Este texto es una versión preliminar leída el 25 de noviembre de 2009, en el evento Coloquio anual de estudios de género.
Lourdes Enríquez
Alicia Ponce Gaona
Una lucha previa, sin embargo, parece librarse en el movimiento feminista a nivel social, político y académico sobre el término. Esta lucha, creemos oculta aquellos procedimientos pues se traslada el problema a la interpretación del término. Tal es el sentido de la disputa de grupos académicos sobre la pertinencia de utilizar feminicidio o femicidio. Una disputa que tiene que ver con apropiaciones discursivas, con conflictos de interpretación y con discusiones sobre los sujetos autorizados para hablar sobre el problema. Dos comentarios de Diana Rusell nos aclararan lo anterior:
Considero que el uso infrecuente del término feminicidio por parte de las feministas es la razón más importante por la cual el feminicidio permanece como la forma más desatendida de violencia contra las mujeres. La poca familiaridad de muchas feministas con este término puede explicar también por qué las tan dispares campañas feministas organizadas para combatir el feminicidio en Estados Unidos y otras partes no han logrado conseguir que las diferentes corrientes del movimiento contra la violencia hacia las mujeres incluyan sistemáticamente el asesinato de mujeres en sus agendas
El movimiento feminista no conoce el tema, no conoce incluso el concepto feminicidio. Y la razón más importante es que se desconoce el término, que su uso es infrecuente. En México esto no es así, los distintos movimientos en contra la violencia hacia la mujer lo han incorporado. En un primer momento, sin embargo se hizo con la narrativa de la excepcionalidad, es decir, el feminicidio no es una tecnología generalizada, sino es la excepción que se manifiesta en Ciudad Juárez. Pero al exterior, también se ve como algo excepcional, como la particularidad de México respecto a los demás países. En esta nueva excepcionalidad se juegan una serie de estereotipos que van desde la visión de la violencia intrínseca que caracterizaría solamente al hombre mexicano hasta condiciones de otra índole como el narcotráfico y la delincuencia organizada. ¿Será esa la razón por la que feminicidio no es parte de la agenda del movimiento? En el reciente encuentro de Feministas de América Latina y el Caribe el tema, efectivamente no fue tratado. El tema principal era “los fundamentalismos” y hubo sólo un pronunciamiento, de una organización no propiamente feminista (Observatorio Contra el Feminicidio) acerca del feminicidio”. Hay Sin embargo otras consideraciones previas ¿Quién produce la agenda? ¿En qué consiste la agenda de un movimiento? ¿Bajo qué criterios se decide esto es parte de la agenda y esto no? Muchas veces las agendas son producidas en tanto responden a un ataque estatal. Por ejemplo, la respuesta a las legislaciones que criminalizan el aborto en cualquiera de sus formas. Otras tantas con principios muy generales, por ejemplo la defensa de la equidad. Pero también, muchas veces, las problemáticas que se han de atender en un movimiento son consecuencia de banderas enarboladas por grupos de interés, por ejemplo, las convenientes al Estado, a sectores académicos de investigación o a Organizaciones cuya subsistencia depende de la existencia de un problema. Las agendas pues, son construidas en las distintas luchas y no son previas al enfrentamiento sino consecuencia de intereses y preocupaciones.
Por otro lado en un coloquio sobre feminicidio que fue parte de la Conferencia Internacional sobre Violencia, Abuso y ciudadanía de las mujeres que la autora organizó en 1996 sostiene lo que sigue: “Este taller fue uno de los pocos abiertos únicamente a las mujeres. Puse esto como condición porque comparto la creencia de varias feministas de que son necesarios marcos exclusivamente femeninos para que las mujeres compartan material delicado”.
Esta segunda cita es un ejercicio de apropiación. Hay sujetos que pueden apropiarse de las problemáticas con un llamado a su identidad. Hay sujetos, también que pueden hablar apropiadamente sobre un tema. Aquí surge la pregunta de si hay temas exclusivos de mujeres, entonces, desde esa perspectiva no sólo exclusivos de mujeres sino de hombres o de homosexuales, o transexuales o de cualquier otro sujeto. ¿No es ello una política identitaria, exclusiva y excluyente? Y otra pregunta que sería su más inmediata consecuencia ¿Puede el discurso virilizarse, feminizarse, homosexualizarse o transexualizarse, etcétera? ¿Puede el discurso tomar su sentido, su significación, su valoración y su fuerza de aquel sujeto que lo enuncia? Aquí uno puede sospechar que hay una exclusión que tiene dos supuestos: El primero se refiere a que la experiencia propia excluye, por medio de la vivencia, a los demás. Nadie puede hablar del tema a menos que lo haya vivido. Y el segundo se refiere a lo que podríamos llamar región discursiva. Se habla, para comprender, de cierta manera, con ciertas palabras y haciendo ciertos gestos que son identificables a un sujeto.
Podemos distinguir por tanto dos niveles de análisis. Uno es el que se refiere a los procedimientos y las tecnologías que nombra una palabra. Y otro que se refiere a los significados, interpretaciones y usos de la palabra. Uno visibiliza la violencia hacia la mujer y otro visibiliza un campo de batalla que es sobre todo académico, el de la disputa por la interpretación en el interior de las distintas perspectivas feministas y que está sujeta a apropiaciones que identifican la autoridad de los que tienen el derecho a hablar. Toca a nosotros discutir cuál batalla es más urgente.