Feminicidio en Morelos: Una genealogía de su discurso

Armando Villegas Contreras•

Este texto es una versión preliminar leída en septiembre de 2008, en un evento organizado por la Comisión Independiente de Derechos Humanos del Estado de Morelos.

Introducción
El trabajo que presento a continuación trata sobre el feminicidio en el Estado de Morelos. Empero, lo hace de una manera particular. No es una investigación acerca de sus causas, ni una propuesta de solución al problema que sigue afectando a las mujeres que viven en el Estado de Morelos. Es la genealogía de la palabra feminicidio en el Estado de Morelos. Es una genealogía del discurso de la palabra feminicidio. En la primera parte trato de documentar de manera muy somera, algunos acontecimientos que marcaron la discusión desde el año de 2003. Así que el lector que quiera buscar datos sobre las investigaciones, sobre las omisiones en ellas (que las hay) o sobre el estado de las mismas estará desilusionado. El registro de los casos y sus particularidades no es lo que aquí me interesa mostrar. Para ello, quiero remitir al lector a los archivos de la Comisión Independiente de Derechos Humanos del Estado de Morelos y a los del Comité contra el Feminicidio, también del Estado. También existe un informe que presentó en el año de 2004, la Comisión del Congreso de la Unión contra el feminicidio en donde se documentan 125 feminicidios durante la administración del ex gobernador Sergio Estrada Cajigal Ramírez, esto es, de 2000 al 2004 (Dicha administración concluyó en 2006). Lo que intento aquí es hacer un análisis del discurso, una genealogía del discurso. Es decir, las preguntas que me hago no son ¿Por qué existe el feminicidio?; ¿Cuáles son sus causas?; ¿Cuáles sus consecuencias?; ¿Cuáles sus soluciones? Las preguntas que hago son ¿Cómo funciona el discurso sobre el feminicidio?; ¿Qué efectos tiene en el espacio público?; ¿A partir de cuándo y cómo se habla de feminicidio?; ¿Por qué se utiliza esta palabra y a qué obedece que su uso sea reciente?
¿Por qué he elegido esta manera de proceder? ¿Cuál puede ser la contribución de hacer una genealogía y no la historia de los feminicidios? Antes de responder quiero especificar lo que entiendo por genealogía. El filósofo francés Michel Foucault nos dejó un instrumental teórico al respecto: “Llamamos genealogía al acoplamiento de los conocimientos eruditos y de las memorias locales que permite la constitución de un saber histórico de la lucha y la utilización de ese saber en las tácticas actuales” (Foucault, 1992: 130). Lo que entendemos por conocimiento erudito tiene que ver con la exhaustiva recuperación de materiales que no necesariamente pasan por ser epistemológicamente “nobles”, es decir, que no tienen un estatuto de cientificidad pero que igual funcionan en el nivel de la circulación de discursos. Estos materiales son discursos locales pero no hacen referencia a un lugar o región, sino a su carácter particular, fragmentario, por oposición a discursos globales y unitarios como el de la ciencia. En efecto, si quisiéramos decir la verdad sobre el feminicidio, haríamos el primer grupo de preguntas que formulamos arriba. En cambio, nuestro segundo grupo de preguntas intenta recuperar ese saber histórico con el que se ha iniciado una lucha. Y esa creo es una contribución importante en términos políticos pues la recuperación de esos discursos nos permite al menos dos cosas: 1) utilizar ese saber en las tácticas actuales como dice Foucault y 2) Liberar ese saber del sometimiento que se le impone desde las relaciones (siempre) asimétricas de poder. Una cuestión más sobre la genealogía. Ella es siempre un saber en perspectiva, pero es también una historia del presente. Entonces, esta historia, desafortunadamente en el caso del feminicidio es la que seguimos viviendo.
Sabemos que “feminicidio” es una palabra de uso reciente en México, pero ha cambiado por completo el vocabulario que se utilizaba para nombrar los asesinatos contra mujeres, antaño invisibilizados por nociones (culturales, jurídicas, periodísticas) como crimen pasional, homicidio o violencia intrafamiliar. Ha cambiado, incluso, el vocabulario de los estudios de género. Esperamos con esta genealogía contribuir a la discusión sobre el feminicidio y, claro, denunciarlo para que en un futuro los asesinatos que se cometen en contra de las mujeres desaparezcan. Pero no sólo denunciar es lo que proponemos. La gravedad del problema exige la denuncia, pero ella no puede sustituir al análisis. Muchas veces uno de los usos de la denuncia va acompañada de una lógica del horror. Y la lógica del horror es siempre una lógica de la admiración, de lo espantoso y de la aversión profunda hacia algo. Pero muchas veces esa lógica inmoviliza, pues pensamos que es algo fuera de lo cotidiano y la condena ética nos resulta cómoda. Al final de La razón populista, Laclau dice algo importante sobre el holocausto que bien puede aplicarse al feminicidio.

Lo que es incorrecto es que esa condenación reemplace a la explicación, que es lo que ocurre cuando ciertos fenómenos son percibidos como incomprensibles. Sólo podemos comenzar a entender el fascismo (en este caso el feminicidio) si lo vemos como una de las posibilidades inherentes a nuestras sociedades, no como algo que está fuera de toda explicación racional. (Laclau, 2005: 310).

La tarea no consiste, pues, sólo en denunciar, aunque esa práctica sea importantísima, sino en preguntar ¿es nuestra estructura social la que posibilita determinados fenómenos?, esto es, si el feminicidio no es una consecuencia, una consecuencia inmediata de la forma en que se estructura nuestra sociedad.

Un apunte sobre las fuentes utilizadas
Las fuentes que utilizo son tres. En primer lugar un archivo hemerográfico (notas, artículos, reportajes) sobre el tema a partir del año de 2003. En segundo lugar, archivos de Organizaciones No Gubernamentales que denunciaron el problema y por último, conversaciones personales con algunos de los activistas que todavía hoy exigen (con toda razón) que se detengan los feminicidios y que las autoridades atiendan el asunto de manera seria y responsable, cosa que hasta hoy no ha sucedido.
Las notas periodísticas tienen varias desventajas si uno quiere “saber la verdad” de un problema. La mayoría de las veces, los periódicos no siguen un caso de manera continua, sino que responden a, como nos lo enseñó la educación popular, a criterios de inmediatez. Lo que hoy es nota de primera plana, mañana puede estar en el olvido. Lo que se publica en una nota de periódico es una parte muy pequeña de lo que se dice en una conferencia de prensa ya sea por razones de espacio en el periódico, por razones de omisión o de deliberado manejo de información a modo del periodista o del periódico. No hay pues en ello ningún criterio de verdad que podamos reclamar. Además de lo anterior, encontramos que varias notas son en su redacción extremadamente descuidadas y algunas otras cambian los sujetos a quienes se atribuye tal o cual declaración.
Sin embargo, son muy útiles para analizar el discurso. En buena medida, lo que se sabe de feminicidio en Morelos es gracias a la prensa escrita. Los medios electrónicos, casi no han tocado el tema y no existen todavía investigaciones sociológicas o periodísticas para el caso de Morelos. Lo anterior sí sucedió en Ciudad Juárez y esa es una primera interrogante. Al menos que yo sepa, en México, ningún caso sobre el tema ha llamado tanto la atención como el de la ciudad fronteriza. Existen sobre el tema investigaciones de escritores, registros de Organizaciones No Gubernamentales, trabajos de escritores, filmes y documentales sobre el tema e incluso, novelas (2066 de Roberto Bolaño por ejemplo) que hacen alusión a los feminicidios en esa ciudad. No es que Ciudad Juárez tenga el privilegio del feminicidio pues como se verá, en Morelos el problema ha sido y es tan grave como en la ciudad del norte de México, pero creo que las madres de las víctimas, con su organización, han hecho una cuestión pública lo que antes se veía como un problema privado. Las notas citadas fueron extraídas del Archivo Histórico del Estado de Morelos, en su mayoría de la parte hemerográfica, pero hay un archivo electrónico del periódico La Unión de Morelos disponible en la Internet. Es por eso que en este caso las citas no tienen señalada la página. En su sitio de Internet, La Unión de Morelos no identifica páginas de la edición impresa.
Por otro lado, el primer informe de la Comisión Independiente de Derechos Humanos en 2003, fue dado a conocer por la prensa escrita y colocó el problema en la discusión pública. En fin, los archivos y las conversaciones personales se justifican pues en el caso de los primeros, son materiales que muchas veces documentan lo que las autoridades no quieren documentar. Y los segundos nos dan una idea más cercana sobre lo que pasa en términos políticos con quienes están involucrados en la discusión (autoridades, políticos, ONG, etcétera).

Breve crónica de las discusiones
El 22 de noviembre de 2003 fue encontrado en la calle de Humboldt en el centro de la ciudad de Cuernavaca, el cadáver de María de Jesús Lara Gómez. Fue abandonada en una bolsa de basura. Según el reporte policial, la mujer había sido estrangulada con una bufanda. Una semana más tarde, la Comisión Independiente de Derechos Humanos del Estado de Morelos, presentó un informe en el que daba cuenta de treinta asesinatos de mujeres sin resolver en un período de no más de dos años. Las características del crimen de María de Jesús y sobre todo, el lugar y la forma en la que fue encontrada confirmaron la importancia de la investigación de la Comisión. En su boletín de prensa, el organismo no gubernamental afirmaba que:

Ciudad Juárez representa el símbolo o punta de iceberg del femicidio global y es el punto de partida para integrar en un frente a los países interesados y lastimados por hechos tan crueles como los denunciados en espacios nacionales e internacionales (…) con motivo de un hallazgo en plena ciudad de Cuernavaca escuchamos diversas opiniones de indignación y rechazo de este tipo de prácticas violentas contra las mujeres muchas de estas opiniones señalando como un primer caso en nuestro estado, pero cuando empezamos a revisar los casos de muertes de mujeres en Morelos, vemos que la cuenta dio inicio hace ya más de un año y que dramáticamente el número crece por lo que no debemos cerrar los ojos a esa cruel realidad que nos golpea severamente.

Varias cosas hay que tomar en cuenta. En primer lugar, la aparición del término femicidio. En segundo lugar, la referencia a Ciudad Juárez para movilizar el discurso sobre el problema y, en tercer lugar, que en la prensa se habla de “las muertas de Morelos”. No tengo registro de que durante la última parte de 2003 y la primera mitad de 2004 se haya vuelto a tocar el problema.
En otro informe, en septiembre de 2004 presentado esta vez por la Comisión Mexicana de Derechos Humanos, Morelos aparecía como el cuarto lugar en materia de violencia contra las mujeres . Supera, dice la nota de Andrés Serrano Chacón a Ciudad Juárez, “pese a los asesinatos de género en esa ciudad”. Ese mismo día la Comisión Estatal de Derechos Humanos (CEDH) reclamaba el informe de los treinta feminicidios y “explicaba” que Morelos no tenía el mismo problema que Ciudad Juárez. En noviembre de 2004, acudieron al parlamento de mujeres las madres de las víctimas de Juárez y se alertaba ya sobre la posibilidad del problema en el Estado. Los últimos meses de 2004 siguieron con tímidas declaraciones de algunos activistas. En enero de 2005, el procurador negaba las cifras de feminicidio en Morelos. Es de hacer notar que las notas aparecen en los encabezados con la palabra. Sin embargo, en el cuerpo del texto se les llama “homicidios contra mujeres” o “asesinatos contra mujeres”. Un caso particularmente llamativo fue el de la estudiante de preparatoria Ilse Iris Gutiérrez. El 23 de febrero de 2005, la Universidad Autónoma del Estado exigía el esclarecimiento de su asesinato. Ilse fue violada y asesinada cerca de la preparatoria a donde acudía. No todos los periódicos reportaron el caso como feminicidio, La Unión de Morelos, por ejemplo, elucubraba en una nota del 24 de febrero que el caso se debía a la creciente inseguridad en Cuautla y la falta de control de jóvenes drogadictos que merodeaban las escuelas sin que la policía hiciera nada. Este caso detonó algunas manifestaciones y nuevamente reclamos de organizaciones civiles. En marzo de 2005, la Comisión Estatal de Derechos Humanos (CEDH) pidió que se creara una fiscalía especial para dar seguimiento a las asesinatos de mujeres pues, dijo el encargado (Sergio Valdespín Pérez) de la Comisión “la población no está acostumbrada a ver mujeres encostaladas o tiradas en la calle” y más adelante “… estamos ante focos rojos, debemos hacer algo para que no se sigan cometiendo este tipo de abusos que no sólo afecta un sector de la población, sino que repercute en los empresarios, el empleo, a todo el estado en general”. En esos meses la discusión fue amplia. Intervino incluso el gobernador, negando las cifras. El tema se posicionó en la prensa y en las notas de política y fue alejándose de la sección policiaca. El 8 de marzo el caricaturista Miguel Angel de La Jornada Morelos hacía mofa de los funcionarios con una caricatura. En ella aparece un encorbatado con los brazos abiertos, felicitando a las mujeres por el 8 de marzo. Empero, de ellas sólo se veía su tumba y el símbolo del género femenino a manera de cruz. Se empezó a hablar de que los casos eran usados como arma política. Así lo sugirió el hoy gobernador Marco Adame Castillo. O que el narcotráfico podía estar involucrado. En esas fechas el Diario de Morelos hizo reportajes sobre la palabra feminicidio ante, se decía en una nota, la “intolerable ola de feminicidios”. El 15 de marzo, por fin, la Procuraduría General de Justicia del Estado (PGJE) anunciaba la creación de la “Fiscalía especial para resolver los homicidios dolosos contra mujeres”.
En abril de 2005, una joven fue hallada muerta después de haber sido incinerada en el municipio de Huitzilac. Este caso causó “conmoción” y el tema volvió a aparecer en la sección policiaca. En esa sección el Diario de Morelos colocó una foto en donde se mostraba a una joven calcinada, un poco como las imágenes de algunos cráneos encontrados en Ciudad Juárez. La nota es encabezada con la exclamación ¡La quemaron! Y el primer párrafo de la nota decía lo siguiente:

Espeluznante muerte sufrió joven mujer, la cual fue encontrada en un paraje boscoso del municipio de Huitzilac, a escasos metros de la carretera federal, atada a un árbol y muerta. Sus sicarios le prendieron fuego al parecer con la intención de evitar que fuera reconocida. De este caso, una vez más la Procuraduría ocultó la información a los medios.

No es nuestro propósito documentar caso por caso. Sólo algunos datos más. Ya en 2006, entre el 20 de marzo y el 6 de abril de 2006 se registraron siete feminicidios. Jaime Luis Brito encabezaba su nota de la siguiente manera “Aumentan feminicidios ante nula acción de las autoridades” El periodista reportaba que “En las últimas semanas, el fenómeno de los feminicidios ha aumentado de manera alarmante en la entidad, entre el 20 de marzo y el 6 de abril se perpetraron siete nuevos casos de mujeres asesinadas en los municipios de Cuernavaca, Tepoztlán, Puente de Ixtla y Jiutepec”. En ese mismo mes, la Comisión Especial de Feminicidio del Congreso de la Unión documentó que, objetivamente de 2000 a 2004 habían ocurrido 125 casos de feminicidio. Durante los meses de junio y agosto de 2006, la discusión se trasladó al ámbito jurídico y se propuso incluir el término en el código penal. Estos son sólo algunos antecedentes. Durante este tiempo, la discusión ha dado lugar a manifestaciones, a la creación de una Fiscalía para atender los Homicidios de Mujeres y a la creación de un “Comité civil contra el feminicidio en el Estado”. Según el último informe de la comisión Independiente de Derechos Humanos del 6 de agosto de 2008, hasta el momento se contabilizan en total, de 2000 a 2008, 192 feminicidios, 22 de los cuales fueron cometidos este año (2008).
Ha habido manifestaciones de lo que se llama “Sociedad civil” y diversos articulistas y gente ligada al movimiento feminista han escrito sobre el tema, algunos con más o con menos conocimiento del debate. Sin duda es Adriana Mujica la que más ha escrito sobre el tema, pero otras articulistas como Denisse Buendía o Alma Karla Sandoval también han dado su opinión. Gloria Olguín ha difundido el tema en la radio y otros como Alejandro Cruz o Max Jacobson han analizado el problema desde, por lo que se puede leer, la sociología. Entre las activistas Juliana García Quintanilla de la CIDHM y Nadxielli Carranco de la Red por los Derechos Sexuales y Reproductivos han denunciado, entre otras el tema. Aunque no sin casos de rispidez por la apropiación del problema entre los mismos activistas.
En lo que sigue haré un análisis del discurso, citaré notas periodísticas, no para documentar objetivamente lo que sucedió sino para ver cómo funciona el término feminicidio y qué efectos tiene.

Vocabulario y análisis del discurso sobre el feminicidio
El vocabulario del feminicidio se introdujo hacia finales de 2004 en la prensa del Estado, aunque en su informe de 2003 la Comisión Independiente de Derechos Humanos, un poco sin darse cuenta y sobre todo refiriéndose a lo que ocurre en Juárez, hablaba ya de femicidio en el Estado. La discusión que éste trae consigo es similar a la que se abrió a nivel nacional tras la importación del término de los escritos de Diana Rusell y la particular traducción que hizo Marcela Lagarde para designar la singularidad de un crimen de odio y de género. Lagarde, con razón, no tradujo la voz inglesa femicide como femicidio, sino como feminicidio. Femicidio, sería, en castellano, una voz homóloga a homicidio. Feminicidio en cambio, nombraría el “asesinato de mujeres por hombres por el hecho de ser mujeres” (Esa es la definición de Russell), pero además con la particularidad de que estos crímenes, se cometen en un marco de colapso institucional, lo cual los convierte en un crimen de Estado. Veamos cómo lo argumenta Marcela Lagarde:

Transité de femicidio a feminicidio porque en castellano femicidio es una voz homóloga a homicidio y sólo significa asesinato de mujeres. Nuestras autoras definen al femicidio como crimen de odio contra las mujeres, como el conjunto de formas de violencia que, en ocasiones, concluyen en asesinatos e incluso en suicidio de mujeres.
Identifico algo más que contribuye a que crímenes de este tipo se extiendan en el tiempo: es la inexistencia del Estado de derecho, en la cual se reproducen la violencia sin límite y los asesinatos sin castigo. Por eso, para diferenciar los términos, preferí la voz feminicidio para denominar así al conjunto de delitos de lesa humanidad que contienen los crímenes, los secuestros, las desapariciones de niñas y mujeres en un cuadro de colapso institucional. Se trata de una fractura del Estado de derecho que favorece la impunidad. El feminicidio es un crimen de Estado. (Lagarde, 2006: 20).

El mismo término aparece pues, de manera polémica, pues en otros países, en efecto, la traducción es literal. Creo que importa, en todo caso, el contexto de violencia institucional que también organismos de derechos humanos han denunciado. Es decir, que hay cierta normatividad del Estado que favorece la reproducción del feminicidio.
Más allá de la traducción, es un hecho que la terminología produjo, a la manera en que lo hacen los estudios interdisciplinarios, un nuevo objeto de discusión, inédito en México. En Morelos, repito, esta terminología se introdujo hacía finales de 2004. Antes de 2004, el término ni siquiera aparecía en los días coyunturales en los que la prensa y el discurso del Estado oficialmente hablan de la mujer, esto es, el 26 de noviembre y el 8 de marzo.
Existen en este tema una serie de procedimientos argumentales que convendría analizar. Procedimientos que son producidos por la efectividad de la palabra feminicidio. La primera consecuencia del uso del término en los medios de comunicación es un desplazamiento. Creo que el término eliminó por completo la narrativa que se creó alrededor de los crímenes contra mujeres en Ciudad Juárez (al menos en los medios académicos, en el discurso de las Organizaciones No gubernamentales y en algunos medios de comunicación y quizá no tanto en el discurso del sentido común). El discurso en torno a Ciudad Juárez creado por los mismos medios de comunicación, por las autoridades y por los primeros trabajos periodísticos sobre el caso presentaba una estructura en donde lo que se contaba era una historia con un principio, un desarrollo y un posible desenlace. Una historia con escenarios, con sujetos de la narración e incluso con villanos que representaban fuerzas oscuras de la sociedad fronteriza y que agrupaban los asesinatos en torno a tópicos de novela policiaca. Por ejemplo, se habló de asesinos seriales, de bandas de delincuentes que utilizaban a sus víctimas en ritos satánicos o de poderes económicos que resguardarían su territorio ofreciendo la sangre de sus víctimas. Más de una de éstas sin duda es cierta, pero no agotan el problema. Estos trabajos, incluido el más conocido en términos académicos, el de Rita Laura Segato, mostraban la excepcionalidad de Juárez. (2004). Una excepcionalidad que en efecto Rita Laura probó y argumentó suficientemente, pero que al ser trasladada a otros lugares operaba, como trato de mostrar en el caso de Morelos como un dispositivo de negación del feminicidio que se resume en el siguiente lugar común “Lo que pasa en Juárez, no pasa en otros lados.” La importancia de estos trabajos es que el feminicidio se transformó en un objeto de preocupación. Un objeto de preocupación social, jurídico, político y académico. Recordemos por ejemplo el impactó que causó el trabajo de Víctor Ronquillo “Las muertas de Juárez”, que públicamente fue dado a conocer por la revista Proceso el 22 de agosto de 1999 y que era presentado en la portada con una foto desconcertante para una revista de análisis político: los pies de una mujer ensangrentados y medio enterrados en la arena del desierto. ¿No habría que hacer una investigación en donde se dé cuenta de los asesinatos anteriores a estos trabajos? ¿O a la documentación que registraron las organizaciones de madres a partir de 1993 en Ciudad Juárez? ¿Feminicidio nombra un fenómeno nuevo o nombra un delito para el cual no se tenía nombre? Alejandro Gutiérrez (2004), por ejemplo, sostiene en un libro publicado en 2004, que existen casos desde hace 20 años en la prensa de Ciudad Juárez. A eso me quiero referir revisando algunas notas de la prensa en el Estado de Morelos.
En Morelos, el término feminicidio desplazó la tópica periodística amarillista del “macabro hallazgo”, de los encabezados que, entre signos de admiración llamaban la atención del lector con palabras como ¡espeluznante! o ¡la quemaron! o ¡amor violento! por mencionar algunos; Todavía en 2003, la nota policiaca hablaba de este modo. Cuando el término aparece, desde un principio, la prensa se refirió a estos sucesos como “los llamados feminicidios” un poco para mostrar las reservas que todavía se tenían con la palabra, pero para referirse a un crimen violento contra la mujer que puede o no mostrar rasgos de violencia sexual. El vocabulario del feminicidio desplazó las notas sobre asesinatos de mujeres de la sección policiaca a la sección de política produciendo así una nueva retórica. Una retórica que es por supuesto, no un discurso mentiroso sino un conjunto de procedimientos argumentales. Lo que intentamos hacer aquí es un análisis del discurso, de los efectos y de la retórica a que da lugar la introducción de una palabra como feminicidio. Partimos del hecho lamentable de que hay feminicidio, no de la idea de que no debe haber. Desearía, que el feminicidio no existiera, pero no es el caso. Esta es nuestra contribución. Creo que otro uso de la denuncia puede ser la generación de hábitos de discusión. Intentaré rastrear algunos procedimientos argumentales que se generaron en la prensa de Morelos a raíz de la introducción del término y que a mi juicio se formularon como una tópica, es decir, una serie de lugares comunes utilizados o por las autoridades, o por las organizaciones civiles, o por los medios de comunicación y que están diseñados para ser usados recurrentemente.
La efectividad en el caso del término es que nombra de manera muy precisa un problema político que antes se asociaba a problemas de tipo moral, privado o doméstico. Es político en la medida en que crea un discurso de discusión pública, ahí donde antes, sólo el silencio existía. Ahí donde se encontraba la violencia doméstica, el crimen de pasión, los celos o el merecimiento de la muerte por encontrarse en un lugar “inapropiado” o ejercer una profesión al margen de la legalidad. . Cuántas veces no hemos escuchado, por ejemplo, para minimizar el problema o para atenuarlo que las mujeres asesinadas eran prostitutas o que tenían ligas con la delincuencia organizada. En lo que sigue citaré algunos ejemplos de la tópica que se crea alrededor de la palabra.

Las cifras y la comparación con Ciudad Juárez
Las cifras constituyen la primera referencia. Hay un lugar común, tanto de activistas como de autoridades, que nos dice que las cifras no importan. Pero de las cifras es de lo que todos los involucrados hablan (autoridades, activistas, medios de comunicación, etcétera). En términos éticos, por supuesto, las cifras no importan, pues el daño y el sufrimiento son irreparables y la maldad del asesino es, desde luego, incomprensible e injustificable desde todos los puntos de vista.
Las cifras llevan el problema, casi siempre, a la comparación con Ciudad Juárez. Se crea así, una tópica de la comparación. Casi todas las notas hacen alusión a la ciudad fronteriza. El punto de la discusión inicia en Morelos preguntando si la situación de violencia contra las mujeres es menor, similar o más grave que en Ciudad Juárez. Así, el 5 de marzo de 2005, el presidente de la Comisión Independiente de Derechos Humanos, declaraba “es que en verdad ocurren los asesinatos, ya sea uno o cien, se deben de aclarar, este mismo patrón que hay en Morelos inició en la ciudad fronteriza, y al igual que este gobernador, (el de Chihuahua) trató de minimizar esta lamentable situación, que ahora es reconocida en el ámbito mundial”. La declaración del gobernador, un día antes utiliza el argumento de que Morelos no es Juárez y de que las “muertas” no son “tantas”. Sergio Estrada decía: “Morelos no es ciudad Juárez, y no tenemos tantas mujeres asesinadas como pretenden hacer creer organismos no gubernamentales, muchas, la mayoría murieron por diferentes causas y enfermedades, sólo es protagonismo de quienes quieren crear confusión entre los morelenses”.
Pongamos otro ejemplo, el 13 de enero de 2005 el procurador general de justicia (Hugo Manuel Bello Ocampo) del Estado decía lo siguiente “Los asesinatos de mujeres, aclaró, también pueden ser consecuencia de enfermedades, accidentes de tránsito o en el hogar, motivo por el cual, es indispensable cada caso para evitar especulaciones al respecto” . Son sólo tres ejemplos, pero aparecen como lugares comunes en la discusión. El Estado usa recurrentemente, pidiendo diferenciar Morelos de Ciudad Juárez y diciendo que las asesinadas no son “tantas” como en Ciudad Juárez, en cambio, la Comisión Independiente, hace aparecer las similitudes. Un efecto del discurso del poder del Estado es invisibilizar el problema, en cambio, con el argumento de la igualación con Juárez, se visibiliza. Toda la discusión, gira en torno a las cifras.
La cifra no puede ser analizada solamente como un problema de objetividad, es decir, de saber quién tiene el dato más exacto o de saber quién dice la verdad. Creo que lo que produce es justo la comparación. Sabemos cómo funciona la comparación, ella homóloga, iguala, hace similares dos objetos que son distintos, es decir, produce la similitud. La comparación con Ciudad Juárez introduce el problema ya sea por miedo o por precaución. O bien Juárez es el reflejo de todo el país o bien es excepcional. En todo caso, el primer efecto es la advertencia, se alerta sobre la posibilidad de que Morelos se pueda convertir en un nuevo ciudad Juárez o se niega por completo tal posibilidad.
En el caso de la comparación el poder del Estado insistirá siempre en las diferencias aduciendo que las condiciones de violencia que prevalecen en la frontera no tienen nada que ver con las condiciones de Morelos. Los tópicos de Juárez como el narcotráfico, la industria maquiladora, la delincuencia organizada, la impunidad son usados como argumentos recurrentes de atenuación o escándalo. También el Estado, responsable de la seguridad, establecerá que los asesinatos no son tantos, que son menos o que son de hecho ocasionados por diversas causas. Claro que uno no se explica cómo un asesinato puede ser ocasionado por una enfermedad o un accidente en el hogar. Pero eso no es lo importante, sino la forma en que se hace ver, de un lado, la similitud, (Morelos está a punto de convertirse en otro ciudad Juárez) y de otro la diferencia con Juárez (Morelos no es ciudad Juárez). El procedimiento de comparación es repetido en diversas ocasiones por varios funcionarios y activistas. Por supuesto que Morelos no es Juárez, pero el efecto Juárez es o dar tranquilidad o provocar horror. La salida a esta oposición argumental (que si es, que si no es Juárez) fue la desagregación de los asesinatos. Es decir, el Comité contra el feminicidio exigió que la Procuraduría desagregara sus informes detallando cada caso por sexo, edad, y estado de la investigación sobre las muertes de mujeres.
Siempre son las cifras las que movilizan el discurso. Así si son más que en Juárez es una razón de alarma, si es la misma cantidad, entonces es preocupante y si son menos, no importa. En julio de 2005 inicia operaciones la “Fiscalía especializada en homicidios contra mujeres”, con sólo 20 averiguaciones previas que la Procuraduría General del Estado reconocía como feminicidio; La fiscalía fue una concesión del Estado para atenuar las cifras pues inmediatamente, las organizaciones civiles probaran su ineficiencia. Todas estas cuestiones (la tópica de la comparación de las cifras y de las similitudes Juárez) siguen apareciendo hoy todavía en declaraciones de los funcionarios, lo importante es siempre mostrar que la cantidad debe estar en relación con Ciudad Juárez para saber cómo actuar. La “Fiscalía para atender los casos de homicidios contra mujeres” se formó por un exceso de denuncias pero las autoridades se negaron a nombrarla como una instancia para atender el feminicidio porque, dijeron, otra vez, los casos no son como en Juárez. Para ese entonces, la Comisión Federal que sí nombraba los casos como feminicidios ya se había creado.
Hay algo más respecto a las cifras. En algún momento, las autoridades aceptan que existe el feminicidio. Pero para atenuar el problema, el Estado siempre aducirá la eficacia de la justicia, es decir hay que ver cuántos casos han sido resueltos. Si la cifra de casos resueltos es considerable, y se sigue hablando de feminicidio entonces las autoridades argumentan siempre que hay intereses políticos para desacreditar al Estado pues los casos se están resolviendo. Que no hay nada más que hacer. Aquí se aduce siempre que las organizaciones que denuncian los casos son alarmistas, poco serias u poco objetivas. Que al decir que existe feminicidio se ahuyenta la inversión, se afecta la imagen del Estado o que se exagera. Según declaraciones de Adrián Rivera, hoy senador de la República “pareciera que lo que queremos es acabar con la imagen del estado, que nadie venga a aquí y que todos tengan miedo” … porque si se trata de manchar al estado “vamos a decir que todos somos rateros, que todos somos matones y hay que cuidarnos todos contra todos”. Por supuesto la izquierda se indigna ante estas declaraciones (se trata de manchar al Estado) pero hay que comprender que el discurso autoritario no se esconde, antes bien es cínico y siempre dice, exactamente lo que quiere decir. No importa si es falso. Lo que hay que comprender es que es el dispositivo discursivo con el que funciona un sector conservador. Es que, en verdad las autoridades creen que lo importante es que “no se manche la imagen del Estado”. Para una autoridad de las que hemos citado, la verdad es esa, no es que intenten mentir, en realidad lo creen. En realidad, hasta antes de que existiera el Comité contra el feminicidio que pidió que se desagregaran los casos de las mujeres muertas por edad, causa y estado de la investigación, los datos más objetivos eran las notas de la sección policiaca de la prensa. Ahí, efectivamente se fotografiaba a mujeres que habían sido asesinadas por muerte violenta, tal y como lo documentó el primer informe de la Comisión Independiente de Derechos Humanos. Al menos la prensa así entendió el feminicidio, como una muerte violenta y no como lo entendieron las académicas, es decir, el asesinato de una mujer, a manos de un hombre por el hecho de ser mujer.

Feminicidio: la discusión jurídica
Aislaré ahora la tópica en relación con la cuestión jurídica. No se trata esta vez de saber si el término es viable o no en términos jurídicos. Ello corresponde a un jurista. En cambio, da lugar a una serie de discusiones. Primero se dice que no se puede hablar de feminicidio porque esa palabra no existe en la ley, de ahí la expresión inicial de la prensa que los refería como algo extraño “los llamados feminicidios”. Esta discusión surge después de largos jaloneos sobre las cifras. En mayo de 2005, una diputada del partido convergencia Kenia Lugo, abría la discusión: “La diputada de convergencia, tras negarse a calificar como feminicidios la muerte violenta de mujeres en Morelos, pues –dijo-, en la ley no existe dicho término, sino el de homicidio, reconoció que en los casos presentados por organizaciones no gubernamentales (…) el común denominador es la tortura y el abuso sexual” , más tarde un diputado del mismo partido, Jaime Álvarez Cisneros, pidió expresamente que se reformará el código penal federal para que se incluyeran delitos de género en el que se enmarcaría el término feminicidio (La jornada Morelos 29 de junio de 2005), pero no es sino hasta abril de 2006, cuando la discusión jurídica tuvo su importancia. En ese mes ocurrieron siete feminicidios en tan sólo 15 días. Después de manifestaciones algunas organizaciones exigieron se tipificara el delito en el código penal local. El término causó escozor toda vez que confrontó la universalidad de la ley con la singularidad de lo que nombra. Así, el presidente del Tribunal de Justicia del Estado, Ricardo Rosas Pérez alertó a los legisladores sobre los riesgos de tipificar el delito de feminicidio pues se caería en “exageraciones”. “El titular del TSJ expresó que “es un riesgo (…) porque entonces ya todo lo vamos a poder especificar en delitos, por ejemplo, si se roban un lápiz, entonces vamos a decir que fue un lapicidio, de ahí la necesidad de analizar las consecuencias, que pudieran derivarse de esta posibilidad de reconocer este concepto en la ley” . En otras intervenciones en debates sobre el término, también se habló, con burlas, de perricidio, según refiere la periodista Alma Karla Sandoval. Varios intervinieron en la discusión, la Asociación de Abogados Penalistas, quienes estaban de acuerdo en incluir el término u otros penalistas reconocidos en la entidad que argumentaban que el término o bien era innecesario pues los tres conceptos que califican la muerte violenta (secuestro, violación, y homicidio) de una mujer ya estaban incluidos en el código penal o bien porque no se puede hablar de delitos autónomos. El término, confronta la universalidad de la ley con la singularidad de lo que nombra. Para algunos la fuerza explicativa radica en que nombra una singularidad, “el asesinato de una mujer a manos de un hombre por el hecho de ser mujer” y no el asesinato genérico con otros móviles como podría ser el homicidio. El término contrasta, por otro lado la petición de singularidad en relación con Ciudad Juárez, (es decir se dice que son casos distintos) y la demanda de universalidad con relación a la ley. La discusión concluyó muy pronto, la procuraduría abrió un foro con especialistas en derecho para discutir el tema y el viernes 11 de agosto de 2006 se anunciaba que “carece feminicidio de especificidad jurídica”. El representante de la Comisión de participación Ciudadana de la PGJE (organismo creado para discutir la pertinencia de la inclusión del término en el código local) decía lo que sigue:

En el Código Penal se tiene considerado el homicidio como el privar de su vida a un individuo; el tipo de feminicidio no puede ser tan concreto, que permita que algunas series de conductas particulares lo puedan especificar. Destacó que con el simple hecho de que en la ley el homicidio esté tipificado como grave, con eso es suficiente para sancionar los feminicidios. En tanto el Código de Procedimientos Penales castiga el delito de secuestro y homicidio con una pena máxima de hasta 70 años de prisión.

El problema en términos jurídicos es pues, la especificidad de la palabra feminicidio. Nombra siempre un asesinato singular. Vamos a hacer una recapitulación. La discusión sobre el tema siempre cae en los estereotipos que son usados recurrentemente. Creo que el análisis que he hecho muestra esa pereza argumentativa. Mostré muy pocos ejemplos extraídos de cientos de notas periodísticas. No se pueden sacar más ejemplos, la pobreza argumentativa de las autoridades intenta convertir el feminicidio en un tabú, ya sea que se lo niegue o que no se lo incluya dentro de un código. Hay otros argumentos que aparecen en las discusiones, pero que no tienen fuerza como los que mostré, por ejemplo, se dice en algún momento que el problema es producto de la crisis de valores, pero este argumento es muy débil, desaparece inmediatamente, aún en los sectores más conservadores.
Lo que trato de decir es que el miedo a hablar de feminicidio es el miedo a usar un vocabulario eficaz que bien puede utilizarse para entender qué es lo que pasa con los crímenes que se cometen contra mujeres. En todo caso, la palabra feminicidio, su uso, puede bien considerarse como una palabra disruptiva. Creo que debemos de hacernos de un vocabulario para enfrentar este tipo de problemas. Un vocabulario que hasta hace 10 años, era inexistente en México y en Morelos. Creo que si se pensara seriamente el feminicidio, sin recurrir a lugares comunes o estrategias dilatorias para no llegar a hablar del tema, podría haber un avance en términos de prevención de estos crímenes. ¿Por qué? Porque en lugar de pensar sus causas, consecuencias y soluciones, las autoridades piensan que no se debe hablar de feminicidio. Eso ha limitado la prevención de los feminicidios. Eso es lo que muestra el análisis del discurso. Nadie estaba pensando en reflexionar cuál es la razón del feminicidio sino cómo hablar o no hablar sobre los asesinatos de mujeres.
El estereotipo, el lugar común, o el cliché plantea un impedimento. Cierta pereza para salir de un argumento ya establecido. En realidad, el estereotipo convierte a un objeto en tabú, pues si se repiten los mismos argumentos, ya no se habla del objeto, sino de una especie de pre discusión, (es decir, primero vamos a ver si podemos hablar o no de feminicidio, vamos a ver si son los mismos casos que en Juárez, vamos a ver si es pertinente la palabra, etcétera). El estereotipo es un argumento muerto, pero que tiene gran potencial para articular discursos sociales. Su efectividad consiste en que produce la verdad por medio de la repetición. La idea de este trabajo es cuestionar esta producción de verdad. Escuchemos esta reflexión de Roland Barthes al respecto:

El estereotipo es la palabra repetida fuera de toda magia, de todo entusiasmo, como si fuese natural, como si por milagro esa palabra que se repite fuese adecuada en cada momento por razones diferentes, como si imitar pudiese no ser sentido como una imitación: palabra sin vergüenza que pretende la consistencia pero ignora su propia insistencia. Nietzsche ha hecho notar que la “verdad” no era más que la solidificación de antiguas metáforas. En este sentido, el estereotipo es la vida actual de la “verdad”, el rasgo palpable que hace transitar el ornamento inventado, hacia la forma canónica, constrictiva, del significado. (Barthes, 2007: 69).

El estereotipo es el que controla cierta verdad establecida, por tanto es control discursivo. Que no se hable de feminicidio o, antes de hablar de feminicidio vamos a precisar el tema. Las palabras, aunque tengan un poder disruptivo, tardan en entrar con toda su fuerza. Feminicidio es una palabra poderosa pues no teníamos una palabra para nombrar, públicamente, lo que antes era considerado privado. Ojala las autoridades lo comprendan.

Bibliografía

Barthes, Roland. 2007. El placer del texto y Lección inaugural de la cátedra de semiología literaria en el Collège de france, México, Siglo XXI.

Foucault, Michel. 1992. “Curso del 7 de enero de 1976”, en M. Foucault, Microfísica del poder, Madrid, La piqueta, pp. 125-137.

Gutiérrez, Alejandro. 2004. “Un guión para adentrarse a la interpretación del fenómeno Juárez” en G. Gutiérrez (coord.), Violencia sexista. Algunas claves para la comprensión del feminicidio en Juárez, México, UNAM /Facultad De Filosofía y Letras /PUEG, pp.63-82.

Laclau, Ernesto. 2005. La razón populista, Buenos Aires, FCE.

Lagarde, Marcela. 2006. “Introducción. Por la vida y la libertad de las mujeres. Fin al feminicidio” en Rusell, Diana y Roberta, A Harmes (Editoras), Feminicidio, Una perspectiva global, México, UNAM, Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades, pp. 15-42.

Segato, Rita Laura. 2004, “Territorio, soberanía y crímenes de segundo Estado: la escritura en el cuerpo de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez” en I. Vericat, (Editora), Ciudad Juárez, de este lado del puente, México, Instituto Nacional de las mujeres, Epikeia, A.C., pp. 75-93.

Periódicos consultados desde el año 2003 a agosto de 2008 (Todos son medios de comunicación en el Estado de Morelos)

La Jornada de Morelos
Diario de Morelos
La unión de Morelos
El observador morelense

Informes de Organizaciones No Gubernamentales
Amnistía Internacional, 2008, La lucha de las mujeres por la seguridad y la justicia. Violencia familiar en México, Madrid, EDAI.
Comisión Independiente de Derechos Humanos, Boletín de prensa emitido en noviembre de 2003 s/f.
Comisión Independiente de Derechos Humanos, Boletín de Prensa emitido en 21 de junio de 2005.
Comisión Independiente de Derechos Humanos, Boletín de Prensa emitido el 6 de agosto de 2008.

Espacios de la democracia, democracias del espacio.

Por Ana María Martínez de la Escalera*

Este texto es una versión leída en el Congreso “Espacios de la democracia. Democracias del espacio”, que se llevó a cabo en la FFyL de la UNAM, los días 26 y 27 de agosto de 2009.

Querría postular que la crítica es tan indispensable hoy, para la academia de las humanidades, como lo fuera en su época moderna, en detrimento de la postura (posmoderna) que prefiere presentarla como objeto finiquitado del pasado; casi como un artículo folklórico en un empobrecido museo de la memoria. El razonamiento a favor de la postulación, es que la crítica lleva a cabo el trabajo discursivo que vincula la democracia con los espacios y al espacio con las democracias. No daremos por sabidos los términos espacio, crítica y democracia. La importancia de los mismos, el día de hoy, reside en que no sabemos a cabalidad qué quieren decir (ya sea por exceso o falta en su uso o por la polarización política que instaura su uso), y que, por lo tanto, organizar una discusión en torno a sus significados resulta imprescindible (sobretodo en una academia que se dice dispuesta a la conversación inter y transdisciplinaria) . Permítaseme contribuir a ese debate.

Uno. Comencemos por la expresión “espacio.” En su sentido propio, el “espacio” designa una entidad bidimensional delimitable (el antiguo spatium latino: “campo para correr,” de donde procede el término moderno), que contiene otros elementos o entidades sensibles que coexisten en su interior; esto es, un recipiente, un continente vacío pero rellenable de contenido y distinto de éste último; una capacidad de sitio o lugar; una ubicación de límites o fronteras. Este sentido propio, consagrado por la Academia de la Lengua y legitimado asimismo por la tradición como sentido corriente, pretende distinguirse del uso figurado o figural (retórico) del espacio, tal y como se manifiesta, por ejemplo, en el contraste político operado entre el sentido de espacio público y de espacio privado. Aquí se trata de algo más que de un uso figurado, el uso político agrega al continente “espacio,” el sentido y la finalidad de inscribir la división (del trabajo) en la comunidad (por ejemplo asignando las tareas de las mujeres al espacio privado y excluyéndolas de los asuntos públicos naturalmente considerados masculinos). El espacio privado aparece como el lugar de asignación natural de la mujer correspondiente a la división sexual del trabajo, considerada igualmente natural y no política. Cuando esta asignación es considerada política, es decir producto de la dominación y el sometimiento, entonces el sentido propio del término “espacio” se desestabiliza: deja de indicar un lugar natural, dado o recortado del continnum del mundo percibido, para pasar a significar una inscripción, esto es una operación práctica de sentido en el discurso. Perder la estabilidad en la referencia o la designación, se vuelve entonces la ocasión para atisbar en la historia de la lengua: observamos así la invención de nuevas acepciones críticas a partir de viejas palabras.

Dos. Entra la primera operación crítica. La crítica toma la forma de un proceso de desnaturalización del sentido y de repolitización del discurso, puesto que las palabras aparecen como medios para la producción del sentido y como resultado de actos de apropiación (sometimiento o resistencia y subversión) del discurso. Las palabras no sólo acompañan las acciones; ellas mismas exhiben la fuerza realizativa que cambia la historia mediante consecuencias de orden político o social (Austin, 1980).
El arte moderno nos ofrece otra prueba de modificación crítica del “espacio”: desde finales del XIX hasta los primeros 30 años del siglo pasado, el teatro de vanguardia propuso a la sensibilidad occidental la novedosa idea, y la revolucionaria instrumentación, de un espacio escénico entendido como máquina. El espacio no es un campo quieto, produce más bien sentido o sinsentido, discurso en su doble cualidad de ruido y palabra, intercambios sensibles entre los actores y el público, en una escena concebida sin límites prefigurados. Atrás quedaba la reductiva concepción y tratamiento del escenario como soporte de la unidad de tiempo, espacio y acción. La caja italiana, “el pequeño pueblo” como le llamó Grosz (15), que concentraba la mirada del público, detenía el tiempo y el espacio sobre el escenario, inscribía la pasividad en el espectador y le asignaba un tiempo a su disfrute y satisfacía pobremente el “hambre de imágenes” (Grosz,17), una vez descubierta su verdadera operatividad de domesticación de la sensibilidad, sería desbancada por la experimentación. Los telones pintados que obligaban a una estructura bidimensional pasaban, indefectiblemente, a la historia y la caja hacía explosión. Había nacido la crisis de la percepción tradicional, el espacio como negociación sensible o transacción entre cuerpos. Este ejemplo no es secundario en la argumentación: producto de la crítica nacida de la crisis de la representación, el sentido del “espacio,” como máquina de intercambios de las fuerzas de los cuerpos, convierte en observable y pensable la dimensión o instancia operativa misma de los intercambios, no únicamente sus resultados como se acostumbraba en la representación tradicional. Se abrirían a la consideración del público las simetrías o asimetrías del intercambio visual, los usos o abusos de la conmoción sensible o shock de la experiencia, las apropiaciones o expropiaciones de sentido, las tomas de posesión o relevación del recurso escénico; así como los fascismos (Guattari) o las democracias en el manejo de los dispositivos teatrales. La división tensional, plagada de contradicciones entre espectáculo y público puede, desde entonces, ser examinada o analizada mediante políticas del espacio, es decir, a través del análisis de las modalidades de participación (posesión, apropiación, expropiación, exapropiación, etc., y su correspondiente división del trabajo) y no de partición del espectáculo (obra/espectador). La política del espacio, en este contexto, se piensa desde la economía, pues trata con fuerzas productivas, relaciones de producción del sentido y con división de tareas, como si el Marx de La Ideología Alemana nos hubiera dictado estas páginas. Pero también podría ser pensada a la manera de una topografía, pues ella describe, dibuja y contrasta relaciones de dominio del discurso como si fueran lugares sitiados (apropiaciones de sentido) y efectos de subversión como si fueran líneas de fuga; o bien, trata las inscripciones e inyunciones como sitios amurallados y las disyunciones de sentido, derridianamente hablando, como asaltos al castillo de la verdad adquirida.

Una vez dicho lo anterior podemos regresar al inicio de esta intervención. Donde decía:

(…)la crítica lleva a cabo el trabajo discursivo que vincula la democracia con los espacios y al espacio con las democracias.

el espacio de la democracia resultante de la intervención de la crítica debe ser entendido como aquel que resulta de la crisis y crítica de la representación, en el teatro y en la política democrática. Por ende, es un espacio concebido como proceso de inscripción. Este espacio es democrático porque hace público y visible las fuerzas que operan en la producción de sentido entendida como representación, teatral o política. Y además, hace público por escrito esta producción, permitiendo que, mediante la escritura, las futuras generaciones decidan por sí mismas que hacer de ese legado. (Kant, 1978, 25-38)
El espacio desnaturalizado y repolitizado por la crítica al que nos referimos un poco más atrás, obliga a un ejercicio permanente de la vigilancia de las fuerzas de apropiación o expropiación que producen el sentido, dados su potencial de acción y cambio o de lo contrario, de inyunción en el aparato de poder. Este ejercicio debe prevenir o resistir las fuerzas que naturalizan (cuando se cree que sólo hay un sentido propio de las palabras y las descripciones que se hacen mediante ellas) o despolitizan la producción del discurso (cuando se cree que la verdad no tiene que ver con el poder, y se actúa en consecuencia). Por esa razón, el ejercicio democrático-crítico vigilante es estratégico: responde al poder de la naturalización y la despolitización con una fuerza proporcionalmente mayor. Su tarea consiste en definir y practicar intervenciones estratégicas en el espacio, entendido esta vez como las relaciones entre el cuerpo individual del hablante y el cuerpo político (comunidad, institución, nación, etnia o género). Dichas estrategias tienen por finalidad obstaculizar los usos que producen y reproducen la dominación en todas sus modalidades (exclusiones de género, racial, cultural, de clase, etc., de los hablantes).

Nos queda aún y brevemente por terminar de examinar la noción de crítica, en el entendido de que democracia, palabra altamente polisémica, ha sido aquí empleada mayormente para decir el carácter público –porque se publica o transmite mediante formas de transmisión─ de la producción del sentido.

El término crítica padece, él también, de la ambigüedad que le confieren los usos varios y poco selectivos y determinados del mismo a lo largo de su devenir, así como los hábitos en el habla que reducen crítica a evaluación o juzgar descalificador. La vida de la palabra revela que si bien “la práctica de juzgar” fue uno de sus significados más exitosos o de largo alcance y duración, la descalificación sólo es un añadido producto del empobrecimiento del sentido corriente o coloquial. El devenir de los usos de la misma es largo; no me detendré en él en esta lectura; bastará con que recoja lo siguiente:
En lo que se refiere al estatuto de la expresión, la crítica es sobretodo una práctica de lectura, un manojo de procedimientos unidos por una finalidad o función: juzgar, decíamos, o evaluar la verdad entendida históricamente, es decir, en función de sus consecuencias prácticas (sociales o políticas). Pero, estos procedimientos que conforman una práctica de lectura –como supuso Nietzsche- son anteriores y, con mucho, independientes de la finalidad evaluativa. Fueron procedimientos de apropiación de la verdad del texto a la vez que técnicas de toma de posesión de la escritura, más allá de su supuesta verdad. Como procedimientos tienen que ver principalmente con tecnologías desarrolladas a partir del invento del alfabeto (Ong). Ciertas habilidades son reorganizadas con un fin último distinto al que por separado han tenido hasta entonces: ese es su funcionamiento o finalidad exegética o hermenéutica. Las habilidades de lectura funcionan como operaciones de producción del sentido mediante la apropiación del discurso; así por ejemplo la cita, el comentario, la traducción, la alusión, la argumentación, etc., producen el sentido, el valor de verdad y los efectos de verdad del discurso. A la larga, en su devenir, la crítica sospechará que el valor de verdad es más bien un efecto de verdad que un origen incontestable del texto; en ese momento la retórica se tornará una disciplina soberana, como debiera serlo aún entre nosotros.

Tres. Un breve paseo por la historia del crítica . La práctica crítica moderna tiene en la figura renacentista del humanista Lorenzo Valla, a un fundador (Foucault). El hizo por su uso y proliferación, conservación y transmisión rigurosa lo que nadie había hecho hasta entonces, dándole preferencia a la observancia de su metodología sobre la autoridad del texto publicado, hasta el momento sin disputa razonada. El caso de la Donación de Constantino es, en este sentido, ejemplar. El ejercicio de la lectura crítica y de la crítica como lectura de textos puso de manifiesto una sospechosa relación entre verdad y poder, entre el pronunciamiento y transmisión de lo verdadero y las formas de sometimiento a la soberanía de la verdad, cuyo efecto principal es la división entre trabajo intelectual y manual, y entre cuyos efectos secundarios se halla la oposición jerárquica entre letrado/iletrado, maestro/discípulo y sus respectivos cruces con la división sexual o genérica y la división asimétrica entre niños o infantes y adultos. En ese momento, la tradición o la cultura dejaría de ser considerada el recipiente natural y transparente de la de la verdad, suerte de contenedor del canon de libros y autores evidentes por sí mismos, para aparecer, quizás por primera vez, como una herencia en disputa, inscrita en un campo de batalla organizándose como el encuentro violento de dos fuerzas interpretativas antagónicas. Por extensión, la condición pública de la verdad se comprende como la reorganización de fuerzas, o sea de significados, en torno a dos oponentes, cada uno de los cuales se dice poseedor de la verdad. Valla creía posible que la crítica, su crítica en particular, era la fuerza que develaba la adulteración de la verdad mediante procedimientos no rigurosos de cita, traducción y del uso irresponsable de la anacronismo. Sus propios textos al respecto son prueba, incontestable, de que la demostración del carácter manipulado de la verdad es a su vez un ejemplo de manipulación de las técnicas y procedimientos de publicación. La verdad y su crítica son, en este sentido, compañeros del crimen. Hoy leemos el Discurso de Valla sobre la Donación de Constantino como un texto si se quiere interesado, como una crítica que haciendo uso de la erudición a su alcance (retórica, legal, histórica y lingüística), se opone a una verdad por considerarla una verdad del poder y a la vez, procede a exonerarse a sí misma de este cargo.

Cuatro. La cuestión crítica: resultados. Foucault describirá este procedimiento crítico como algo típico de los saberes sometidos produciéndose siempre al interior de un campo de lucha, regida por una lógica de antagonismos. Esta crítica no es, pues, imparcial, según Foucault, sino parte activa, uno de los participantes en la batalla por apropiarse del discurso verdadero en el espacio público.

¿Qué podemos decir al respecto de estas últimas consideraciones? ¿Tienen Valla y Foucault razón? Cuando criticamos la noción de espacio público, por ejemplo,¿qué criticamos?, ¿qué hacemos en realidad al criticar? ¿Nos oponemos al uso de la expresión por sus significados, su valor, su estatuto político y teórico, si se quiere por su propiedad, esto es su sentido propio, gramatical y filosófico? O bien lo que hacemos es la historia de la distinción entre espacio público y espacio privado y sus consecuencias prácticas: la división, es decir las formas de exclusión que comporta primero como distinción y después como oposición. En efecto, el espacio público no es un espacio natural, adquiere su sentido de su oposición al espacio privado, tanto en su devenir en el pensamiento filosófico liberal desde Locke a nuestros días, como en su peregrinar por el sentido común. Sobre todo, el espacio público no es un lugar privilegiado donde se escenifica lo político. El espacio público es la capacidad o fuerza de intervención y postulación discursiva en asuntos generales; y su fuerza de designación es proporcional a su fuerza de exclusión: cuanto más y mejor excluye a una parte de la sociedad, más y mejor designa una realidad sin los excluidos, que aparecen como excepciones y no partes de lo político.(Por ejemplo las Madres de Plaza de Mayo o de los desaparecidos). ¿Su fuerza de edificar mediante la exclusión será similar al funcionamiento del a priori histórico en el sentido que Foucault diera a la expresión? ¿A priori constituido por instituciones como la prensa escrita, televisiva, el Internet, etc. y su autoridad mediática de designación, entre otras cosas? Consideremos entonces que si no es un lugar, sino una serie de procedimientos de publicación, de transmisión y conservación asimétrica de la verdad, entonces, el “espacio público” no es tampoco ni un bien, ni una propiedad al alcance de cualquiera, sino una máquina de producción de lo verdadero. Y esta máquina es, hoy en día, privada. Frente a esta forma de apropiación, contamos, los que hemos sido privados de ella, con acciones de resistencia: son formas de posesión o de uso crítico de la verdad. El testimonio, por su fuerza genealógica –contar la historia de las luchas en y por el discurso-, es una de ellas. El testimonio, entonces, es una fuerza de resistencia sobre la que hay que trabajar.

Austin, John L., (1990), Cómo hacer cosas con palabras, Paidós, Barcelona.
Kant, Inmanuel, (1978), ¿Qué es la Ilustración? en Filosofía de la historia, FCE, México.
Ong, Walter, (1980), Oralidad y escritura. Tecnologías de la palabra, México, FCE.

Lo carnavalesco: posibilidades críticas y de resistencia.

Por Erika Lindig Cisneros
Este texto es una versión leída en el Congreso “Espacios de la democracia. Democracias del espacio”, que se llevó a cabo en la FFyL de la UNAM, los días 26 y 27 de agosto de 2009.

“En principio se puede, pues, cambiar las palabras. Pero siempre se necesitan palabras, y el margen de libertad tampoco es, de hecho, tan grande; hay que pasar por las vías del lenguaje establecido, que es siempre conservador, puesto que registra las cosas y los significados reconocidos por la ideología dominante. “
Louis Althusser

Si el discurso no es un medio para luchas exteriores a él, sino eso por lo que se lucha, como lo mostró Foucault, y antes que él, la tradición retórica, es indispensable pensar en las formas que ha tomado esta lucha. Frente a ciertas prácticas de dominación, que implican la apropiación del discurso y del sentido por parte de las fuerzas políticas hegemónicas, siempre ha habido prácticas de resistencia que logran, cuando menos, poner en cuestión el orden establecido por dichas formas de apropiación. En su texto más conocido: La cultura popular en la Edad Media y el renacimiento. El contexto de François Rabelais, M. Bajtín reflexionó sobre algunas de estas prácticas de resistencia, producidas y transmitidas en el ámbito de lo que él llamó “la cultura popular de la risa”. Prácticas democráticas en tanto que son “patrimonio del pueblo” : pertenecen a una milenaria cultura popular, y fueron recogidas, como prácticas discursivas, en los textos de F. Rabelais, que son el objeto de los análisis de Bajtín. Con ello, las manifestaciones discursivas carnavalescas de la cultura popular fueron introducidas en la literatura, en la llamada “alta cultura”, derribando, según Bajtín, las fronteras entre literaturas oficiales y no oficiales (fronteras que delimitaban los sectores claves de la ideología, como las instituciones de enseñanza). Esto fue posible también gracias a la adopción de las lenguas vulgares en la literatura.
Sucede con la mayoría de los trabajos de Bajtín y de su Círculo de estudios (pienso por ejemplo en su ensayo La palabra en la novela), que permiten la generalización, a otros ámbitos disciplinares, de las nociones propuestas para el análisis de determinados fenómenos socio-históricos, lingüísticos y/o literarios. Pero con respecto a la noción de “lo carnavalesco” o “el carnaval” dicha generalización es problemática. Así lo carnavalesco se ha entendido como “un dispositivo teórico para el análisis de los textos culturales de toda índole” , y, en cierta medida, esta generalización es lícita, pero sólo en cierta medida, ya que excluye ciertos sentidos y efectos de las prácticas carnavalescas que sólo pueden entenderse en el ámbito de las condiciones sociales, políticas e históricas de su producción, como lo señala el propio Bajtín en distintos lugares de su texto. En la medida, entonces, en que lo carnavalesco se entiende como un conjunto de operaciones discursivas, creo que dicha noción puede referirse a cierta condición del discurso, llamada en otros ámbitos teóricos “retoricidad”, que permite poner en cuestión la apropiación de la significación y la jerarquización de las oposiciones binarias que estructuran nuestro lenguaje y nuestro pensamiento y por lo tanto, la forma en que se organizan nuestras relaciones con nosotros mismos, con los otros y con el mundo, y que constituyen el espacio de eso que habitualmente llamamos lo político. Este es un primer sentido en que se puede entender lo carnavalesco como espacio de la crítica y la resistencia. Por otra parte, en el contexto de la producción de las prácticas carnavalescas en sus diversas manifestaciones, (Bajtín enumera las formas y rituales del espectáculo, las obras cómicas verbales y las formas y tipos del vocabulario familiar y grosero) me interesa esbozar dicha noción en la medida en que se refiere al contexto en que se producen y que es a su vez producido por dichas prácticas, y especialmente al más importante de sus elementos: la risa carnavalesca, que también tiene un potencial crítico interesante.
Lo carnavalesco, tal como es definido por Bajtín, se caracteriza principalmente por “la lógica original de las cosas “al revés” y “contradictorias”, de las permutaciones constantes de lo alto y de lo bajo (la “rueda”) del frente y el revés, y por las diversas formas de parodias, inversiones, degradaciones, profanaciones, coronamientos y derrocamientos bufonescos.” En el ámbito de lo carnavalesco, la cultura popular medieval y renacentista construyó un “mundo al revés”, parodia de la vida ordinaria, que lograba poner en cuestión al la vez una concepción teológica del mundo y el régimen político, fuertemente jerarquizado, que esta sustentaba. Siempre según Bajtín, esta parodia carnavalesca se distingue de la moderna en que si la última es puramente negativa y formal, la primera, al negar, da lugar a lo nuevo, o en sus propios términos “resucita y renueva a la vez”. Entre otras cosas, porque la parodia moderna se caracteriza por la exterioridad del autor frente al objeto aludido; mientras que en la parodia carnavalesca, por su carácter popular y universal (en el sentido en que todo y todos participan de ella) quien escarnece es al mismo tiempo objeto de escarnio, pertenece a un “mundo” inacabado cuyo sentido siempre es relativo, objeto de cuestionamiento. “Las formas y símbolos de la lengua carnavalesca (escribe) están impregnadas del lirismo de la sucesión y la renovación, de la gozosa comprensión de la relatividad de las verdades y las autoridades dominantes” . Y también, con respecto al grotesco carnavalesco, afirma que “permite mirar con nuevos ojos el universo, comprender hasta qué punto lo existente es relativo, y, por tanto, comprender la posibilidad de un orden distinto del mundo” .
Esto es lo que interesa subrayar: las formas carnavalescas no se limitan a invertir oposiciones, sino que muestran la posibilidad misma de la inversión, la inestabilidad de los términos y los valores jerárquicos a ellos asociados, logrando así desestabilizar el sistema de creencias que se funda en dichas oposiciones. Sólo por eso puede decirse que en el ámbito de las prácticas discursivas, las formas carnavalescas constituyen una retórica de la crítica y de la resistencia. Retórica con consecuencias epistemológicas, puesto que afecta nuestras relaciones con eso que llamamos “mundo” y también, desde luego, las relaciones que regulan lo político.
Bajtín sostuvo que el carnaval produjo “una lengua propia” con unas formas de expresión “dinámicas y cambiantes (proteicas), fluctuantes y activas”. Entre dichas formas estaban comprendidas no sólo las figuras de inversión de opuestos, sino también otras figuras complejas como la parodia, la ironía, y toda clase de tropos. Con respecto al grotesco carnavalesco Bajtín dice que “ilumina la osadía inventiva, permite asociar elementos heterogéneos, aproximar lo que está lejano, ayuda a librarse de ideas convencionales sobre el mundo, y de elementos banales y habituales.” La asociación de elementos heterogéneos y la aproximación de lo que es lejano y distinto fueron atribuidas por la retórica humanista (Vico) , al ingenio de la lengua y descritas como el trabajo de la metáfora, que no se limita a encontrar semejanzas, sino que las crea. En este sentido podemos entender también la descripción bajtiniana del grotesco. Uno de los posibles efectos de la metaforización así entendida es la puesta en cuestión de las taxonomías que organizan jerárquicamente el mundo. En el caso del carnaval se trataba de lo divino, lo humano, lo animal, lo vegetal, lo mineral; lo alto espiritual y lo “bajo material y corporal”, la vida y la muerte; pero también todas las jerarquías socio-políticas, y posiblemente las jerarquías de género, lo que no es problematizado por Bajtín, pese a su afirmación de que el carnaval se caracteriza por la abolición de todas las jerarquías . La puesta en cuestión en este caso es posible precisamente porque las figuras grotescas, al asociar elementos considerados heterogéneos, desdibujan los límites entre un orden y otro, mostrando que dichos límites no son naturales ni necesarios.

Pero las figuras carnavalescas tienen además un efecto liberador, encarnado en la risa. La risa es a la vez efecto de las formas carnavalescas y horizonte interpretativo de las mismas (en términos de Bajtín, cosmovisión omniabarcante: en el ámbito del carnaval todo, sin excepción, es cómico, todo dogma o creencia entra en el juego de la fiesta). Así la cultura popular que da sustento al carnaval medieval es una cultura de la risa, cuyos rasgos esenciales para B. son, por una parte, una significación positiva, regeneradora, creadora, vinculada con una concepción cíclica del tiempo que rige todas las actividades humanas, tiempo de muerte y regeneración , y que adquiere un sentido político: al hacer énfasis en lo nuevo, que está por llegar, “concreta la esperanza popular en un porvenir mejor, en un régimen social y económico más justo, en una nueva situación”. ; y por otra parte su capacidad de enfrentarse al terror y vencerlo. Al terror del poder divino y humano, de las fuerzas naturales, y al terror moral; producto de las prácticas discursivas y no discursivas hegemónicas. Así la risa era capaz de “aclarar la conciencia del hombre y de revelarle un nuevo mundo” . Esto fue posible según Bajtín gracias a que la risa superó tanto la censura exterior, como lo que él llamó “el gran censor interior”. Si bien la oposición interioridad/exterioridad que sustenta este argumento es cuestionable, las conclusiones que extrae de ella son importantes: gracias a esta liberación con respecto al miedo a lo sagrado, a la prohibición autorizada, al pasado, al poder, la risa no se limitó a expresar la concepción antifeudal, sino que contribuyó positivamente a formularla. Al descubrir el mundo en su faceta más alegre y lúcida, permitió la visión de lo nuevo y lo futuro.” Esto es, según él, la expresión del principio material y corporal en su auténtica acepción. Pese a que Bajtín insiste en la importancia de este principio para las prácticas carnavalescas, una de cuyas formas más importantes es la degradación de lo considerado “alto” en lo “bajo material y corporal”, que en el ámbito carnavalesco es sobre todo principio de generación, no consideró una dimensión importante de la risa en relación con el cuerpo. La liberación que la risa produce puede interpretarse también como una liberación corporal: es un estado involuntario que nos sobreviene y que excede las prácticas de producción e interpretación del sentido. A nivel del cuerpo, la risa tiene las características del grotesco bajtiniano conjuga el placer y el dolor, deforma el gesto y la postura. La risa festiva, explosiva, actúa sobre los cuerpos en el antiguo sentido de lo estético, es decir, en tanto que opera sobre la sensibilidad. Se trata de una función corporal sin finalidad aparente, es expresión del gasto inútil, así como la fiesta en que se inscribe. Ambas, la risa y la fiesta, invitan a pensar en un tiempo y un espacio de las actividades humanas que no están regulados por la lógica de la eficiencia y del trabajo.
Ahora bien, fueron las condiciones socio-políticas medievales las que permitieron el surgimiento de lo carnavalesco como un espacio casi utópico de suspensión de la represión del régimen feudal (hasta cierto punto) . Al amparo de la fiesta, las fuerzas producidas por las prácticas discursivas y no discursivas jugaban libremente. Lo cual, desde mi punto de vista, no las eximía de la posibilidad de la violencia. En este sentido, considero que es justa la crítica que se ha hecho de la interpretación bajtiniana del espacio del carnaval como un espacio necesariamente no violento . Puestas a jugar libremente, las fuerzas corporales y verbales pueden operar de cualquier manera. El espacio del carnaval puede ser tanto el espacio de la liberación como lo entendió Bajtín, como el espacio de ejercicio de la fuerza y de la violencia sin más.
En cuanto a las posibilidades liberadoras de lo carnavalesco, creo que también conviene discutir la crítica que hace Umberto Eco a lo que llama la teoría hiperbakhtiniana de la “carnavalización cósmica como liberación global”. Según Eco, Bajtín tenía razón al entender lo carnavalesco como “un impulso profundo hacia la liberación y la subversión en el carnaval medieval.” Los casos de carnavalización moderna, sin embargo, no son para él instancias de transgresiones reales, sino al contrario, casos de transgresión autorizada (reservados a ciertos espacios y tiempos), y por tanto, ejemplos de reforzamiento de la ley. En su opinión, “la carnavalización sólo puede desempeñar el papel de una revolución (como en el caso de Rabelais o Joyce) cuando aparece inesperadamente, frustrando expectativas sociales.” E incluso aquí, se enfrenta con problemas. Por una parte, “produce su propio manierismo (es reabsorbido por la sociedad) y, por la otra es sólo aceptable cuando se lleva a cabo dentro de los límites de la una situación de laboratorio (literatura, escenario, pantalla…). Y aun cuando se presenta de manera inesperada y no autorizada, y se interpreta como una verdadera revolución, esta tiende a producir su propia restauración. Las observaciones de Eco me parecen acertadas. Sin embargo, creo también que un análisis de lo carnavalesco como condición del discurso ayuda a explicar esto que él entiende como “mecanismos sociales” de transgresión y posterior normalización. Las prácticas carnavalescas, al invertir oposiciones y abolir jerarquías, al crear nuevas relaciones aproximando elementos habitualmente considerados como heterogéneos, al cuestionar, paródicamente, las relaciones de dominación establecidas por el orden hegemónico, son capaces de producir nuevos sentidos y nuevas relaciones. Pero el discurso, en todas sus dimensiones, está siempre sujeto a su apropiación por toda clase de fuerzas. Las prácticas carnavalescas, tal como fueron descritas por Bajtín, tienen un potencial revolucionario (en el sentido de Eco) precisamente por su carácter dinámico y cambiante, fluctuante y activo. Pero ello no impide que eso que producen, en términos de sentido y de acción, se integre al orden establecido, normalizándose. Así, fuera del carnaval, eso que Eco describe como un ejercicio humorístico, que distingue de lo cómico-carnavalesco, y que consiste en “minar los límites desde dentro” , para mostrarnos la presencia de una ley y ponerla en cuestión, es uno de los efectos de lo carnavalesco como ejercicio discursivo. Y tiene razón en afirmar que dicho ejercicio es siempre provisional: “descubrimos, aunque sea por un momento, la verdad” . Esta es una de las dimensiones de la crítica. Lo interesante de la noción de lo carnavalesco entendida como el ejercicio de la crítica en determinadas prácticas discursivas es que no pertenece, en sentido estricto, a nadie. Puede describirse como patrimonio de la cultura popular porque es patrimonio de la lengua, entendida no a la manera romántica como el tesoro cultural sancionado por la preservación de la tradición, sino como una serie de prácticas que organizan y reorganizan las relaciones que nos constituyen como sujetos políticos. Lo carnavalesco es, así entendido, un espacio democrático. Por otra parte, Eco, como Bajtín, no consideró los efectos de la risa y la fiesta en su dimensión estética en el sentido de afección sensible. La risa y la fiesta pueden ser también una instancia crítica en su dimensión estética , en cuanto a que nos obligan a preguntarnos por las formas de la percepción sensible y en cuanto a que pueden ser el medio de ensayo de nuevas formas de la percepción, de nuevas relaciones con eso que llamamos mundo y con eso que llamamos lo político.
El epígrafe de Althusser decía: “En principio se puede, pues, cambiar las palabras. Pero siempre se necesitan palabras, y el margen de libertad tampoco es, de hecho, tan grande; hay que pasar por las vías del lenguaje establecido, que es siempre conservador, puesto que registra las cosas y los significados reconocidos por la ideología dominante. Y concluía: Forzar la lengua: el poeta, el filósofo, lo sabe. Y también el militante revolucionario.” A lo cual habría que responder que no son el poeta o el filósofo en tanto autoridades quienes pueden forzar la lengua, sino más bien la figura del “militante revolucionario” que puede ser cualquier usuario de la lengua, gracias a esa condición discursiva que, al interior del discurso que produce y reproduce toda clase de formas de exclusión, permite al mismo tiempo desestabilizarlas, cuando menos provisionalmente, en el ámbito de la producción del sentido, y también en el ámbito de producción de nuevas formas de la experiencia sensible.