, Siglo XXI, 1993.

_____________, El animal que luego estoy si(gui)endo, Madrid, Trotta, 2004.

_____________, La bestia y el soberano, Buenos Aires, Manantial, 2010.

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