Estrategias feministas

Este texto es una versión preliminar leída el 25 de noviembre de 2009, en el evento Coloquio anual de estudios de género.

Érika Lindig

Bárbara Monjaras

Anabel Cucagna

Se dice de las múltiples formas de lucha, en el discurso y fuera de él, que, en clave crítica, se ocupan hoy de problemáticas de género. Nos interesan particularmente las estrategias discursivas por su capacidad de cuestionamiento, o su fuerza para modificar las diversas formas de sujeción y dominación constitutivas de nuestras sociedades patriarcales. Discurso es aquí, en el sentido de Foucault, ese conjunto de enunciados cuya producción es controlada, seleccionada y redistribuida por una serie de procedimientos de inclusión/exclusión, de clasificación u ordenación y de determinación de las condiciones de su producción. Pero también es aquello que, al no ser un objeto o un bien, no es apropiable definitivamente, es siempre susceptible de ser reapropiado y exapropiado, es decir, de manifestarse en nuevos usos, y de prevenir su apropiación por parte de las diversas fuerzas sociopolíticas. Tal es el caso, por ejemplo, del término “queer” analizado por Judith Butler, pero también del término “madre”, que ha conocido usos políticos en el caso de las madres de la Plaza de mayo y de las madres de las víctimas de feminicidio en México; o del término “lucha” referido a la lucha de las mujeres en el caso de las mujeres zapatistas. A las diversas formas de apropiación, reapropiación y ex-apropiación del discurso que logran mostrar y cuestionar el carácter profundamente asimétrico de las relaciones sociales, y ocasionalmente, producir nuevas relaciones, les llamaremos estrategias discursivas.

Las estrategias feministas parten de la afirmación de que el género y el sexo son producidos social, política y económicamente, y que esta producción implica la división jerarquizada y excluyente del trabajo, de la propiedad y, en general, de todo tipo de relaciones de intercambio. Así, por ejemplo, dan lugar a la reflexión sobre la violencia de género, cuya forma más extrema es el feminicidio, como un fenómeno constitutivo de lo social. Lo social debe entenderse aquí como el ámbito sujeto a cierto ordenamiento o regulación que mediante prácticas discursivas y no discursivas, asigna espacios determinados y formas de acción específicas a los diversos actores sociales, excluyendo, necesariamente, a determinados grupos o individuos de los espacios, prácticas y saberes privilegiados. La asignación del espacio público al género masculino y el privado al femenino ha sido, en la historia de Occidente, un ejemplo paradigmático de esta distribución, que por otra parte siempre ha sido paradójica, como lo mostraría una lectura cuidadosa de la tragedia griega Antígona, en la cual la protagonista sufre un castigo político cuando ella misma, en su condición de mujer, había sido excluida de este ámbito.

Las estrategias feministas, mediante una puesta en cuestión política del concepto moderno del sujeto, persiguen la postulación de un sujeto femenino no identitario, y no definible a partir de la tradicional oposición jerarquizada masculino/femenino; un sujeto en permanente proceso de constitución, que no se realiza plenamente, sino que está sujeto a desplazamientos, quiebres, azares. Así dichas estrategias no apuntan hacia la construcción de un “nosotras”, que tiene como efecto de acción enunciativa la exclusión de las/los otras/os, pero sí permiten la inclusión de momentos identitarios en la medida en que estos pueden resultar importantes en circunstancias socio-políticas determinadas.

El término “estrategia” no debe entenderse como una práctica, o conjunto de prácticas, que persiguen un fin específico. Especialmente, no se trata de prácticas cuya finalidad es la apropiación del poder, sino de los ejercicios capaces de cuestionar la producción y reproducción de los múltiples espacios de privilegio y de influencia desde los cuales este se ejerce. La crítica debe ser también autocrítica en la medida en que los diversos feminismos históricos han estado atravesados también por la apropiación, por parte de individuos o grupos, tanto del término “feminismo”, como de los espacios de influencia y privilegios académicos, económicos, fiscales, políticos, sociales, etc., como lo muestra el artículo de Villegas. Hablar de estrategias feministas implica, entonces, hacer la historia de esos ejercicios de apropiación y reapropiación. Pero es igualmente importante recuperar el carácter radical del cuestionamiento que ha caracterizado a los diversos movimientos feministas históricos. Así, es necesario también elaborar una historia que muestre ese radicalismo y de cuenta de los acontecimientos feministas que han inaugurado nuevas formas de comportamiento social y nuevas formas de la experiencia que las estrategias mismas han permitido en momentos específicos, un ejemplo de ello es la promulgación de la “ley revolucionaria de mujeres” de las mujeres zapatistas que se discute en el artículo de Barrón y Salinas. Dicho radicalismo se manifiesta hoy, entonces, en movimientos políticos de carácter contigente cuyo trabajo no consiste en el mero intercambio de los lugares establecidos en las relaciones de dominio/sometimiento, sino a denunciar la jerarquización y la exclusión, y a poner en cuestión los procedimientos que producen y reproducen dichas relaciones; y que anuncian la posibilidad de lo porvenir, entendido a la manera derridiana, como aparición de lo otro o de lo nuevo, y que puede ser eso que no se deja regir por nuestras formas etnocéntricas y falocéntricas de organización social.

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