Genealogía del vocabulario de la trata

Este texto es una versión preliminar leída el 23 de septiembre de 2010, en el evento 2º Congreso latinoamericano sobre trata y tráfico, migración, género y derechos humanos de personas.

Francisco Barrón
Francisco Salinas

“Según mi papá, ellas se habían echado a perder porque éramos muy pobres en mi casa y ellas eran muy retobadas. Desde chiquillas ya eran rezongonas. […] mi papá las corrió a las dos […] les dio carrera para la calle. Ellas se fueron para Ayutla o no sé para donde; pero andan de pirujas.”
Juan Rulfo. “Es que somos muy pobres”

Son ilustrativas las diatribas que las organizaciones no gubernamentales lanzan contra las leyes e instituciones alentadas por el Estado-nación para “mitigar”, “desalentar” y “combatir” aquello que nos empeñamos por nombrar con el sintagma “trata de personas”. Imputaciones de vacíos legales, insuficiencia de políticas públicas, desatención psicológica, jurídica y económica hacia las víctimas, son razonablemente esgrimidas. Estas acusaciones aparecen en relación y como respuesta a la reciente articulación del término “trata” con el de “tráfico” –lo que permite el sintagma “tráfico de personas” y supone un salto al ámbito internacional en su tratamiento político-jurídico–, y van acompañadas por la exigencia de que “es necesario aplicar un enfoque amplio que ampare los derechos humanos internacionalmente reconocidos de las víctimas”.
Tales atribuciones hacen visibles al menos tres cuestiones: 1) que al promulgar tratados y leyes contra lo que se llama “el fenómeno de la trata”, las instituciones y mecanismos del Estado-nación se hallan más interesados en defender sus prerrogativas de soberanía sobre individuos y fronteras contra poderes rivales y emergentes, como otros Estados-nación o el narco; 2) que las acusaciones se hayan desencaminadas allí donde se articulan con los mecanismos de los Estados-nación –sobre todo porque sólo responden a lo que el Estado-nación lleva a cabo, sobre todo porque exigen en términos legales internacionales; y 3) que tal estado de las cosas desatiende, sin proponérselo y por la perspectiva estético-política que lo produce, aquellas prácticas, discursos, cuerpos y pasiones que conforman eso contra lo que intentan administrar tratamientos legales, psicológicos o estatales. Se descuida todo el ámbito micropolítico, estético-político, de la experimentación de mecanismos cotidianos de la crueldad a la que se somete a los cuerpos en lo que llamamos “trata”.
Walter Benjamin, Gilles Deleuze y Félix Guattari, nos recomiendan que frente aquello que nos da rabia o vergüenza lo mejor es pensar. En este sentido cabría preguntar, a la vez que se actúa, ¿cuáles son los conglomerados de fuerzas (políticas, sociales, tradicionales, criminales, etcétera) que se articulan y que nos exigen usar los sintagmas “trata de personas”, “tráfico de personas”? ¿Son caracterizaciones que las instituciones legales o estatales usan para combatir o para construir los efectos que un acontecimiento produce? ¿Los sintagmas “trata de personas” y “tráfico de personas”, junto a las leyes, instituciones y organizaciones que los constituyen, avalan y tratan de combatir, describen un acontecimiento histórico? Y si es así, ¿se trata de un acontecimiento reciente o constituye ya desde hace tiempo nuestras vidas, modifica o mantiene nuestras prácticas, les da sentido a nuestra cotidianidad, dirige nuestros hábitos? Además ¿será el término “trata de personas” y “trafico de personas” la denominación del total del fenómeno que se quiere describir o será sólo la parte final de un entramado que no alcanza a evidenciar? ¿Tendrían alguna relación con las formas en que se ha ejercido la bio o la necropolítica en la modernidad? O quizás antes, ¿qué prácticas específicas conformarían ese acontecimiento, qué discursos lo dirían, cómo caracterizar los deseos que mueve, las pasiones que lo sostienen, los cuerpos que lo repiten?
Lo que parece innegable es que el conglomerado de fuerzas (estatales, legales, criminales, cotidianas, etcétera) que conforma la exigencia de usar el sintagma “tráfico de personas” produce múltiples y embrollados efectos valorativos y retóricos que los mecanismos legales, estatales y organizativos, en lucha contra el “fenómeno de la trata”, retoman, repiten y refuerzan sin más. Así sucede que valoraciones morales se confunden con afirmaciones políticas, el lenguaje dedicado a la circulación comercial se utiliza para determinar un fenómeno criminal, la “defensa de los derechos humanos” (que se refiere a un ámbito internacional) se articula con la estimación de usos y costumbres (que suceden en una ubicación específica), la contestación al capitalismo se embrolla con el vocabulario del tratamiento y de los procesos a los que se somete a alguien, la terminología de la prostitución se confunde con la de la esclavitud.
Quizás se requieran otros tratamientos para abordar, al menos, esos “sistemas de crueldades” en los que se busca someter, en la “trata”, a los cuerpos de los individuos. La crueldad se puede caracterizar como dispositivo sensible que funciona produciendo relaciones, costumbres, hábitos, normalidades, colectividades, cuerpos y procesos de subjetivación en los que la experiencia corporal del dolor se ejerce degradando el cuerpo, consumiendo a los individuos, reduciendo la vitalidad, empobreciendo la sensibilidad, asolando el deseo, enclaustrando la propia identidad. Y no es casual que los documentos internacionales sostengan “el carácter secreto de la trata” o lo caractericen como “crimen ‘subterráneo’”, y que una de las primeras constataciones que hacen los testimonios de las víctimas es que “nadie pone rostro a este flagelo”. Esa confesión y esa prueba exigen ciertas maneras de diagnosticar y pensar los mecanismos de crueldad que aún llamamos “trata”. Se podrían, para empezar, describir las máquinas vitales de experimentación de la domesticación de los individuos, de los mecanismos de goce y consumo de los cuerpos que se articulan como los sistemas de crueldad que aún llamamos “trata”. En alguna de ellas podrían aparecer los siguientes:
1) Mecanismos de analogía impensada: los organismos internacionales y las organizaciones asumen que lo que llaman “trata” es una “práctica análoga a la esclavitud”, postulando la analogía y desplazando los sentidos y valoraciones de un acontecimiento histórico a ciertas prácticas modernas. Así, evitan pensar y funcionan para confundir los sistemas de crueldad que constituyen la trata con los mecanismos históricos de la servidumbre involuntaria;
2) Mecanismos de vulnerabilidad: se utiliza la denominación “situación de vulnerabilidad” para determinar las condiciones de vida de los individuos antes de ser víctimas de “trata”. Así, se habla de que el Protocolo de Palermo busca “mitigar factores como la pobreza, el subdesarrollo y la falta de oportunidades equitativas que hacen a las personas, especialmente las mujeres y los niños, vulnerables a la trata.” Con lo que se hipernaturaliza una situación y las características de los individuos víctimas de los mecanismos de “trata”. Lo interesante en esta hipernaturalización es que lo que supuestamente pondría en “riesgo” de “trata” a un individuo es una pretendida “vulnerabilidad” que le hace “no tener más opción verdadera ni aceptable que someterse al abuso”; (dando una especie de normalidad a tal suceso);
3) Mecanismos del cuerpo deseable: así, la pregunta “cómo se identifica a las víctimas de la trata” sólo es contestada para naturalizar ciertas formas de subjetividades supuestamente “vulnerables”, olvidándose de que esos sistemas de crueldad funcionan mediante mecanismos pasionales que producen como deseables a ciertos cuerpos por sobre otros que se hallan en situaciones vitales-económicas similares. Las leyes y los mecanismos estatales-organizativos dejan de lado todo un ámbito del deseo que constituye las prácticas y hábitos cotidianos de la crueldad (descuidando el ámbito micropolítico y estético político);
4) Mecanismos económico-religiosos de la deuda infinita: muchos testimonios de víctimas hacen referencia a que la relación que se establece entre ellos y quienes los explotan es el de una “deuda” que nunca se termina de pagar puesto que se halla basada en la reproducción de la propia vida de la víctima. Así, se adeuda lo que han comido, la habitación en la que han dormido, la protección que se ha recibido, etcétera;
5) Mecanismos de la burocratización o de la banalidad del mal: por otro lado, quedan fuera también de las ataques del estado-nación y de las organizaciones no gubernamentales, los mecanismos de crueldad que reproducen el funcionamiento de los gobiernos burocráticos aparecidos en el siglo XX los totalitarismos, fascismos y en varias democracias. Así, Marcela Loaiza en su testimonio de su explotación por la mafia yakuza afirma que “es una cadena. Una red completa. Yo nunca supe quién es quién”;
6) Mecanismos de confusión cuerpo-mercancía: es por demás interesante el desplazamiento capitalista que el Protocolo de Palermo introduce al abordar lo que llama “trata”. Así, se solaza en desplazar el vocabulario de las mercancías al de los mecanismos a los que las víctimas son sometidas, y recomienda a los Estados-nación “desalentar la demanda que propicia cualquier forma de explotación conducente a la trata de personas, especialmente mujeres y niños” (sin poner en cuestión los mecanismos que la desmedida importancia que la mercantilización de la vida promueve)
7) Mecanismos de desarraigo: los testimonios enuncian el desarraigo, la extirpación del cuerpo de un individuo y la evitación de establecimiento relaciones en un lugar determinado, como un mecanismo de crueldad. Así, Marcela Loaiza testimonia que: “la mafia te vende dos o tres veces por cuatro o cinco millones de yenes. Trabajas y trabajas y te siguen vendiendo. Te cambian de sector, ciudad y zona para seguirte explotando”; y
8) Mecanismos de inversión víctima-victimario: por supuesto, las leyes e instituciones del estado o los esfuerzos de las organizaciones no gubernamentales no ha podido poner en operación mecanismos que modifiquen el dispositivo de la crueldad por excelencia, el que invierte la situación de la víctima y la hace responsable por lo que le pasó.

Discurso y violencia. Elementos para pensar el feminicidio

Erika Lindig Cisnero

Pese a la notoriedad mediática que por momentos ha alcanzado el problema del feminicidio en México, particularmente en Ciudad Juárez, se ha logrado poco o nada en cuanto a su investigación y prevención. Cientos de casos de mujeres jóvenes y de origen humilde, que han sido secuestradas, mantenidas en cautiverio y sujetas a prácticas de extrema violencia antes de ser asesinadas y dejadas en lotes abandonados, han sido documentados desde el año de 1993 en esa ciudad. Entre enero y mayo de este año, de acuerdo con cifras de “Nuestras hijas de regreso a casa” y de “Casa amiga”, ha habido por lo menos 17 asesinadas y 30 desaparecidas. Y este es el aspecto más visible del problema en nuestro país. Amnistía Internacional registró otros casos muy graves de feminicidio en por lo menos 10 estados de la república, Morelos entre ellos, como lo muestra también el trabajo de Armando Villegas. Estos datos nos obligan a reflexionar en torno a dos problemas relacionados entre sí. El primero se refiere a la visibilidad del la violencia de género. El segundo, a sus condiciones de posibilidad. Aquí trato de aportar algunos elementos para esta doble reflexión que me parece urgente.

El feminicidio ha sido caracterizado por el pensamiento feminista contemporáneo como el grado más extremo de violencia de género y de otras formas de violencia que laacompañan; y definido por Diana E. Russell como: “el asesinato de mujeres por hombres por ser mujeres”, es decir, por el mero hecho de serlo.Recientemente el término ha sido incorporado al discurso jurídico mexicano. Las investigaciones de Russel y otras pensadoras han servido en nuestro país, sobre todo, para tratar de explicarlos asesinatos de mujeres que han tenido lugar en Ciudad Juárez desde hace por lo menos 15 años. El fenómeno de Juárez se ha convertido en el paradigma del feminicidio en México, al mismo tiempo que ha dado visibilidad a la violencia de género que prevalece en nuestro país. Esta visibilidad, sin embargo, puede presentarse de distintas maneras, algunas poco deseables en términos políticos.

Para explicar las distintas formas de visibilidad, conviene recurrir al diagnóstico que Jacques Ranciere hace de nuestras democracias liberales. De acuerdo con él, vivimos en regimenes policiacos, gobernados por una ley a la que llama distribución de lo sensible. Una “ley implícita que gobierna el orden de lo sensible, que delimita lugares y formas de participación en un mundo común, estableciendo primero los modos de percepción en los cuales estos se inscriben”. Este régimen produce tanto a los actores políticos como a sus formas, tiempos y espacios de acción, determina “los procesos mediante los cuales se efectúan la agregación y el asentamiento de las colectividades, la organización de los poderes, la distribución de los lugares y funciones y los sistemas de legitimación de esta distribución”.Esta distribución de lo público siempre se funda en una aporía: por un lado, la suposición de la igualdad de todas aquellas partes que pertenecen a la colectividad, por ejemplo, como ciudadanos; y por otro, la distribución desigual de las formas de pertenencia a esa colectividad. Por eso la distribución de lo sensible implica formas de inclusión y de exclusión. Siempre hay partes de la colectividad que, aun perteneciendo a ella, no toman parte en lo público. Las mujeres históricamente han sido una de esas partes. En el caso específico de los asesinatos de Juárez, Marisela Ortiz (miembro de la organización “Nuestras hijas de regreso a casa”) explica la exclusión de las víctimas de una forma muy elocuente:

La muerte o asesinato de una mujer no tiene gran significado, incluso para la industria maquiladorapues muchas de las mujeres que han sido asesinadas fueron trabajadoras de ahí. La mujer representa un papel mecánico, desechable, en una maquiladora desaparece una mujer y no se hace nada, no hay pronunciamiento ni acciones por parte de los empresarios y al día siguiente otra persona ocupa su lugar y aquí no pasó nada.

Justamente lo que hay que analizar es esa carencia de significado del asesinato de una mujer. Las víctimas, como mujeres pobres, migrantes, sujetas a condiciones de alta explotación, están en una situación de extrema precariedad. Lo que hay que subrayar es que la existencia de estos sectores vulnerables, y de individuos prescindibles desde el punto de vista social, político y económico, no es excepcional, sino constitutiva del orden de lo sensible. Un orden que produce exclusiones y que sienta así las condiciones de posibilidad para que el ejercicio de la violencia se siga reproduciendo impunemente (impunidad sistémica, en palabras de Martínez de la Escalera).

Paradójicamente, los asesinatos de Juárez, decíamos, han cobrado visibilidad en distintos momentos durante los últimos 15 años, hasta convertirse en paradigma, o símbolo del feminicidio en México. Pero se trata de una visibilidad sin consecuencias. Sin duda, las cifras han contribuido a que los feminicidios de Juárez se hayan difundido en los medios de comunicación. Pero estos, salvo por notables excepciones (como el noticiero de Carmen Aristegui, recientemente censurado), responden a los criterios de inteligibilidad, de brevedad y de novedad de las noticias. Estos tres criterios hacen de la “noticia” algo que queda al margen de la experiencia de quien la recibe, de distintas maneras, entre las cuales destaco las siguientes:

  • la simplifican para hacerla breve y comprensible (criterios de brevedad y de inteligibilidad), por ejemplo, hablan de cifras y no dejan lugar para el relato de cada feminicidio singular;
  • la interpretan desde el sentido común (criterio de inteligibilidad), por ejemplo, diciendo que un feminicidio es un “crimen pasional”, remitiéndolo con ello al ámbito de lo privado y excluyéndolo del análisis socio-político (En el periódico El Universal, el 10 de Junio de 2004, aparece la siguiente noticia: los centenares de asesinatos registrados a lo largo de una década en la frontera norte de México, conocido como el caso de las muertas de Juárez, es doloroso y debe ser solucionado, dijo el presidente mexicano Vicente Fox[…] Según datos oficiales, más de 300 mujeres han sido asesinadas en la norteña ciudad sin que se hayan aclarado la mayoría de ellos. Algunos informes policiales señalan la existencia de asesinos seriales y criminales pasionales involucrados en el asunto, pero no existen denuncias de corrupción e investigación deficiente por parte de los cuerpos policiales); o
  • lo tratan como un fenómeno absolutamente excepcional (criterio de novedad), dependiente, por ejemplo, de las circunstancias absolutamente específicas de una región (el narcotráfico y otras formas del llamado “crimen organizado”, la industria maquiladora, la frontera, en el caso de Ciudad Juárez. O también lo tratan como un fenómeno excepcional en el sentido en que sólo ahí confluyen los factores necesarios para que eso suceda. En el Universal del 13 de abril de 2008, aparece una cita del libro de los periodistas franceses Marcos Fernández y Jean-Christophe Rampal, autores de La ciudad de las muertas, que dice “Ciudad Juárez es el laboratorio salvaje de la globalización: allí confluyen todos los factores del lado oscuro de este fenómeno y por eso es allí, y no en otro lugar, donde ha sido posible el tristemente famoso caso de Las Muertas de Juárez”, que comenzó en 1993 con el descubrimiento del primer cadáver y que dura ya 15 años). El tratamiento de la “excepción” produce al menos dos efectos: en primer lugar, oculta las condiciones socio-políticas generales que permiten que la violencia se reproduzca, y en segundo, distancia a los espectadores o lectores de la noticia del problema. No quiero decir, desde luego, que las circunstancias específicas de cada región no sean importantes, sino que no hay que perder de vista que existe un contexto social, político y económico que produce y reproduce la violencia.

Esta visibilización mediática de la noticia hace que el feminicidio se incorpore al orden de lo sensible sin ponerlo nunca en cuestión.Los medios, además de servirse del sentido común, lo producen.

El sentido común es el conjunto de sentidos y valoraciones compartidos por la comunidad. Pienso que éste, dentro y fuera de los medios de comunicación, ocupa un lugar central en la configuración de los regímenes policíacos. Aquí nos servirán algunas nociones propuestas por M. Bajtín para el análisis del discurso. Una de ellas es la de la palabra ajena. La palabra ajena es el material con el cual se forman las conciencias individuales y por lo tanto el material de los procesos de subjetivación. Es decir que la palabra ajena, que se presenta en múltiples discursos socio-.ideológicos, nos dice quiénes somos y nos asigna los tiempos, espacios y actividades específicas, al mismo tiempo que nos excluye de otros. En eso que Bajtín llama el “proceso de formación ideológica del hombre”, la palabra ajena toma dos formas: puede ser palabra autoritaria o bien palabra intrínsecamente convincente. Nos interesa la palabra autoritaria. Se trata de una palabra preexistente, que está vinculada a la autoridad ya ha sido previamente sancionada, su estructura semántica está cerrada. Esta clase de palabra da lugar al autoritarismo, al tradicionalismo, al universalismo, a lo oficial, al poder político e institucional. El discurso del sentido común es una forma de la palabra autoritaria. Portador de eso que llamamos tradición, nos habla desde la autoridad anónima de lo que ha sido preservado en la historia y que ha adquirido la naturalidad del “se dice” e incluso del “todo el mundo dice”, a menudo pasa desapercibido y es sumamente difícil de cuestionar. Es uno de los mecanismos más importantes de reproducción de las diversas formas de exclusión que constituyen nuestras sociedades y que confirman los espacios, tiempos y actividades que se nos asignan como sujetos singulares. Volviendo a los feminicidios de Juárez,lo que Marisela Ortiz llama el discurso oficial o de Estado que culpa a las propias víctimas o a sus familiares de los asesinatos, y que se dice en frases como “seguramente era prostituta” o “era una niña desatendida”, sólo por mencionar algunas, es precisamente una muestra del funcionamiento de esa palabra autoritaria que se llama sentido común…