El nosotras en devenir: los acontecimientos del feminismo

Este texto es una versión preliminar leída el 25 de noviembre de 2009, en el evento Coloquio anual de estudios de género.

Alicia Estela Pereda Alfonso
Alejandra González Pereda

No se es mujer, se deviene mujer, como dicen Deleuze y Parnet, devenir no es imitar, ni hacer como, no es adaptarse a un modelo, nunca hay un término del que se parta ni al que se llegue. Por el contario: “Hay un devenir mujer que no se confunde con las mujeres, su pasado y su futuro, y las mujeres deben entrar en él para poder escapar a su pasado y a su futuro, a su historia”(Deleuzze y Parnet, 2004: 6).En este sentido, los feminismos luchan para que las mujeres rechacen su destino, su historia “oficial” y, en sus diferentes matices, dan cuenta de este devenir ya que la emergencia de los distintos feminismos ha significado una puesta en cuestión de lo que implica políticamente ser mujer. A partir de estas consideraciones resulta conveniente preguntarse: ¿qué sujeto nombra el feminismo y a qué exclusiones han llamado esas voces?, ¿es posible constituir un nosotras que operando sin dominación sea capaz de posicionar a las mujeres como sujeto político?, más aún: ¿qué desafíos presenta la construcción de un “nosotras” en resistencia, cuando la misma palabra “nosotras” repite la marcación de sexo que ubica al sujeto del feminismo en un lugar de subordinación?
Si bien estas preguntas ya han sido planteadas, también han sido respondidas desde la afirmación de un sujeto político como construcción estratégica de una cierta identidad. Sin embargo, esta construcción todavía puede convertirse en un obstáculo para ese devenir mujer: la constitución de una identidad estratégica no elude el peligro de la despolitización, en cambio, plantea una dimensión paradójica de la política al delimitar toda posibilidad de acción y demandas de reconocimiento al marco de un sistema representacional que, en definitiva, produce exclusiones.
Más aún, pensar en términos de un “nosotras”, implica mantenerse dentro de los parámetros con los que se ha construido la política, es decir, la idea de un sujeto estable, preestablecido, como sustento de la acción. Frente a la afirmación de una identidad estratégica que, en última instancia podría implicar un hablar por el otro, el devenir mujer como compromiso de los feminismos debe encontrar su fundamento contingente para la acción política en los acontecimientos que, precisamente, ponen en cuestión toda categoría identitaria para la sujeción. No existe un “nosotras” previo a la acción, en cambio, éste se constituye en resistencia a situaciones de opresión. Así, el género aparece como una categoría que antes de nombrar un “nosotras”, nombra una relación en la que se constituye ese “nosotras”.
Podríamos apuntar que en algunas ocasiones, el contenido descriptivo de “género” ha sido equivalente a mujeres invisibilizadas en la narrativa histórica, y ha servido para la producción de una historia de las mujeres; también, ha sido empleado como un marcador de identidad centrado en roles y estereotipos; mientras que otras veces ha referido a la situación de las mujeres como mercancía en un sistema de producción y consumo patriarcal.
A la luz de los múltiples usos del género, es dable pensar que la categoría, lejos de ser un principio unificador ha sido incapaz de cohesionar la lucha feminista en tanto que ha sufrido desplazamientos, los cuales, en un determinado momento produjeron más de un movimiento feminista, así como cambios en la agenda, y segmentaciones al interior de cada uno de estos grupos. Sin embargo, que esta categoría no se haya mantenido estable no es más que un efecto virtuoso en sentido foucaultiano, del ejercicio de la crítica como práctica de desujeción.
En la medida en que los feminismos ponen en cuestión los fundamentos de su propia acción, las categorías a partir de las cuales la misma crítica es realizada, renuevan constantemente la pregunta por las relaciones desde las cuales se constituye el sujeto del feminismo y los procesos de exclusión que conlleva. Asimismo, esta constante interrogación no sólo pone en riesgo el fundamento de la acción, da apertura a nuevas formas de resistencia al mostrar la contingencia de los principios que la regulan. En definitiva, es la pregunta por los efectos de poder que una cierta constitución y racionalización del “nosotras” está legitimando. Como señala Judith Butler (1990: 279):

El poder establece los límites de lo que un sujeto puede ser, más allá de los cuales ya no es o habita un ámbito de ontología suspendida, la resistencia a la coerción consiste en la estilización de sí en los límites del ser establecido.

En este sentido, el “nosotras” que ha acompañado a la categoría de género no ha permanecido idéntico a sí mismo ni ha sido el esperado resultado de una única resistencia primordial. Por el contrario, este “nosotras” ha nombrado a diferentes sujetos, muchas veces invisibilizando a otros. Sin embargo, estas variaciones pueden interpretarse como acontecimientos en tanto que, irrumpen el espacio de lo político poniendo en cuestión los límites que establece cada “nosotras”, es decir, lo irrepresentable que en cada representación del “nosotras” queda fuera.
De esta forma, hemos presenciado la emergencia de un feminismo negro, como acontecimiento que muestra la discriminación racial con la que opera el género, así como un feminismo poscolonial que pone en cuestión la eficacia de una crítica desde la hegemonía cultural occidental, y un feminismo lesbiano en resistencia a la norma heterosexual.
En este punto me gustaría señalar lo que podríamos llamar “una reciente provocación de la categoría de género” y cuya dimensión se han dado a reflexionar los movimientos queer.
Estos movimientos critican el género como una relación de dominación con base en la construcción cultural y social del dimorfismo sexual como hecho de la biología, dato puro incuestionado. Todo esto en detrimento de la consideración de que el sexo también es una construcción y, relegando a segundo plano la problemática de la organización y el control de las prácticas sexuales como productoras de identidad como mecanismos de exclusión. De esta forma, todo tipo de práctica sexual fuera del esquema dominante reproductor, heterosexual, cae bajo el título de “diversidad sexual”, invisibilizando que sexo y género son equivalentes, operan en la producción de subjetividades a partir de la diferencia hombre-mujer.
Asimismo, estos movimientos cuestionan el uso privilegiado de la categoría de género para la crítica, argumentando que ésta reproduce una distinción binaria entre sexo y género en la cual el género es el depositario de los discursos e imaginarios de lo femenino y lo masculino, mientras que al sexo concierne el ámbito de la pura materialidad.De esta forma, los movimientos queer plantean a los feminismos el desafío de considerar la inscripción material del género como cuerpo sexuado, la violencia material que inscribe una inteligibilidad en los cuerpos.
Si el límite que impone la categoría de género para la constitución de un “nosotras”, borra de la discusión la producción y regulación del sexo como categoría identitaria, como mecanismo para la construcción de la evidencia de los cuerpos, entonces, resulta de lo más provocativo desobedecer estos límites: ¿qué desafíos presenta para la constitución de un “nosotras”, la puesta en cuestión del sexo?, ¿qué compromisos de deconstrucción se presentan si se privilegia el uso de este término para la crítica?, ¿qué tipo de exclusiones podría estar produciendo?, ¿qué resistencias invoca?
Retomando las palabras iniciales de Deleuze en relación con el devenir mujer, no hay término dado que sea origen de ningún devenir o una finalidad que lo conduzca. Por el contrario, lo que “hay” son acontecimientos, es decir, la emergencia de una singularidad, como excedente invisibilizado del orden policial de la política.
Sin embrago, el acontecimiento no se refiere a un hecho de la realidad como positividad dada, citando a Alain Badiou (2007: 46): “El acontecimiento es lo que viene a faltar a los hechos a partir de lo cual puede asignarse la verdad de estos hechos”. Es decir, hablar de acontecimientos siempre implica referirse a hechos interpretados de cierta manera que muestre, que manifieste la parte irrepresentable de la política, la ausencia que los constituye.
De esta forma, a pesar de que este excedente no puede ser incorporado por la puesta en obra de programas y planes, de acciones institucionales, el acontecimiento da apertura a las invenciones y reinvenciones del nosotras que constituyen al sujeto del feminismo como un sujeto en devenir.

Bibliografía
Badiou, Alain (2007), ¿Se puede pensar la política?, Buenos Aires, Nueva Visión.
Butler, Judith (1990), “Actos performativos y constitución del género: un ensayo sobre fenomenología y teoría feminista” en Performing Feminisms: Feminist Critical Theory and Theatre, Sue Ellen Case (ed.), Johns Hopkins University Press, pp. 270-282.
Deleuze Gilles y Claire Parnet (2004), Diálogos, Valencia, Pre-textos.

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