Polifonía de voces se tejen a lo largo de las 363 páginas que conforman el libro titulado Alteridad y exclusiones. Vocabulario para el debate social y político que, bajo la cuidadosa coordinación de Ana María Martínez de la Escalera y Erika Lindig brinda un instrumental que hace de la palabra su razón de ser pública y política, tarea de la cual la institución universidad y particularmente las humanidades, no pueden ni deben eludir.
Por ello, este texto es un libro abierto a la historia, a la crítica, así como a las experiencias que conforman los horizontes en los que se tejen las injusticias y la responsabilidad que conlleva visibilizar lo que compromete sin límite con la verdad, como bien lo inscribió Jacques Derrida en su Universidad sin condición (2002).
Tarea ardua y compleja porque implica poner en cuestión –deconstruir– nuestras propias formas de enunciación y de producción discursiva del saber. Porque involucra explorar y habilitar desde la palabra el ejercicio de la crítica que “…además de cuestionar prejuicios que dominan la imaginación creadora social propone, sin reserva alguna, maneras de hacer y argumentos inéditos” (Martínez de la Escalera y Lindig, coords., 2013: 38), tal como lo especifican sus coordinadoras en el emblema que da entrada a uno de los términos que como el de crítica se agrupa en la letra C de este vocabulario para el debate social y político.
Eh aquí una muestra del potencial de un texto que hace de los vocabularios, no una lista de términos que se acotan en su definición, sino una base para habilitar la voz en la que el debate y el diálogo entre la sociedad civil y la academia, se configuren como una dimensión central de la vida pública y universitaria.
Cuestión compleja que esta comunidad de debate –que congrega a un grupo diverso de estudiosos que provienen de diferentes instituciones y campos del saber social y humanístico– ha encarado con valentía, compromiso y rigurosidad, tanto porque la empresa en la que están implicados así lo demanda, como porque Ana María Martínez de la Escalera, su fundadora, imprime ese gesto acucioso, generoso y problematizador a todo su quehacer académico y político-social. Es en este sentido, además de una investigadora comprometida con su época, una educadora incansable porque hace de la palabra un Don que amplia los horizontes del conocimiento y de la práctica al mostrar los límites de lo que nuestro propio saber es heredero.
El libro que hoy aquí se presenta es sólo una muestra del incondicional quehacer que caracteriza la labor que desde el 2004 han realizado, bajo la coordinación de Ana María Martínez de la Escalera y, a partir de 2012 de Erika Lindig, un grupo destacado de académicos en el marco del Seminario “Alteridad y exclusiones”, en el que tuve la oportunidad de participar en los primero años de su ejercicio de reflexión analítica y crítica, que a la vez que interroga, realiza “[…] un trabajo sobre el lenguaje que no se deja ilusionar por lo ya dicho […] porque intenta poner en evidencia lo que verdaderamente se constituye como la fuerza del decir.” (Martínez de la Escalera, 2009: 36).
Por ello, cada una de las palabras que entretejen las voces que a lo largo de los siete emblemas, siete lemas, trece estudios de vocabulario, nueve contribuciones al debate y trece ensayos que conforman este vocabulario, constituyen figuras que no se ciñen a las convenciones tradicionales de la academia ya que, sin desconocerlas, van más allá de ellas, al ensayan nuevas formas del decir para convocar al diálogo y a la reflexión crítica que todo deber de memoria involucra, cuando lo que está en juego no son los “[…] conceptos que persiguen una definición, […] sino nociones que ocasionan efectos discursivos y sociopolíticos diversos”. En él –cito a Martínez de la Escalera en los Prolegómenos del libro– “[…] se intenta dar cuenta de estos efectos de sentido y consecuencias prácticas para enriquecer el propio debate donde estos términos circulan. Este libro es, entonces, un vocabulario para la discusión pública; (repito), un vocabulario para la discusión pública; a ella se debe y a ella le debe todo lo que es y espera ser”.
Y esto es precisamente lo que hace diferente a este documento inédito e imprescindible para el debate de lo público, cuya escritura cuidadosa muestra la riqueza argumental y analítica de sus autores y autoras, así como las aristas que abre para poner a disposición de la academia y de la sociedad un lugar por el cual es posible articular algunas de las figuras de la alteridad, con estudios semánticos y pragmáticos de vocabulario y ensayos que puntualizan cuestiones muy particulares en los que una determinada comunidad pueda reconocerse o reconocer las voces en las que una acción se cobija para abrir a la escena pública lo que un cierto lenguaje invisibilizó, negó o subordinó. En la genealogía de los términos, las entradas son múltiples, porque múltiple es el vocabulario que va guiando al lector, por la diversidad de figuras –retóricas y discursivas– que estructuran el texto.
El orden alfabético con el que las páginas van guiando al lector por los laberintos de este saber –a su vez experto, a su vez diverso y múltiple– no se circunscribe a una secuencia trazada de antemano por el abecedario que ordena las palabras; porque los vocabularios son más que palabras cuando se vinculan a los sentidos que anudan un horizonte para pensar el por venir. Así, desde los Prolegómenos hay huellas que el lector puede seguir para conformar su propia guía de lectura por estas figuras de la alteridad “[…] dentro de la resistencia a las formas de exclusión”. (Martínez de la Escalera, 2013: 11)
De ahí la riqueza de este vocabulario y también su apuesta “[…] para mantener abierta la experimentación del porvenir a la sabiduría de la gente” (Martínez de la Escalera, 2013: 12), que no es ajeno al debate y a la crítica, sino por el contrario se nutre de éste y de la indagación que los participantes de este emprendimiento genealógico y crítico han desplegado para hacer del documento una base que favorezca el debate público –semántico-político– de asuntos que competen a todos. Ello supone un ejercicio para que el pensamiento pueda ir y venir, por las aristas que los asteriscos que acompañan ciertas palabras permitan no sólo aproximarse a la precisión de un término, sino a la relectura de lo que inscrito en un discurso se reconfigure por otras experiencias, así como por el juicio crítico y la interrogación comprometida.
El tiempo del que aquí disponemos y la propia envergadura de esta obra magistral, no me permiten nada más que atisbar un poco en parte del ejercicio propuesto por este vocabulario “[…] de la alteridad con la que se conversa en nuestra época”. La lectura completa del texto me dejo un aprendizaje profundo y una llamada de atención sobre el cuidado que todo educador debe tener en el uso de los términos con los que trabaja y con los que pretende situar perspectivas para la acción y para la reflexión. Me orientó también en un ejercicio de escritura diferente a los que tradicionalmente se nos ha habilitado en la academia, sobre todo a partir de lo que en el espacio universitario se conoce como reporte de investigación; me permitió, así mismo, ubicar, mas allá de los cánones disciplinarios y las lógicas etnográficas que tanto gustan a los científicos sociales, la dimensión del testimonio de quienes en el orden de la práctica social y política “[…] proponen asuntos y señalan la emergencia de diversos problemas que los límites de la profesión académica han marginado por razones estructurales e ideológicas” (Martínez de la Escalera, 2013: 13), además de la profunda responsabilidad que implica reconfigurar el orden del discurso cuando lo que está en juego son los vocabularios y argumentos que derivan en experimentos efectivos de intercambio, debate y producción de sentidos.
Particularmente, en cuanto tuve el libro en mis manos, recién salido de la editorial el año pasado, además de encarar mis propias carencias y asumir con acuciosidad su lectura, leyendo y releyendo sus entradas –lemas, consignas, emblemas– y siguiendo la genealogía de los términos y los problemas que ellos nombran, dimensioné el horizonte político que traza e inscribe el ejercicio crítico que sostiene la mirada y argumentación de sus autores, así como la apuesta de este “[…] vocabulario que –como lo señala Martínez de la Escalera– simpatiza con el futuro” (2013, 15).
En particular opté por dirigir mi mirada, después de hojear los Prolegómenos de la obra, por la letra e, porque hay en ella un término que en particular ha convocado mi atención y mi tensión en los últimos años, sobre todo por la importancia que tiene en el ámbito del saber y la práctica pedagógica, que es el de experiencia. Ana María sabe bien sobre las inquietudes y dudas que hemos compartido con ella al respecto el equipo de investigación del cual formo parte. Esta entrada me ha permitido, sin perder el contexto de la obra, recorrer las voces de un vocabulario que articula, a partir del emblema, el sentido del término, para acceder así a un universo semántico, retórico y pragmático que condensa el intercambio reflexivo de opiniones del cual se nutre la estructura argumental de sus autores, con la interrogación crítica que mantiene abierto y posibilita el propio devenir del debate político preocupado por el bienestar o el malestar contemporáneo.
Así, el emblema de esta entrada inicia con la afirmación “La experiencia es lo vivido una vez mediado por el discurso”, con algunos ejemplos se inscriben enunciados que dimensionan el sentido del término: la experiencia depende de ciertas formas de configuración histórica; lo experienciado se hace perdurable mediante transmisión o comunicación; la resistencia es también un modo de la experiencia; la experiencia puede se repensada en relación con el tiempo; no es un lugar o repositorio del pasado, como tampoco es una simple vivencia; es el carácter mismo del saber/hacer de los seres humanos En su dimensión sociohistórica; supone la capacidad de transmitir […] Es así una figura imprescindible de la actividad critica.” A partir de esta entrada, los vocabularios de la alteridad van articulando otras voces para que la crítica y el diálogo se configuren en el entramado del encuentro con el otro: autores, obras, debates, ensayos y junto, a su lado, dialogando, esas otras voces que se condensan en el ejercicio genealógico, crítico e histórico que acompaña los textos de los autores que participan en la integración de cada uno de los cinco títulos que convocan con el nombre de experiencia a ampliar el horizonte discursivo y sociopolítico de su inscripción. (Martínez de la Escalera y Lindig, 2013:112-165)
Toca ahora al lector hacer su propia apropiación y seguir enriqueciendo este ejercicio de producción teórica, política y social desde su propia voz, desde ese campo de experiencia en el que la singularidad de un acontecimiento se produce y adquiere sentido.
Y dado que el vocabulario que aquí nos convoca sigue enriqueciéndose, dejo a consideración de esta comunidad de debate una inquietud para continuar, fortalecer y ampliar este ejercicio en el que el gesto del concepto visibiliza y conmociona la experiencia. ¿Puede considerarse entre esta multiplicidad de voces el término de mediación; de ser así, podría ocupar un lugar en la polifonía que nos muestran la fuerza de la crítica como “[…] una práctica que además de cuestionar prejuicios que dominan la imaginación creadora social propone, sin reserva alguna, maneras de hacer y argumentos inéditos.”?
Seguramente una multiplicidad de voces se reconocerán en este Vocabulario para el debate público y, seguramente, muchas de ellas se sumarán a este ejercicio sin condición, crítica y responsable por el que la Universidad y las Humanidades están obligadas a transitar. “Interesar al debate contemporáneo […] en el asunto de la eficacia teórico-política de los discursos que versan sobre la alteridad y sobre las formas o procedimientos de exclusión, tanto sociopolítico como teórico-institucionales”, (Martínez de la Escalera, 2013: 15) es sin duda uno de los objetivos centrales de esta obra magistral; ello la hace un documento imprescindible, inédito y vital.
Marcela Gómez Sollano