Discurso y violencia. Elementos para pensar el feminicidio

Erika Lindig Cisnero

Pese a la notoriedad mediática que por momentos ha alcanzado el problema del feminicidio en México, particularmente en Ciudad Juárez, se ha logrado poco o nada en cuanto a su investigación y prevención. Cientos de casos de mujeres jóvenes y de origen humilde, que han sido secuestradas, mantenidas en cautiverio y sujetas a prácticas de extrema violencia antes de ser asesinadas y dejadas en lotes abandonados, han sido documentados desde el año de 1993 en esa ciudad. Entre enero y mayo de este año, de acuerdo con cifras de “Nuestras hijas de regreso a casa” y de “Casa amiga”, ha habido por lo menos 17 asesinadas y 30 desaparecidas. Y este es el aspecto más visible del problema en nuestro país. Amnistía Internacional registró otros casos muy graves de feminicidio en por lo menos 10 estados de la república, Morelos entre ellos, como lo muestra también el trabajo de Armando Villegas. Estos datos nos obligan a reflexionar en torno a dos problemas relacionados entre sí. El primero se refiere a la visibilidad del la violencia de género. El segundo, a sus condiciones de posibilidad. Aquí trato de aportar algunos elementos para esta doble reflexión que me parece urgente.

El feminicidio ha sido caracterizado por el pensamiento feminista contemporáneo como el grado más extremo de violencia de género y de otras formas de violencia que laacompañan; y definido por Diana E. Russell como: “el asesinato de mujeres por hombres por ser mujeres”, es decir, por el mero hecho de serlo.Recientemente el término ha sido incorporado al discurso jurídico mexicano. Las investigaciones de Russel y otras pensadoras han servido en nuestro país, sobre todo, para tratar de explicarlos asesinatos de mujeres que han tenido lugar en Ciudad Juárez desde hace por lo menos 15 años. El fenómeno de Juárez se ha convertido en el paradigma del feminicidio en México, al mismo tiempo que ha dado visibilidad a la violencia de género que prevalece en nuestro país. Esta visibilidad, sin embargo, puede presentarse de distintas maneras, algunas poco deseables en términos políticos.

Para explicar las distintas formas de visibilidad, conviene recurrir al diagnóstico que Jacques Ranciere hace de nuestras democracias liberales. De acuerdo con él, vivimos en regimenes policiacos, gobernados por una ley a la que llama distribución de lo sensible. Una “ley implícita que gobierna el orden de lo sensible, que delimita lugares y formas de participación en un mundo común, estableciendo primero los modos de percepción en los cuales estos se inscriben”. Este régimen produce tanto a los actores políticos como a sus formas, tiempos y espacios de acción, determina “los procesos mediante los cuales se efectúan la agregación y el asentamiento de las colectividades, la organización de los poderes, la distribución de los lugares y funciones y los sistemas de legitimación de esta distribución”.Esta distribución de lo público siempre se funda en una aporía: por un lado, la suposición de la igualdad de todas aquellas partes que pertenecen a la colectividad, por ejemplo, como ciudadanos; y por otro, la distribución desigual de las formas de pertenencia a esa colectividad. Por eso la distribución de lo sensible implica formas de inclusión y de exclusión. Siempre hay partes de la colectividad que, aun perteneciendo a ella, no toman parte en lo público. Las mujeres históricamente han sido una de esas partes. En el caso específico de los asesinatos de Juárez, Marisela Ortiz (miembro de la organización “Nuestras hijas de regreso a casa”) explica la exclusión de las víctimas de una forma muy elocuente:

La muerte o asesinato de una mujer no tiene gran significado, incluso para la industria maquiladorapues muchas de las mujeres que han sido asesinadas fueron trabajadoras de ahí. La mujer representa un papel mecánico, desechable, en una maquiladora desaparece una mujer y no se hace nada, no hay pronunciamiento ni acciones por parte de los empresarios y al día siguiente otra persona ocupa su lugar y aquí no pasó nada.

Justamente lo que hay que analizar es esa carencia de significado del asesinato de una mujer. Las víctimas, como mujeres pobres, migrantes, sujetas a condiciones de alta explotación, están en una situación de extrema precariedad. Lo que hay que subrayar es que la existencia de estos sectores vulnerables, y de individuos prescindibles desde el punto de vista social, político y económico, no es excepcional, sino constitutiva del orden de lo sensible. Un orden que produce exclusiones y que sienta así las condiciones de posibilidad para que el ejercicio de la violencia se siga reproduciendo impunemente (impunidad sistémica, en palabras de Martínez de la Escalera).

Paradójicamente, los asesinatos de Juárez, decíamos, han cobrado visibilidad en distintos momentos durante los últimos 15 años, hasta convertirse en paradigma, o símbolo del feminicidio en México. Pero se trata de una visibilidad sin consecuencias. Sin duda, las cifras han contribuido a que los feminicidios de Juárez se hayan difundido en los medios de comunicación. Pero estos, salvo por notables excepciones (como el noticiero de Carmen Aristegui, recientemente censurado), responden a los criterios de inteligibilidad, de brevedad y de novedad de las noticias. Estos tres criterios hacen de la “noticia” algo que queda al margen de la experiencia de quien la recibe, de distintas maneras, entre las cuales destaco las siguientes:

  • la simplifican para hacerla breve y comprensible (criterios de brevedad y de inteligibilidad), por ejemplo, hablan de cifras y no dejan lugar para el relato de cada feminicidio singular;
  • la interpretan desde el sentido común (criterio de inteligibilidad), por ejemplo, diciendo que un feminicidio es un “crimen pasional”, remitiéndolo con ello al ámbito de lo privado y excluyéndolo del análisis socio-político (En el periódico El Universal, el 10 de Junio de 2004, aparece la siguiente noticia: los centenares de asesinatos registrados a lo largo de una década en la frontera norte de México, conocido como el caso de las muertas de Juárez, es doloroso y debe ser solucionado, dijo el presidente mexicano Vicente Fox[…] Según datos oficiales, más de 300 mujeres han sido asesinadas en la norteña ciudad sin que se hayan aclarado la mayoría de ellos. Algunos informes policiales señalan la existencia de asesinos seriales y criminales pasionales involucrados en el asunto, pero no existen denuncias de corrupción e investigación deficiente por parte de los cuerpos policiales); o
  • lo tratan como un fenómeno absolutamente excepcional (criterio de novedad), dependiente, por ejemplo, de las circunstancias absolutamente específicas de una región (el narcotráfico y otras formas del llamado “crimen organizado”, la industria maquiladora, la frontera, en el caso de Ciudad Juárez. O también lo tratan como un fenómeno excepcional en el sentido en que sólo ahí confluyen los factores necesarios para que eso suceda. En el Universal del 13 de abril de 2008, aparece una cita del libro de los periodistas franceses Marcos Fernández y Jean-Christophe Rampal, autores de La ciudad de las muertas, que dice “Ciudad Juárez es el laboratorio salvaje de la globalización: allí confluyen todos los factores del lado oscuro de este fenómeno y por eso es allí, y no en otro lugar, donde ha sido posible el tristemente famoso caso de Las Muertas de Juárez”, que comenzó en 1993 con el descubrimiento del primer cadáver y que dura ya 15 años). El tratamiento de la “excepción” produce al menos dos efectos: en primer lugar, oculta las condiciones socio-políticas generales que permiten que la violencia se reproduzca, y en segundo, distancia a los espectadores o lectores de la noticia del problema. No quiero decir, desde luego, que las circunstancias específicas de cada región no sean importantes, sino que no hay que perder de vista que existe un contexto social, político y económico que produce y reproduce la violencia.

Esta visibilización mediática de la noticia hace que el feminicidio se incorpore al orden de lo sensible sin ponerlo nunca en cuestión.Los medios, además de servirse del sentido común, lo producen.

El sentido común es el conjunto de sentidos y valoraciones compartidos por la comunidad. Pienso que éste, dentro y fuera de los medios de comunicación, ocupa un lugar central en la configuración de los regímenes policíacos. Aquí nos servirán algunas nociones propuestas por M. Bajtín para el análisis del discurso. Una de ellas es la de la palabra ajena. La palabra ajena es el material con el cual se forman las conciencias individuales y por lo tanto el material de los procesos de subjetivación. Es decir que la palabra ajena, que se presenta en múltiples discursos socio-.ideológicos, nos dice quiénes somos y nos asigna los tiempos, espacios y actividades específicas, al mismo tiempo que nos excluye de otros. En eso que Bajtín llama el “proceso de formación ideológica del hombre”, la palabra ajena toma dos formas: puede ser palabra autoritaria o bien palabra intrínsecamente convincente. Nos interesa la palabra autoritaria. Se trata de una palabra preexistente, que está vinculada a la autoridad ya ha sido previamente sancionada, su estructura semántica está cerrada. Esta clase de palabra da lugar al autoritarismo, al tradicionalismo, al universalismo, a lo oficial, al poder político e institucional. El discurso del sentido común es una forma de la palabra autoritaria. Portador de eso que llamamos tradición, nos habla desde la autoridad anónima de lo que ha sido preservado en la historia y que ha adquirido la naturalidad del “se dice” e incluso del “todo el mundo dice”, a menudo pasa desapercibido y es sumamente difícil de cuestionar. Es uno de los mecanismos más importantes de reproducción de las diversas formas de exclusión que constituyen nuestras sociedades y que confirman los espacios, tiempos y actividades que se nos asignan como sujetos singulares. Volviendo a los feminicidios de Juárez,lo que Marisela Ortiz llama el discurso oficial o de Estado que culpa a las propias víctimas o a sus familiares de los asesinatos, y que se dice en frases como “seguramente era prostituta” o “era una niña desatendida”, sólo por mencionar algunas, es precisamente una muestra del funcionamiento de esa palabra autoritaria que se llama sentido común…

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