Feminismos y feminicidio

Este texto es una versión preliminar leída el 25 de noviembre de 2009, en el evento Coloquio anual de estudios de género.

Armando Villegas

Lourdes Enríquez

Alicia Ponce Gaona

El término feminicidio o femicidio, describe procedimientos de violencia extrema hacia las mujeres en el que se pone en evidencia una política de la muerte generalizada y constitutiva de nuestras sociedades. La palabra da nombre a tecnologías, prácticas y discursos de aplicación de la violencia. No sólo describe un asesinato que habría que tipificar en el código penal, sino un sistema en el que la sociedad se deshace sistemáticamente y con distintas técnicas de las mujeres. Pongamos por caso, el infanticidio femenino en China que incluye prácticas culturales como “el extendido abuso físico, la mutilación genital, las novias quemadas, el uso de amnioscentesis para abortar fetos femeninos” que tiene como consecuencia una alta tasa de mortandad femenina. Pongamos, también por caso, las omisiones de los aparatos de impartición de justicia cuando se trata de un asesinato de mujeres o los estereotipos como el de “se lo merecía por estar fuera de casa” cuando hay un ataque de violencia contra la mujer. Estas prácticas, tecnologías, discursos y procedimientos son entre otros, aquello que consideramos se nombra con el término femicidio o feminicidio. Creemos, por tanto que un ataque frontal a estas tecnologías debe ser la prioridad. Hacer su historia y dilucidar sus condiciones de emergencia, localizar sus puntos de ausencia incluso y aquellos espacios en donde se ejercen de distinta manera.

Una lucha previa, sin embargo, parece librarse en el movimiento feminista a nivel social, político y académico sobre el término. Esta lucha, creemos oculta aquellos procedimientos pues se traslada el problema a la interpretación del término. Tal es el sentido de la disputa de grupos académicos sobre la pertinencia de utilizar feminicidio o femicidio. Una disputa que tiene que ver con apropiaciones discursivas, con conflictos de interpretación y con discusiones sobre los sujetos autorizados para hablar sobre el problema. Dos comentarios de Diana Rusell nos aclararan lo anterior:

Considero que el uso infrecuente del término feminicidio por parte de las feministas es la razón más importante por la cual el feminicidio permanece como la forma más desatendida de violencia contra las mujeres. La poca familiaridad de muchas feministas con este término puede explicar también por qué las tan dispares campañas feministas organizadas para combatir el feminicidio en Estados Unidos y otras partes no han logrado conseguir que las diferentes corrientes del movimiento contra la violencia hacia las mujeres incluyan sistemáticamente el asesinato de mujeres en sus agendas

El movimiento feminista no conoce el tema, no conoce incluso el concepto feminicidio. Y la razón más importante es que se desconoce el término, que su uso es infrecuente. En México esto no es así, los distintos movimientos en contra la violencia hacia la mujer lo han incorporado. En un primer momento, sin embargo se hizo con la narrativa de la excepcionalidad, es decir, el feminicidio no es una tecnología generalizada, sino es la excepción que se manifiesta en Ciudad Juárez. Pero al exterior, también se ve como algo excepcional, como la particularidad de México respecto a los demás países. En esta nueva excepcionalidad se juegan una serie de estereotipos que van desde la visión de la violencia intrínseca que caracterizaría solamente al hombre mexicano hasta condiciones de otra índole como el narcotráfico y la delincuencia organizada. ¿Será esa la razón por la que feminicidio no es parte de la agenda del movimiento? En el reciente encuentro de Feministas de América Latina y el Caribe el tema, efectivamente no fue tratado. El tema principal era “los fundamentalismos” y hubo sólo un pronunciamiento, de una organización no propiamente feminista (Observatorio Contra el Feminicidio) acerca del feminicidio”. Hay Sin embargo otras consideraciones previas ¿Quién produce la agenda? ¿En qué consiste la agenda de un movimiento? ¿Bajo qué criterios se decide esto es parte de la agenda y esto no? Muchas veces las agendas son producidas en tanto responden a un ataque estatal. Por ejemplo, la respuesta a las legislaciones que criminalizan el aborto en cualquiera de sus formas. Otras tantas con principios muy generales, por ejemplo la defensa de la equidad. Pero también, muchas veces, las problemáticas que se han de atender en un movimiento son consecuencia de banderas enarboladas por grupos de interés, por ejemplo, las convenientes al Estado, a sectores académicos de investigación o a Organizaciones cuya subsistencia depende de la existencia de un problema. Las agendas pues, son construidas en las distintas luchas y no son previas al enfrentamiento sino consecuencia de intereses y preocupaciones.

Por otro lado en un coloquio sobre feminicidio que fue parte de la Conferencia Internacional sobre Violencia, Abuso y ciudadanía de las mujeres que la autora organizó en 1996 sostiene lo que sigue: “Este taller fue uno de los pocos abiertos únicamente a las mujeres. Puse esto como condición porque comparto la creencia de varias feministas de que son necesarios marcos exclusivamente femeninos para que las mujeres compartan material delicado”.

Esta segunda cita es un ejercicio de apropiación. Hay sujetos que pueden apropiarse de las problemáticas con un llamado a su identidad. Hay sujetos, también que pueden hablar apropiadamente sobre un tema. Aquí surge la pregunta de si hay temas exclusivos de mujeres, entonces, desde esa perspectiva no sólo exclusivos de mujeres sino de hombres o de homosexuales, o transexuales o de cualquier otro sujeto. ¿No es ello una política identitaria, exclusiva y excluyente? Y otra pregunta que sería su más inmediata consecuencia ¿Puede el discurso virilizarse, feminizarse, homosexualizarse o transexualizarse, etcétera? ¿Puede el discurso tomar su sentido, su significación, su valoración y su fuerza de aquel sujeto que lo enuncia? Aquí uno puede sospechar que hay una exclusión que tiene dos supuestos: El primero se refiere a que la experiencia propia excluye, por medio de la vivencia, a los demás. Nadie puede hablar del tema a menos que lo haya vivido. Y el segundo se refiere a lo que podríamos llamar región discursiva. Se habla, para comprender, de cierta manera, con ciertas palabras y haciendo ciertos gestos que son identificables a un sujeto.

Podemos distinguir por tanto dos niveles de análisis. Uno es el que se refiere a los procedimientos y las tecnologías que nombra una palabra. Y otro que se refiere a los significados, interpretaciones y usos de la palabra. Uno visibiliza la violencia hacia la mujer y otro visibiliza un campo de batalla que es sobre todo académico, el de la disputa por la interpretación en el interior de las distintas perspectivas feministas y que está sujeta a apropiaciones que identifican la autoridad de los que tienen el derecho a hablar. Toca a nosotros discutir cuál batalla es más urgente.

Estrategias feministas

Este texto es una versión preliminar leída el 25 de noviembre de 2009, en el evento Coloquio anual de estudios de género.

Érika Lindig

Bárbara Monjaras

Anabel Cucagna

Se dice de las múltiples formas de lucha, en el discurso y fuera de él, que, en clave crítica, se ocupan hoy de problemáticas de género. Nos interesan particularmente las estrategias discursivas por su capacidad de cuestionamiento, o su fuerza para modificar las diversas formas de sujeción y dominación constitutivas de nuestras sociedades patriarcales. Discurso es aquí, en el sentido de Foucault, ese conjunto de enunciados cuya producción es controlada, seleccionada y redistribuida por una serie de procedimientos de inclusión/exclusión, de clasificación u ordenación y de determinación de las condiciones de su producción. Pero también es aquello que, al no ser un objeto o un bien, no es apropiable definitivamente, es siempre susceptible de ser reapropiado y exapropiado, es decir, de manifestarse en nuevos usos, y de prevenir su apropiación por parte de las diversas fuerzas sociopolíticas. Tal es el caso, por ejemplo, del término “queer” analizado por Judith Butler, pero también del término “madre”, que ha conocido usos políticos en el caso de las madres de la Plaza de mayo y de las madres de las víctimas de feminicidio en México; o del término “lucha” referido a la lucha de las mujeres en el caso de las mujeres zapatistas. A las diversas formas de apropiación, reapropiación y ex-apropiación del discurso que logran mostrar y cuestionar el carácter profundamente asimétrico de las relaciones sociales, y ocasionalmente, producir nuevas relaciones, les llamaremos estrategias discursivas.

Las estrategias feministas parten de la afirmación de que el género y el sexo son producidos social, política y económicamente, y que esta producción implica la división jerarquizada y excluyente del trabajo, de la propiedad y, en general, de todo tipo de relaciones de intercambio. Así, por ejemplo, dan lugar a la reflexión sobre la violencia de género, cuya forma más extrema es el feminicidio, como un fenómeno constitutivo de lo social. Lo social debe entenderse aquí como el ámbito sujeto a cierto ordenamiento o regulación que mediante prácticas discursivas y no discursivas, asigna espacios determinados y formas de acción específicas a los diversos actores sociales, excluyendo, necesariamente, a determinados grupos o individuos de los espacios, prácticas y saberes privilegiados. La asignación del espacio público al género masculino y el privado al femenino ha sido, en la historia de Occidente, un ejemplo paradigmático de esta distribución, que por otra parte siempre ha sido paradójica, como lo mostraría una lectura cuidadosa de la tragedia griega Antígona, en la cual la protagonista sufre un castigo político cuando ella misma, en su condición de mujer, había sido excluida de este ámbito.

Las estrategias feministas, mediante una puesta en cuestión política del concepto moderno del sujeto, persiguen la postulación de un sujeto femenino no identitario, y no definible a partir de la tradicional oposición jerarquizada masculino/femenino; un sujeto en permanente proceso de constitución, que no se realiza plenamente, sino que está sujeto a desplazamientos, quiebres, azares. Así dichas estrategias no apuntan hacia la construcción de un “nosotras”, que tiene como efecto de acción enunciativa la exclusión de las/los otras/os, pero sí permiten la inclusión de momentos identitarios en la medida en que estos pueden resultar importantes en circunstancias socio-políticas determinadas.

El término “estrategia” no debe entenderse como una práctica, o conjunto de prácticas, que persiguen un fin específico. Especialmente, no se trata de prácticas cuya finalidad es la apropiación del poder, sino de los ejercicios capaces de cuestionar la producción y reproducción de los múltiples espacios de privilegio y de influencia desde los cuales este se ejerce. La crítica debe ser también autocrítica en la medida en que los diversos feminismos históricos han estado atravesados también por la apropiación, por parte de individuos o grupos, tanto del término “feminismo”, como de los espacios de influencia y privilegios académicos, económicos, fiscales, políticos, sociales, etc., como lo muestra el artículo de Villegas. Hablar de estrategias feministas implica, entonces, hacer la historia de esos ejercicios de apropiación y reapropiación. Pero es igualmente importante recuperar el carácter radical del cuestionamiento que ha caracterizado a los diversos movimientos feministas históricos. Así, es necesario también elaborar una historia que muestre ese radicalismo y de cuenta de los acontecimientos feministas que han inaugurado nuevas formas de comportamiento social y nuevas formas de la experiencia que las estrategias mismas han permitido en momentos específicos, un ejemplo de ello es la promulgación de la “ley revolucionaria de mujeres” de las mujeres zapatistas que se discute en el artículo de Barrón y Salinas. Dicho radicalismo se manifiesta hoy, entonces, en movimientos políticos de carácter contigente cuyo trabajo no consiste en el mero intercambio de los lugares establecidos en las relaciones de dominio/sometimiento, sino a denunciar la jerarquización y la exclusión, y a poner en cuestión los procedimientos que producen y reproducen dichas relaciones; y que anuncian la posibilidad de lo porvenir, entendido a la manera derridiana, como aparición de lo otro o de lo nuevo, y que puede ser eso que no se deja regir por nuestras formas etnocéntricas y falocéntricas de organización social.