Contra la Historia del pensamiento filosófico en México

José Francisco Barrón Tovar

Sin problema podría afirmarse el día de hoy que en México se encuentran públicamente bien afianzados los discursos institucionalizados de legitimación o justificación de la función social de la filosofía. Discursos que conciben de determinada manera el ejercicio de lo filosófico. Igualmente firmes se encuentran los discursos de la función pedagógica de la filosofía y de su lugar en la escuela. Ambos tipos de discursos —los de la función social y los de la función pedagógica— las más de las veces se confunden. Tan consolidados que nos resultan obvios esos discursos. Con esa obviedad que aceptamos de lo cargado de historia. Lo cierto es que esa obviedad es problemática. Lo cierto es que se trata solamente de un relato de lo que ha pasado. Pero, ¿cómo aceptar un relato como evidencia? ¿Cómo tomar una evidencia como hecho histórico?

La cuestión aquí es que en esos discursos se asume sin chistar un viejo proyecto —una cierta versión de la Ilustración europea—, se asume que ese proyecto se ha hecho nuestra vida político-social y se busca llevarlo a cabo como si en más de un siglo no hubiera pasado nada. Como si realmente ese proyecto político-cultura alguna vez hubiera sido llevado a cabo. Todo pasa aquí como si los grandes relatos de las grandes personalidades filosófico-políticas del pasado fueran hechos determinantes. Una historia y sus supuestos hechos son usados para mostrarnos que sólo nos queda seguir esos relatos y a esas personalidades. Cuando se llega a evaluar los alcances de la eficacia de ese proyecto y esos discursos, vueltos ineludibles, sólo se les encuentra aún no realizados y uno debe prepararse para defenderlos, para realizarlos.

Pero a lo que nos da en llamar “comunidad filosófica mexicana” quizás nos valdría reevaluar ese proyecto que tiene más de un siglo y que hemos heredado, en el que nos hemos formado y por el que nos hemos nutrido. Pero en las maneras acostumbradas en que se historiza las formas de la práctica del pensamiento filosófico en nuestro país se deja fuera siempre aquello que constituye el ejercicio mismo. Casi siempre se prefiere hacer recuento de lo que grandes figuras han dicho y en qué condiciones histórico-políticas se han dicho. No se historiza sus prácticas, los hábitos, las estrategias, las alianzas político-institucionales, las técnicas con las que se ha transmitido la filosofía y que le ha permitido a la “comunidad filosófica mexicana” prosperar o mantenerse viva estos siglos, incluso profesionalizarse. Es más, difícilmente se pone en cuestión el discurso del proyecto con el que se inició la filosofía en México. Se asume y repite… Se defiende. Se desarrolla. Es más, si alguien ejercita la filosofía en México debe buscar que su práctica entre en los tópicos, las maneras gremiales, las formas de ejercer la filosofía legadas de ese proyecto.

Parte del texto aparacido en Máquina. Revista electrónica

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