Asambleístas: no hay marcha atrás en los derechos. Lourdes Enríquez

Por: Lourdes Enríquez Rosas

Es indudable que la batalla jurídica por el reconocimiento, protección, garantía y exigibilidad de los derechos sexuales y reproductivos en nuestro país ha sabido que su eficacia radica en el diseño de estrategias legislativas y judiciales.

La oportunidad de reafirmar derechos conquistados y profundizar su pleno goce ha sido aprovechada por las organizaciones de derechos humanos colaborando activamente en el proyecto de Constitución Política de la Ciudad de México, en específico, dentro de la comisión Carta de Derechos de la Asamblea Constituyente, ya que en su modalidad de parlamento abierto a la participación ciudadana, ha escuchado a una ciudadanía hablante, en un ejercicio de recepción de mensajes con importantes contenidos de transformación sociocultural.

El proyecto de carta magna capitalina preparado por el poder ejecutivo local es maximalista en derechos, ya que integra los estándares internacionales en la materia y entiende la diversidad social que exige una ciudad garantista de libertades y derechos, democrática, solidaria, productiva, incluyente, habitable, segura y sostenible.

En la temática de derechos reproductivos, el ambicioso proyecto contiene una perspectiva de igualdad sustantiva de género y es estratégico en tres aspectos fundamentales: Sustenta el derecho al aborto legal, seguro y gratuito hasta la doceava semana de gestación en hospitales de la ciudad, se basa en la autodeterminación de las mujeres, y en el derecho al libre desarrollo de su personalidad. Lo anterior se muestra reflejado en la propuesta que contiene el artículo 11 del segundo capítulo, ya que enmarca la autonomía sexual y reproductiva en el derecho a la integridad física y psicológica, así como en el derecho a vivir una vida libre de violencia y coacción.

En el decreto de dictamen que entregó la comisión Carta de Derechos al presidente de la mesa directiva de la asamblea constituyente de la Ciudad de México el pasado 11 de diciembre, se señalan de manera categórica los principios rectores de los derechos humanos que refieren a su universalidad, integralidad, interdependencia, indivisibilidad, complementariedad, progresividad y no regresividad.

Dicho dictamen aborda la exigibilidad y justiciabilidad de los derechos sexuales y reproductivos. Sobre los primeros define que toda persona tiene derecho a la sexualidad, a decidir sobre la misma y con quién compartirla, a ejercerla de forma libre, responsable e informada, sin discriminación, respetando su orientación sexual, su identidad de género, y sus características sexuales. No ser víctima de coerción o violencia. Recibir educación en sexualidad y servicios de salud integrales con información científica, no estereotipada, diversa y laica. Sobre los derechos reproductivos el dictamen señala que toda persona tiene derecho a decidir de manera libre, voluntaria e informada tener hijas e hijos o no tener, con quién y el número y espaciamiento entre los mismos. Sin formas coactivas ni violentas, recibiendo servicios de salud reproductiva integral del más alto nivel posible, así como acceso a información sobre reproducción asistida. Añade que se sancionará la esterilización forzada y la violencia obstétrica.

El activismo jurídico de tinte conservador y regresivo también estuvo muy presente en las audiencias públicas de la comisión Carta de Derechos de la Asamblea Constituyente de la Ciudad de México, atendió a la convocatoria con la intención de proponer reservas al proyecto, y principalmente, hacer presión con iniciativas de ley que exigen proteger la vida desde la concepción/fecundación hasta la muerte natural. Y con ello, buscar jurídicamente echar abajo los avances legislativos en materia penal y de salud reproductiva logrados en abril del año 2007, que desde esa fecha y de manera ininterrumpida han puesto en marcha política pública de avanzada mundial que ofrece servicios de ILE durante el primer trimestre de gestación en la ciudad de México.

Es importante difundir ampliamente que en la capital del país se garantiza el derecho a la Interrupción Legal del Embarazo en condiciones seguras y amigables para practicarla, ya que se cuenta con el establecimiento de un sistema de salud pública integral con personal capacitado y presupuesto suficiente que atiende a la población femenina que solicita el servicio, sin importar su raza, etnia, edad, nacionalidad o lugar de residencia.

En las audiencias públicas, las organizaciones sociales y los grupos contrarios a la igualdad sustantiva de género y en específico, al avance de los derechos sexuales y reproductivos, utilizaron los mismos discursos y formas argumentativas en las que se han basado desde el año 2008 para conseguir mayoría de votos y reformar las constituciones políticas de 17 Estados de la República Mexicana, a la que se suma el Estado de Chihuahua que contaba con esa protección absoluta a la vida desde el año 2004.

A propósito del éxito legislativo de los grupos antiderechos en las mencionadas reformas constitucionales, siendo la última en el congreso local del Estado de Veracruz en agosto del año pasado, es pertinente traer a la memoria que la argumentación jurídica, reduccionista, formalista y excesivamente literal de la sentencia que validó la constitucionalidad de las reformas legislativas en el Distrito Federal (2008), dejó flancos débiles y abrió la puerta a la incertidumbre legislativa por la que se coló una estrategia perversa de corte conservador con notorias intenciones fundamentalistas, planeada desde las cúpulas del poder en contubernio con el clero político, y que logró eficazmente, en un lapso de escasos dieciocho meses contados a partir de la resolución del máximo tribunal, que los Congresos locales de 16 Estados de la República Mexicana votaran de una forma irregular y contraria a los principios de la democracia, modificaciones a sus constituciones políticas en el sentido de “proteger la vida desde el momento de la concepción/fecundación hasta la muerte natural”, con el claro propósito de impedir avances en derechos reproductivos, en específico, la interrupción legal del embarazo en los términos votados por la Asamblea Legislativa del Distrito Federal en 2007.

Vale reconocer que la Asamblea Constituyente ha puesto atención en voces de juristas, de la academia y de grupos expertos en temas de salud sexual y reproductiva que han advertido sobre la no certeza jurídica que la protección a la vida desde el momento de la concepción/fecundación ocasiona en los prestadores de servicios de salud en cuanto a métodos de planificación familiar, anticoncepción de emergencia, técnicas de reproducción asistida, avances científicos y, en especial, y no menos grave, la aberración jurídica que provoca otorgar el carácter de persona a un óvulo fecundado para la situación de las mujeres que deciden interrumpir un embarazo por razones legales o no, ya que se les acusa del delito de homicidio, lo que lamentablemente ha estado sucediendo en los últimos ocho años, de una manera enfáticamente necropolítica, entendida ésta como una violencia institucional ejercida por el Estado. Una política feminicida contra mujeres pobres y marginadas que recurren al aborto inseguro en la clandestinidad. Son políticas de la muerte y castigos ejemplares contra mujeres que encarnan cuerpos de deshecho (Martínez de la Escalera, AM. 2009. Feminicidio: Actas de denuncia y controversia. PUEG /UNAM México).

Siendo la laicidad del Estado uno de los ejes fundantes de nuestra incipiente democracia y conociendo que la discusión parlamentaria que se está dando puede pretender vulnerarla con el objeto de retroceder derechos conquistados, la movilización legal progresista ha mostrado a la comisión dictaminadora de la Asamblea Constituyente que se encarga del tema de los derechos humanos, que para países como el nuestro, que no alcanzan niveles óptimos de calidad de vida en la mayoría de su población y que todavía tienen mucho por hacer en materia de respeto y garantía efectiva de los derechos humanos, es muy importante entender el principio de progresividad de tales derechos, del cual se desprende la prohibición de regresividad. Cabe mencionar, y nos debemos congratular por ello, que hace unos días, el pleno de la Asamblea Legislativa al votar el artículo 11 del segundo capítulo del proyecto de Constitución Política, no dio entrada a las iniciativas de protección a la vida desde el momento de la concepción/fecundación y otorgó un apoyo mayoritario al dictamen emitido por la comisión Carta de Derechos.

El Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, del cual nuestro país es Parte, señala la obligación de lograr progresivamente la plena efectividad de los derechos reconocidos. La obligación de progresividad significa, antes que nada, los esfuerzos que en la materia deben darse de forma continuada, con la mayor eficacia y rapidez que sea posible alcanzar, a manera de lograr una mejoría continua en las condiciones de existencia de la población.

Las y los asambleístas deben comprender que la prohibición de regresividad significa que los Estados, y en este caso, la Ciudad de México, no pueden dar marcha atrás en los niveles alcanzados de satisfacción de los derechos, por lo que se puede afirmar que la obligación parte de la relación con los derechos establecidos en el Pacto que ratificó nuestro país y además, es de carácter ampliatorio, de modo que la derogación o reducción de los derechos vigentes contradice claramente el compromiso internacional asumido.

Además, la obligación de progresividad constituye un parámetro para examinar las medidas adoptadas por los poderes Legislativo y Ejecutivo en relación con los derechos sociales, puede ser una forma de carácter sustantivo a través de la cual los tribunales analizan y determinan la inconstitucionalidad de ciertas leyes o políticas públicas.

Es por estas razones y muchas otras por las que no respetar los avances en derechos reproductivos logrados en la capital desde que aún era Distrito Federal, y pretender hacerlos sujeto de negociación política, traería como consecuencia la inconstitucionalidad de una Ley Suprema que apenas comienza a discutirse y que aún se encuentra en espera de su inminente aprobación.

Texto publicado primeramente acá.

Actualidad de la retórica

Esta es una parte del texto que se leyó durante el Encuentro III Jornadas Mexicanas de Retórica “La actualidad de la retórica”, los días 17, 18 y 19 de abril de 2013.

Ana María Martínez de la Escalera
 

El último decenio del pasado siglo enmarcó la travesía por ámbitos insospechados del discurso y la modalidad de lectura de la Deconstrucción derridiana; despliegue de su deseo de proposición ─epistemológico y político─ y de la urgencia de puesta en cuestión  de cualquier  actividad controladora del sentido, que  la caracteriza. La operación diferencial deconstructiva[1]corrió entonces, libre y sin condición, por todo el dominio de las Humanidades y de las Artes. Semejante a una riada tal despliegue arrastró, fuera del ámbito de sus nacimientos diversos, presupuestos, héroes culturales y civilizatorios catacréticos, libros y objetos de los saberes del Hombre incuestionados, junto con modalidades naturalizadas de argumentación; pero por encima de todo, visibilizó e hizo accesible al análisis un mundo de vocabularios hegemónicos[2]para uso de las élites y para la eternización de la dominación intelectual y discursiva de las mayorías. Los operadores de dominación y exclusión quedaron expuestos como cuando las aguas de aluvión se retiran y permiten ver en los desechos no las viejas ideas, hoy vueltas inútiles por el progreso del entendimiento, sino lo que enseñado como universal y necesario sólo es el alimento del poder.
Hoy como entonces, a la deconstrucción se le pronostica un desafortunado destino ─entre debilitamiento y muerte─ del cual el hiperbólico despliegue es a la vez un testimonio y una causa, ya fuera por conducir a la hipertrofia, dispersión, ambigüedad, descentramiento, desconcentración conceptual, pérdida de rigor teórico, cabe decir usos y abusos diversos. Este pronóstico negativo no fue una sorpresa para Jacques Derrida quien, por el contrario, ya habíase decidido a tematizarlo. Efectivamente, en La Diseminación (fr. 1971; esp. 1975) primero y en Envois (Envío) después, dejó muy en claro que el uso de conceptos o argumentos fuera de fronteras teóricas definidas ─homogéneas y centradas, disciplinares y académicas─ o más allá de límites regulatorios[3]─diseminación, por cierto, indeterminable y sin origen[4]asignable─, no debe acreditarse a una degeneración o a una pérdida de rigor, de sentido y propósito, sino al mismo devenir contingente, al ritmo y velocidad de sus apropiaciones y expropiaciones, activaciones, y demás desplazamientos  y reconfiguraciones de sentido; vale decir a la irreductible vida material de las palabras, de los discursos y de sus hablantes. Pues, aun si fuese posible rastrear a posteriori los caminos tomados por las categorías y los conceptos, asentándolos luego en un definido y detallado mapa, sólo será a través del análisis de las modalidades de su apropiación social e histórica que se podrá revelar, contra las operaciones de dominio sobre el discurso,  su poder de invención[5]y su fuerza contra-hegemónica; ambas características de la diseminación.
Consideremos ahora lo siguiente: a la retórica como a la deconstrucción, la acusación de pérdida rigurosa de pertinencia y de apertura de sus límites de posibilidad (límites académicos, controles epistemológicos) tampoco  la toman desprevenida. Desde hace mucho tiempo la actividad meta-retórica[6]ha venido pensando sobre:
  1. el devenir libertario de la práctica retórica y de sus operaciones de sentido y de poder (¿operaciones constitutivas u operaciones productivas?[7]), pensamiento contra la insistencia metafísica e historicista acerca de un origen único y propio del sentido y la referencia fuera del cual todo lo demás sería un abuso;
  2. sobre los usos diferenciales del discurso;
  3. sobre la muerte y la resurrección semántica y pragmática de las palabras;
  4. sobre una ética y una política del discurso.
En suma: reflexionando sobre la fuerza espectral del discurso[8]la cual es capaz de producir efectos de sentido y de subjetividad, en el cuerpo[9]y los afectos a través de la circulación e intercambio del discurso, pese a encontrarse este último ya sea prohibido por las instituciones de dominio, paralizado, o acusado de anacronismo y de carencia de vigencia y pertinencia teórica. Y, quizás, pensando allí donde el trabajo espectral es todavía más capaz: en la apropiación de lo que le han arrebatado.
La diseminación de la retórica a través de usos diversificados o actividades diferenciales[10]de sus figuras, tropos, operaciones o modelos ha sido denunciada por una celosa academia en humanidades y artes asustada ante la pérdida de control sobre la producción hegemónica del sentido y de la verdad. El miedo aquí expuesto es solidario del prejuicio y del supuesto acrítico y predeconstructivo, todos los cuales imponen el dogma de la solidez centrada e indivisible de las escuelas y las disciplinas, y la consagración de una relación devota con el origen disciplinar el cual se hace funcionar para asegurar un sólo centro de autoridad y fuente de la verdad. Este origen que confunde los comienzos (cualquier comienzo) con la finalidad revelada a posteriori, suele legitimarse como fundamento ontológico, como sentido primero y principal atrapado, como el mosquito en el ámbar prehistórico, a quien sólo un experto puede volver a la vida. Por cierto, el control absoluto sobre la vida significante es un imposible y no porque no se pueda dar la vida o sea reactivar la fuerza del sentido o del saber, sino porque únicamente hay ─o habrían habido, según dice Derrida─ comienzos sin origen [11]único y absoluto asignable si no es mediante el ejercicio continuado de la fuerza y la imposición.
Ahora bien, la dispersión no es un mal ─sólo un mal de archivo (Derrida), un exceso y una impredecible proliferación del sentido engarzados en cualquier mismidad─.
Así las cosas el despliegue experimentado por la deconstrucción responde a otra lógica y a otro decurso de la historia del discurso: la generación reciente de artistas y de otros devotos de la inteligencia ha preferido no heredar si ello supone la continuación de una tradición de pensamiento incuestionada en sus afirmaciones y en las formas de subjetividad que ha hecho posibles. Es una generación en resistencia que desea poner en cuestión los supuestos y aceptar el legado sólo de aquello que ha sido «puesto a prueba» mediante el examen de supuestos y efectos sociales. Y este afán de examen ha reactivado al trabajo de la deconstrucción tanto como a refuncionalizado y resignificado la actividad retórica[12]. Ambas parecen vivir esa sobrevida de la actividad diferencial que acredita a los mejores saberes de la gente[13]entre nosotros. Saberes como lo sería el marxismo en ciertos momentos más allá de coyunturas políticas y académicas, y como lo fue la retórica de los humanistas del siglo XV  en lucha contra la reducción escolástica sufrida durante tantos siglos, o bien como hoy lo es la meta-retórica emancipada de la reducción semiotizante, la cual ha introducido mediante  operaciones y operadores de sentido lingüísticos programas de dominación del discurso mediante formas de institucionalización y de sus efectos de subjetivación.
No sé si ello sea razón suficiente para, una vez asumidas las afinidades electivas entre retórica y deconstrucción, cruzar sus procedimientos e iniciar una conversación con expectativas de porvenir; como quiera que sea yo (debo reconocerlo) lo deseo. En manos del examen deconstructivo, la retórica se ha tornado un saber de la gente (saber democrático-político a diferencia del arte privilegiado y del arte del privilegio de los pasados siglos) y la deconstrucción, tras el examen metarretórico y crítico, deviene el acicate persistente del llamado a la justicia que nos llega desde los saberes dominados, de la tradición de los oprimidos (ética y política de la interpretación). En efecto, el saber retórico ofrece, junto con el uso reinventado (Vico) de conceptos y categorías, otra modalidad de subjetivación de los individuos y grupos y de de-sujetamiento de las formas de dominación del pensamiento y de las relaciones de poder que constituyen experiencias y subjetividades.

[1]Operación de lectura, de interrogación, de historización y de diseminación diferencial.
[2]Vocabularios de las instituciones y de los poderes.
[3]Límites epistemológicos y académicos fuera de los cuales dejaría de ser, ese saber específico, practicable.
[4]Origen como unidad de un comienzo y una finalidad o función predeterminada.
[5]Fuerza de invención de nuevos campos de temas, de problemas, nuevos saberes incluso y su fuerza contra-hegemónica, o sea su poder de producir estrategias semánticas en resistencia.
[6]Metarretórica o crítica de la retórica, esto es una retórica de la retórica.
[7] La decisión a favor de la constitución o de la producción corresponde precisamente a la meta-retórica.
[8]Que no es sino un trabajo de la diferencia y la variación, la pluralidad y la repetición que sin embargo augura lo distinto, es decir el poder de dejar algo en el mundo que no estaba allí antes..
[9]Cuerpo individual o colectivo.
[10]Actividades donde tiene lugar la variación y el cambio.
[11]Origen del sentido que puede poseer estatus semántico o filológico o pragmático o epistemológico u ontológico.
[12]Para ambas operaciones consultar Friedrich Nietzsche, Genealogía de la moral, Madrid, Alianza, 1983, p.88 y Judith Butler, “Fundamentos contingentes: el Feminismo y la cuestión del Posmodernismo”, en revista La Ventana, núm. 13, vol. II, julio 2001, Universidad de Guadalajara-Centro de Estudios de género, pp. 7-41.
[13]Saberes como el marxismo en ciertos momentos y la retórica de los humanistas  en lucha contra la reducción escolástica sufrida durante tantos siglos, y la neorretórica en contra de la reducción semiotizante donde las operaciones y los operadores de sentido están programados para la dominación mediante la institucionalización y sus efectos subjetivantes.

Sesión del seminario 130411 Foucault

En relación con el texto de 1985 de Michel Foucault, “La vida: la experiencia y la ciencia”, he sostenido que se trata –en relación con una genealogía del concepto de vida tal como Georges Canguilhem lo ha elaborado respecto de la filosofía de la ciencia francesa y de las ciencias de la vida– de producir un concepto de de vida inmanente a las prácticas de lo político.

Cuando en su texto La condición humana Hannah Arendt trabaja el concepto de vida, tal se halla puesta en relación con una genealogía de prácticas –labor, trabajo y acción– y siempre señalando la dicotomía griega zoe/bios. La “vida digna de ser vivida”, vida consagrada a la acción, ha desaparecido o quedado reducida, en la época moderna, a la pura reproducción biológica, a las necesidades y al criterio del placer o del dolor individual. Arendt le llama a eso: “concentración de la vida del cuerpo”, “pérdida de la experiencia humana” o “desnuda necesidad de mantenerse vivo” –con todas las referencias a los campos de exterminio nazi y sus técnicas de deshumanización, pero también a las técnicas de alienación del mundo. Así, el concepto de vida queda ambiguo entre la práctica política y el empobrecimiento práctico.

Por su parte Foucault entrelaza en el concepto de vida varias palabras que hacen un entramado muy útil. El azar para señalar perturbación e invención, el error que señala la posibilidad de valorar formas diferentes de regímenes de verdad, el concepto como respuesta al azar, lo vivo –y no la vida general– para señalar la especificidad. Así, lo que Foucault hace es un experimento conceptual para producir “otro modo de aproximarse a la noción de vida” –a diferencia del que produce la escuela de Frankfurt o el de la hermenéutica. Ello en relación con la valoración de Foucault de “tomar como punto de partida a las formas de resistencia contra las diferentes formas de poder”; es decir, “la oposición del poder del hombre sobre la mujer, la de los padres sobre los niños, la de la psiquiatría sobre la enfermedad mental, la de la medicina sobre la población, la de la administración sobre la forma de vivir de la gente.” Que son “luchas [que] giran en torno a la pregunta: “¿Quiénes somos nosotros?”. (Cf “El sujeto y el poder”)

De ello que tal concepto pueda sernos de utilidad al poner en cuestión el concepto de vida que celosamente se halla subtendiendo los derechos humanos. Se me ocurre que las estrategias que permite que pongamos en operación podrían ser las siguientes, sin agotarlas:

  • Deshacernos de referencias al individuo moderno –Foucault señala “la temporalidad de la especie”;
  • deshacernos de referencias a regímenes de verdad que establezcan lo normal como determinante de las prácticas; y
  • deshacernos de la referencia a una vida universal y abstracta, empobrecida.